LA COLERA DE DIOS CONTRA LA
IMPIEDAD
Hermanos:
Desde el cielo viene revelándose la cólera de Dios sobre todo género de
impiedad e injusticia de los hombres, que en su maldad tienen cautiva la
verdad; ya que son manifiestas a ellos las verdades que se pueden conocer
acerca de Dios. Bien claro se las manifestó él.
Así
después de la creación del mundo, conocemos sus atributos invisibles,
aprehendidos mediante las creaturas, tales como su eterna omnipotencia y su
divinidad. De manera que no tienen excusa. Y en verdad, no obstante el
conocimiento que tenían de Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron
gracias, sino que acabaron en necios y fútiles razonamientos, viniendo a
entenebrecerse su insensato corazón. Alardeando de sabios, se hicieron necios;
y trocaron la gloria del Dios incorruptible por ídolos o representaciones del
hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Por
eso, los entregó Dios a la impureza, conforme a los depravados instintos de sus
corazones; tanto que ellos mismos se afrentaron en sus propios cuerpos, por
haber sustituido la verdad de Dios por la mentira de los ídolos, y por haber
adorado y servido a la creatura en lugar del Creador. Sea él bendito por
siempre. Amén.
Por
eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas. Sus mujeres cambiaron el uso
natural por el uso contra la naturaleza; e igualmente los varones, dejando el
uso natural de la mujer, se abrasaron en mutua concupiscencia; cometieron
torpezas hombres con hombres, y recibieron en sus propias personas el pago
debido a su extravío.
Y
como no se dignaron poseer el verdadero conocimiento de Dios. Dios los entregó
a una mentalidad depravada, que los llevó a cometer torpezas; se llenaron de
toda suerte de maldad, de perversidad, de avaricia, de malicia, henchidos de
envidia, homicidios, contiendas, fraudes, malignidad; chismosos, malas lenguas,
aborrecedores de Dios, ultrajadores, soberbios, fanfarrones, forjadores de
maldad, rebeldes a los padres, insensatos, infieles, sin amor, sin piedad; y de
tal índole, que, conociendo la sentencia divina que declara reos de muerte a
quienes tales cosas hacen, no sólo las hacen, sino que hasta aplauden a quienes
las ponen por obra.
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