ESPERO QUE LOS AYUDEN COMO A MI.
ES LA EPOCA DEL AÑO MAS IMPORTANTE DEL AÑO; CRISTO POR SU MUERTE DE CRUZ NOS REDIME DE NUESTROS PECADOS SI NOSOTROS ASÍ, LO DESEAMOS.
ALGUNAS REFLECCIONES CUARESMALES DEL MES DE FEBRERO
El Señor desea un dolor
sincero de los pecados, que se manifestará ante todo en la Confesión
sacramental, y también en pequeñas obras de mortificación y penitencia hechas
por amor: “Convertirse quiere decir para nosotros buscar de nuevo el perdón y
la fuerza de Dios en el Sacramento de la reconciliación y así volver a empezar
siempre, avanzar cada día”.
La verdadera conversión
se manifiesta en la conducta. Los deseos de mejorar se han de expresar en nuestro
trabajo o estudio, en el comportamiento con la familia, en las pequeñas
mortificaciones ofrecidas al Señor, que hacen más grata la convivencia a
nuestro alrededor y más eficaz el trabajo; y además en la preparación y cuidado
de la Confesión frecuente.
“Fortifica el Espíritu,
mortificando la carne y su sensualidad; eleva el alma a Dios; abate la
concupiscencia, dando fuerzas para vencer y amortiguar sus pasiones, dispone al
corazón para que no busque otra cosa distinta de agradar a Dios en todo”.
La fuente de esta
mortificación estará principalmente en la labor diaria: en el orden, en la
puntualidad al comenzar el trabajo, en la intensidad con que realizamos, etc.;
en la convivencia con los demás encontraremos ocasiones de mortificar a nuestro
egoísmo y de contribuir a crear un clima más grato en nuestro entorno. “Y la
mejor mortificación es la que combate –en pequeños detalles, durante todo el
día- la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia
de la vida.
No echar en saco roto
la Gracia de Dios. Mirad: ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de
la salvación. Y el Señor nos repite a cada uno, en la intimidad del corazón:
Convertíos. Volved a mi corazón.
Cristo me está
diciendo: ¡Vuélvete! “Volveos a Mí de todo Corazón!”
“Tiempo para que cada
uno se sienta urgido por Jesucristo. Para que los que alguna vez nos sentimos
inclinados a aplazar esta decisión sepamos que ha llegado el momento. Para que
los que tengan pesimismo, pensando que sus defectos no tienen remedio, sepan
que ha llegado el momento. Comienza la Cuaresma; mirémosla como un tiempo de
cambio y de esperanza”.
Ella: “Madre, Madre
mía…”, le decimos en la intimidad de nuestra oración, pidiéndole ayuda en
tantas necesidades como nos apremian: en el apostolado, en la propia vida
interior, en aquellos que tenemos a nuestro cargo, y de los que nos pedirá
cuentas el Señor.
Él conoce bien nuestras
fuerzas y no nos pedirá nunca más de lo que podamos dar. La enfermedad, o
cualquier desgracia, es buena ocasión para llevar a la práctica el consejo de
San Agustín: hacer todo lo que se pueda y pedir lo que no se puede, pues Él no
manda cosas imposibles.
“Está la madre de
Jesús”: y donde Ella está no puede faltar su Hijo. Esta es la certeza que mueve
a las multitudes que cada año se vuelcan en Lourdes en busca de un alivio, de
un consuelo, de una esperanza”.
Ven en ayuda de nuestra
debilidad, Dios de misericordia, y haz que, al recordar a la Inmaculada
Concepción Madre de tu Hijo, por su intercesión nos veamos libres de nuestras
culpas.
También les decía a
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame.
Uno de los síntomas más
claros de que la tibieza ha entrado en un alma es precisamente el abandono de
la Cruz, de la pequeña mortificación, de todo aquello que de alguna manera
suponga sacrificio y abnegación.
Huir de la Cruz es
alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma
mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los
demás, y también una profunda paz en medio de la tribulación y de dificultades
externas. La persona que abandona la mortificación queda atrapada por los
sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.
“Y jamás, sí quiere
llegar a poseer a Cristo, le busque sin cruz”
El camino de nuestra
santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese
camino, porque Dios mismo nos ayuda y con Él no cabe tristeza. Con el alma
traspasada de alegría, ningún día sin Cruz.
“Es la hora de amar la
mortificación pasiva, que viene –oculta o descarada e insolente- cuando no la
esperamos”. El Señor nos dará las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa
Cruz y nos llenará de gracias y frutos inimaginables.
