CON CRISTO A LA CABEZA, CORRAMOS
LA CARRERA QUE SE NOS PROPONE
Hermanos, Teniendo en torno nuestra tan grande nube
de testigos, después de habernos despojado de todo el peso y del equipaje que
nos distraía, corramos también nosotros con firmeza y constancia la carrera
para nosotros preparada. Llevemos los fijos en Jesús, caudillo y consumidor de
la fe, quien, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia
la cruz, pasando por encima de su ignominia; y está sentado a la diestra del
trono de Dios.
Considerad la constancia de quien soportó tal
hostilidad de parte de los pecadores; así no decaeréis de ánimo, agotados por
el esfuerzo. Vosotros no habéis resistido hasta el derramamiento de sangre en
vuestra lucha contra el pecado.
Os habéis olvidado de las palabras de aliento con
que se dirige Dios a vosotros, como a hijos suyos: “Hijo mío, no mires con desdén
la corrección con que el Señor te educa y no te desalientes cuando seas por él
amonestado, porque el Señor corrige a los que ama y azota a todo el que por
hijo acoge”.
Si sufrís, es para vuestra propia corrección. Dios
os trata como a hijos, y ¿qué hijo no es corregido por su padre? Si nos os
alcanzara la disciplina y corrección por la que todos han pasado, sería señal
de que Dios os tiene por hijos bastardos no legítimos. Por otra parte, si
respetábamos a nuestros padres según la carne cuando nos corregían, con cuánta
mayor razón nos hemos de someter al Padre nuestros espíritus para conseguir la
vida. Y en verdad, aquéllos nos educaban y corregían para poco tiempo y según
les parecía bien; Dios, en cambio, para nuestro mayor bien, en orden a hacernos
participantes de su santidad.
Ninguna corrección parece, de momento, cosa
agradable, sino aflictiva; mas luego produce frutos de paz y de santidad a
quienes en ella ejercitan. Por eso, levantad vuestras manos abatidas, enderezad
vuestras rodillas vacilantes y trazad rectos senderos para vuestros pies, para
que los cojos no sufran un dislocación, sino que se curen.
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