Robert Gran escribió el cuento titulado
The Sin, que trata de un joven llamado Davidson que acaba de enviar su primera
novela a una casa editorial.
Está que se muere de incertidumbre, pues
no sabe cuál será la reacción de la editorial. Sale a caminar a su huerto,
paseándose de arriba abajo.
Es Semana Santa y sus pensamientos van y
vienen, acordándose de Jesús en el huerto y “viéndose a sí mismo en el huerto…
a Cristo preparándose para la tremenda agonía de ser crucificado… a él y su
libro con la compañía editorial…
Luego él se detiene y dice: “que no se
haga mi voluntad, sino la tuya”.
Entonces allí cayó en la cuenta… lo que
él había querido decir fue: “Dios, deja que tu voluntad coincida con la mía y
permite que las cosas sucedan para gloria tuya y mía” A continuación, Davidson
se sentó en el huerto y lloró.
Catherine Marshalll estaba muy enferma.
Ni las medicinas ni las oraciones la
habían ayudado. Un día leyó acerca de una misionera que había estado en una
situación similar.
Al final la misionera se había resignado
a la voluntad de Dios, diciendo: “¡Señor, me doy por vencida!”.
En unas semanas la misionera se
recuperó. Esta historia le pareció un poco extraña a Catherine, pero no podía
olvidarse de ella. Finalmente ella también se resignó a la voluntad de Dios,
diciendo:
“Ya me cansé de pedirte, Tu decide qué es lo
que quieres de mí”. El resultado, según Catherine nos cuenta, fue “como si
hubiese tocado un botón. Desde ese preciso momento, me empecé a recuperar”.
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