Lo normal será que encontremos
la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo,
en la convivencia: puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el
carácter difícil de una persona con la que necesariamente hemos de convivir,
planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se
estropean cuando más necesarios eran, molestias producidas por el frío o el
calor o el ruido, incomprensiones, una leve enfermedad que nos disminuye la
capacidad de trabajo en ese día…
Hemos de recibir estas
contrariedades diarias con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de
reparación: sin quejarnos, pues esa queja frecuentemente señala el rechazo de
la Cruz. Estas mortificaciones, que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si
las recibimos bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto
necesitamos, y a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en
comprensión: es decir, en santidad.
“Cargar con la Cruz es
algo grande, grande… Quiere decir afrontar la vida con coraje, sin blanduras ni
vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nunca
faltarán en nuestra existencia; quiere decir comprender el dolor humano, y, por
último, saber amar verdaderamente”.
Digámosle a Jesús, al
acabar nuestro diálogo con Él, que estamos dispuestos a seguirle con la Cruz,
hoy y todos los días.
“Si de veras deseas ser
alma penitente –penitente y alegre- , debes defender, por encima de todo, tus
tiempos diarios de oración –de oración íntima, generosa, prolongada-, y has de
procurar que esos tiempos no sean a salto de mata, sino a hora fija, siempre
que te resulte posible. No cedas en estos detalles”
“Se esclavo de este
culto cotidiano a Dios, y te aseguro que te sentirás constantemente alegre”.
Mortificaciones
activas, tienen especial importancia para el progreso interior y para lograr la
pureza de corazón las mortificaciones que hacen referencia a nuestros sentidos
internos: mortificación de la imaginación, evitando el monólogo interior en el
que se desborda la fantasía, y procurando convertirlo en diálogo con Dios.
Presente en nuestra alma en gracia; también, cuando tendemos a dar muchas
vueltas en nuestro interior a un suceso en el que parece que hemos quedado mal,
a una pequeña injuria que, si no cortamos a tiempo, el amor propio y la
soberbia van haciendo cada vez mayor hasta quitarnos la paz y la presencia de
Dios.
Mortificación de la
memoria, evitando recuerdos inútiles, que nos hacen perder el tiempo y quizá
nos podrían acarrear otras tentaciones más importantes.
Mortificación de la
inteligencia, para tenerla puesta en aquello que es nuestro deber en ese
momento; también, en muchas ocasiones, rindiendo el juicio, para vivir mejor la
humildad y la caridad con los demás. En definitiva, se trata de apartar de
nosotros hábitos internos que veríamos mal en un hombre de Dios. Decidámonos a
acompañar de cerca al Señor en estos días, contemplando su Humanidad Santísima
en las escenas del Vía Crucis: ver cómo voluntariamente recorre el camino del dolor
por nosotros.
“¡Oh que recia cosa os
pido, verdadero Dios mío: que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien
no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la
enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís a buscar a los pecadores. Estos,
Señor son los verdaderos pecadores. No miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino
la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros, resplandezca vuestra
misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra”. Si acudimos así a Jesús, con humildad,
siempre tendrá misericordia de nosotros y de aquellos a quienes procuramos
acercar a Él.
“Jesús nos ha advertido
que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los
propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta,
explicar enteramente la verdad y decir: Señor, si quieres –y Tú quieres siempre_,
puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza, siento estos síntomas, padezco estas
otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay
pus. Señor Tú, que has curado a tantas almas, haz que, al tenerte en mi pecho o
al contemplarte en el Sagrario, te reconozca como Médico divino.
No solo se santifica el
que nunca cae sino el que siempre se levanta. Lo malo no es tener defectos
–porque defectos tenemos todos-, sino pactar con ellos, no luchar. Y Cristo nos
cura como Médico y luego nos ayuda a luchar.
Gracias a la Medicina
de la Confesión, la experiencia del pecado no degenera desesperación. Termina
en una gran paz, en una inmensa alegría.
Solo aquel que se sabe
y se siente manchado experimenta la necesidad profunda de quedar limpio; solamente
quien es consciente de sus heridas y de sus llagas experimenta la urgencia de
ser curado. Hemos de sentir la inquietud por curar aquellos puntos que nuestro
examen de consciencia general o particular nos enseña que deben ser sanados.
Corta, pues, Señor
Jesús, la podredumbre de mis pecados. Mientras me tienes unido con los vínculos
del amor, corta cuanto esté infecto. Ven pronto a sajar las pasiones
escondidas, secretas y múltiples; saja la herida, no sea que la enfermedad se
propague a todo el cuerpo.
“He hallado un médico
que habita en el Cielo, pero que distribuye sus medicinas en la tierra. Solo Él
puede curar mis heridas, porque no las padece; solo Él puede quitar del corazón
la pena y del alma el temor, porque conoce las cosas más íntimas”.
