Al Profesor
Klaus Schwab
Presidente
Ejecutivo del Fórum Económico Mundial
Ante todo,
quisiera darle las gracias por su amable invitación a dirigirme a la convención
anual del Fórum Económico Mundial, que tendrá lugar en Davos-Klosters, a
finales de enero, sobre el tema «El Dominio de la Cuarta Revolución
Industrial». Le hago presente mis mejores deseos por la fecundidad de este
encuentro, que busca incentivar la continuidad social y la responsabilidad
ambiental, por medio de un diálogo constructivo entre el gobierno, líderes
empresariales y cívicos, así como también con distinguidos representantes de
los sectores políticos, financieros y culturales.
Los albores de
la así llamada «cuarta revolución industrial» han sido acompañados por una
creciente sensación de la inevitabilidad de una drástica reducción del número
de puestos de trabajo. Los últimos estudios conducidos por la Organización
Internacional del Trabajo indican que, en la actualidad, el desempleo afecta a
cientos de millones de personas. La «financialización» y la «tecnologización»
de las economías globales y nacionales, han producido cambios de gran
envergadura en el campo del trabajo. Menos oportunidades para un empleo
satisfactorio y digno, conjugado con la reducción de la seguridad social, están
causando un inquietante aumento de desigualdad y pobreza en diferentes países.
Hay una clara necesidad de crear nuevas formas de actividad empresarial que,
mientras fomentan el desarrollo de tecnologías avanzadas, sean también capaces
de utilizarlas para crear trabajo digno para todos, sostener y consolidar los
derechos sociales y proteger el medioambiente. Es el hombre quien debe guiar el
desarrollo tecnológico, sin dejarse dominar por él.
A todos ustedes
me dirijo una vez más: ¡No se olviden de los pobres! Este es el principal
desafío que tienen ustedes, como líderes en el mundo de los negocios. «Quien
tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus
privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres para que puedan acceder
también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo
de su potencial humano, cultural, económico y social» (Encuentro con la Clase
Dirigente y con el Cuerpo Diplomático, Bangui, 29 noviembre 2015).
Nunca debemos
permitir que «la cultura del bienestar nos anestesie», volviéndonos incapaces
de «compadecernos ante los clamores de los otros, de no llorar ante el drama de
los demás ni de interesarnos de cuidarlos, como si todo fuera una
responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Evangelium gaudium, 54).
Llorar por la
miseria de los demás no significa sólo compartir sus sufrimientos, sino también
y sobre todo, tomar conciencia que nuestras propias acciones son una de las
causas de la injusticia y la desigualdad. «Abramos nuestros ojos para mirar las
miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la
dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras
manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor
de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se
vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que
suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo» (Bula de
indicción del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordia vultus,
15).
Una vez que
tomamos conciencia de esto, llegamos a ser humanos más plenos, pues nuestra
responsabilidad para con nuestros hermanos y hermanas es una parte esencial de
nuestra humanidad común. No tengan miedo de abrir su mente y su corazón a los
pobres. De este modo, ustedes podrán dar rienda suelta a sus talentos
económicos y técnicos, y descubrir la felicidad de una vida plena, que no les
puede proporcionar el solo consumismo.
Frente a los
profundos cambios que marcan época, los líderes mundiales se enfrentan al reto
de garantizar que la futura «cuarta revolución industrial», resultado de la
robótica y de las innovaciones científicas y tecnológicas, no conduzca a la
destrucción de la persona humana —remplazada por una máquina sin alma—, o a la
transformación de nuestro planeta en un jardín vacío para el disfrute de unos
pocos elegidos.
Por el
contrario, el momento actual proporciona una valiosa oportunidad para guiar y
gobernar el proceso ahora en curso, y construir sociedades inclusivas basadas
en el respeto por la dignidad humana, la tolerancia, la compasión y la
misericordia. Les insto, pues, a afrontar de nuevo el diálogo sobre cómo
construir el futuro del planeta, «nuestra casa común», y exhorto a ustedes a
hacer un esfuerzo unido para lograr un desarrollo sostenible e integral.
Como he señalado
muchas veces, y lo reitero ahora con mucho gusto, la actividad empresarial es
«una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para
todos», especialmente «si entiende que la creación de puestos de trabajo es
parte ineludible de su servicio al bien común» (Laudato si’, 129). Como tal,
tiene la responsabilidad de ayudar a superar la compleja crisis de la sociedad
y del medio ambiente, y luchar contra la pobreza. Esto hará que sea posible
mejorar la precaria condición de vida de millones de personas y cerrar la
brecha que da lugar a numerosas injusticias, que erosiona los valores
fundamentales de la sociedad, como la igualdad, la justicia y la solidaridad.
De este modo, a
través del recurso privilegiado al diálogo, el Foro Económico Mundial puede
convertirse en una plataforma para la defensa y protección de la creación, como
también para la consecución de «un progreso más sano, más humano, más social,
más integral» (Laudato si’, 112), teniendo además debidamente en cuenta los
objetivos ambientales y la necesidad de maximizar los esfuerzos para erradicar
la pobreza, como se establece en el Programa para el Desarrollo Sostenible de
2030 y en el Acuerdo de París establecido en la Convención Marco de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Señor
Presidente, renovando mis mejores deseos para el éxito de la próxima reunión en
Davos, invoco sobre Ud. y sobre todos los participantes en el Foro, junto con
sus familias, la abundante bendición de Dios.
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