“Rezar, y sobre
todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida.
Un privilegio inmenso. Es querer tanto a alguien como pare rezar por él, y que
alguien te quiera tanto como para rezar por ti. ¿Cabe mayor orgullo? ¿Existe
mayor plenitud”, afirma el artículo?
Cada párrafo del
artículo empieza igual: “Rezar es…”. Por ejemplo, es “curar las heridas,
restañar los arañazos, superar el daño que te han hecho. Pasar página y empezar
de cero. Perdonar las ofensas y también pedir perdón. Y sobre todo tener
gratitud. Rezar es dar gracias por vivir y por lo que la vida te ha dado. Es
despertarse con las ilusiones renovadas. Aferrarse desesperadamente a lo
inmaterial. Acordarse de lo que de verdad importa, y relativizar todo lo demás.
Es establecer las prioridades, poner en orden los papeles de tu mesa, buscar la
trascendencia, pensar a lo grande.
Reza por mí
Rezar es una
conversación con los que ya no están, el recuerdo de los que te antecedieron y
la oración para seguir su ejemplo. Rezar es pedir por ellos. Y también pedirles
a ellos por los que estamos aquí. Es el momento de más calma del día, y, en mi
caso, el de primera hora de la mañana, poco más de las seis, y el agua de la
ducha caliente cayendo despacio sobre los hombros. Rezar es una fotografía en
sepia, un regreso a la casa de tus abuelos y al tiempo sin tiempo de tu
infancia. Es pasar por la Iglesia de San Pedro, de camino al colegio, y rezarle
al Cristo de Burgos un Padre Nuestro para que te ayude en los exámenes. Es el
refugio del frío, y el silencio acogedor. Rezar es tener memoria.
Rezar es lo que va
antes del trabajo o después del trabajo, y lo que nunca lo suplanta, porque ya
lo dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Es lo único que puedes
hacer cuando ya no puedes hacer más, y es la forma de comprometerse de quien no
tiene otro medio de hacerlo, como cuando rezamos por un enfermo que se va a
operar y ya está todo en manos del cirujano (y de Dios). Rezar no hace
milagros, o sí los hace, eso nunca lo sabremos, pero ofrece consuelo al que
reza y a aquel por quien se reza. Rezar nunca es inútil, porque siempre
conforta.
Rezar es decir
rezaré por ti y, también, reza por mí. Y es, por tanto, lo contrario a la
vanidad. Rezar es la aceptación de tus limitaciones. Es aprender a resignarse
cuando lo que pudo ser no ha sido. Es vivir sin rencor, aprender a olvidar,
aceptar la derrota con dignidad y celebrar el triunfo con humildad. Rezar es
resignación cuando procede, pero también arrebato y pundonor cuando toca. Es
buscar las fuerzas si no se tienen y confiar en que las cosas van a ser como
deberían ser. Rezar es optimismo, no dar nada por perdido, luchar y resistir,
como en la canción, erguido frente a todo, y es mi padre antes de morir. Rezar
es fragilidad y entereza.
Rezar es curar las
heridas, restañar los arañazos, superar el daño que te han hecho. Pasar página
y empezar de cero. Perdonar las ofensas y también pedir perdón. Y sobre todo
tener gratitud. Rezar es dar las gracias por vivir y por lo que la vida te ha
dado. Es despertarse con las ilusiones renovadas. Aferrarse desesperadamente a
lo inmaterial. Acordarse de lo que de verdad importa, y relativizar todo lo
demás. Es establecer las prioridades, poner en orden los papeles de tu mesa,
buscar la trascendencia, pensar a lo grande.
Rezar es
desconectar y apagar el móvil. Es introspección en la sociedad del
exhibicionismo. Es relajarse y calmar los nervios. Y prepararse mentalmente
para lo que ha de venir. No es solo buscar el coraje, sino también la
inspiración, la idea, el enfoque, la luz, el claro en medio de la espesura.
Rezar es razonar, aunque parezca lo más irracional que haya. Es la mente
funcionando como cuando juegas un partido de tenis. Es planificar y anticipar
las jugadas. Es abstracción en los tiempos de lo concreto y lo material. Es
pausa en un mundo excitado. Es calma cuando todo es ansiedad. Y es aburrido en
la dictadura de lo divertido.
Rezar es una forma
extrema de independencia, una actividad casi contracultural, lo más punki que
se puede hacer una tarde de domingo. Es la forma más radical de practicar mindfulness,
tan pasada de moda que cualquier día se volverá extraordinariamente cool. Rezar
podría computar como horas de trabajo para los empleados públicos, pero no
sirve porque es una práctica “antisistema”, sin reconocimiento alguno del
establishment. Tan políticamente incorrecta que la gente oculta que reza como
esconde la tripa para la foto. Rezar es un placer oculto, que se reserva para
la intimidad. Un acto privado, y casi a escondidas, que, cuando se hace
acompañado, necesita cierta oscuridad y mucha, mucha, confianza.
Rezar es
desnudarse y abrir tu alma a la persona con la que rezas. Y es una declaración
de amor por la persona que tienes en tus rezos. Es derramar tu cariño sobre los
que más quieres y sentir el cariño de los que rezan por ti. Rezar es tener a
otros en tus oraciones y estar en las oraciones de otros, que es mucho más que
estar solo en su memoria. Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor
aspiración que uno puede tener en la vida. Un privilegio inmenso. Es querer
tanto a alguien como para rezar por él, y que alguien te quiera tanto como para
rezar por ti. ¿Cabe mayor orgullo? ¿Existe mayor plenitud que la de saber que
hay una madre, un hermano, un hijo o un amigo que quiere que Dios te proteja, y
te dé salud, y te ilumine, y te ayude, y te acompañe, y esté siempre contigo?
Rezar es tener fe.
Tener fe en la vida, en las personas, en tus amigos, en tus hijos, en tus
padres, en Dios. Rezar es la maestría de niños y abuelos. Y es un súper poder
que nos predispone al bien. Rezar es creer y ser practicante de un mundo mejor.
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