*Escucha: *
Así será mi
palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo
quiero, y será prosperada en aquello para que la envié (Isaías 55:11)
*Piensa: *
Cuando era niño,
solíamos viajar en familia por una zona desértica de nuestro país. Nos encantaba
ver a lo lejos las tormentas que, acompañadas de relámpagos y truenos,
desencadenaban intensos chaparrones que bañaban la arena caliente. El agua fría
refrescaba la tierra… y a nosotros.
El agua produce
cambios maravillosos en las regiones áridas. Por ejemplo, algunos cactus están
completamente inactivos durante la temporada seca. Sin embargo, después de las
primeras lluvias estivales, brotan y exhiben delicados pétalos rosados, dorados
y blancos.
Asimismo, en
Tierra Santa, después de una intensa lluvia, los terrenos secos parecen
florecer de la noche a la mañana. Isaías utilizó la renovación que produce la
lluvia para ilustrar la obra de la Palabra de Dios: «Porque como desciende de
los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y
la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará
lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié» (Isaías
55:10-11).
La Escritura tiene
vitalidad espiritual. Por eso, no vuelve vacía. Dondequiera que encuentra un
corazón abierto, renueva, nutre y da vida nueva.
*Ora: *
Señor, renueva cada día mi
espíritu en Tu palabra, sabiendo que todo lo que de ella parte, no vuelve vacío,
sino fortalecido y prosperado en todo aquello para lo que fue enviada. *Amén. *
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