“Permite la tentación y
se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para
desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y
por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para
darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas,
y…sobre todo para hacerte humilde, muy humilde”
Bienaventurado el varón
que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago- porque, probado, recibirá
la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman.
Confiad: Yo he venido
al mundo. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco
conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
Velad y orad para no
caer en tentación.
“Habremos de repetir
muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en
la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el
mismo Señor pone en nuestros labios la plegaria, bien estará que la repitamos
continuamente.
“Combatimos la
tentación manifestándola abiertamente al director espiritual, pues manifestarla
es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director
espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria
para dirigirle bien”.
Oración Continua;
sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el
Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación
que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad de
corazón, y una tierra y filial devoción a la Santísima Virgen: consuelo de los
afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y
dile: ¡Madre mía, confianza mía!
Mantiene valores que
debe al Cristianismo, como la dignidad de la persona humana, el sentimiento de
justicia y libertad, la laboriosidad, el espíritu de iniciativa, el amor a la
familia, el respeto a la vida, la tolerancia y el deseo de cooperación y de
paz, que son notas que la caracterizan.
Daremos ejemplo a la
hora de bendecir la mesa y de dar gracias por los alimentos recibidos;
sugeriremos el colocar una imagen de la Virgen en la casa, que indica que allí
hay alguien que cree y ama a la Madre de Dios.
“Una Iglesia
rejuvenecida, firme en la unidad, renovada en el afán de santidad y en el afán
apostólico de todos sus miembros”
El demonio “provoca
numerosos daños naturaleza espiritual e, indirectamente, de naturaleza incluso
física en los individuos y en la sociedad”.
“Acude a tu custodio, a
la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas
inspiraciones”.
El Señor nos ha dejado
medios para para vivir en el mundo con la paz y la alegría de un buen
cristiano. Entre esos medios están: la oración, la mortificación, la frecuente
recepción de la Sagrada Eucaristía y la Confesión, y el amor a la Virgen. El
uso de agua bendita es también eficaz protección contra el influjo del diablo:
“Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario
del agua bendita”.
“Ángel de Dios, que
eres mi custodio, ilumíname, custódiame, rígeme y gobiérname, ya que he sido
confiado a tu piedad celeste. Amén”.
Misión de los ángeles
custodios, por tanto, es auxiliar al hombre contra todas las tentaciones y
peligros, y traer a su corazón buenas inspiraciones. Son nuestros intercesores,
nuestros custodios, y nos prestan su ayuda cuando los invocamos.
“Los Santos interceden
por los hombres, mientras que los Ángeles Custodios no solo ruegan por los
hombres, sino que actúan alrededor de ellos. Si por parte de los
bienaventurados se da una intercesión, por parte de los ángeles hay una
intercesión y una intervención directa: son al mismo tiempo abogados de los
hombres cerca de Dios y ministros de Dios cerca de los hombres.
El Angel Custodio nos
puede prestar también ayudas materiales, si son convenientes para nuestro fin
sobrenatural o para el de los demás.
“Los ángeles, además de
llevar a Dios nuestras noticias, traen los auxilios de Dios a nuestras almas y
las apacientan como buenos pastores, con comunicaciones dulces e inspiraciones
divinas. Los ángeles nos defienden de los lobos, que son los demonios, y nos
amparan”.
“Ten confianza con tu
Ángel Custodio. Trátalo como un entrañable amigo –lo es- y él sabrá hacerte mil
servicios en los asuntos ordinarios de cada día”.
Al finalizar cada día,
cuando hacemos recuento de nuestras obras, podríamos decir: Misericordia, Dios
mío…Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina.
La Confesión nos hace
participar en la Pasión de Cristo y, por sus merecimientos, en su Resurrección.
Cada vez que recibimos este sacramento con las debidas disposiciones se opera
en nuestra alma un renacimiento a la vida de la Gracia.
La primera condición de
toda petición eficaz es conformar primero nuestra voluntad a la Voluntad de
Dios, que en ocasiones quiere o permite cosas y acontecimientos que nosotros no
queremos ni entendemos, pero que terminarán siendo de grandísimo provecho para
nosotros y para los demás. Cada vez que hacemos ese acto de identificación de
nuestro querer con el de Dios, hemos dado un paso muy importante en la virtud
de la humildad.
“Acordaos, ¡oh
piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que
han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado
vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos
también acudo…”.
El pecado deja una
huella en el alma que es preciso borrar con dolor, con mucho amor.
El cristiano es llamado
a la santidad, desde el lugar que ocupa en la sociedad. “Todos los fieles,
cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno
en su camino, a la perfección de la santidad, por la que el mismo Padre es
perfecto”. Todos y cada uno de los fieles.
Santificarnos en el
trabajo nos llevará a convertirlo en ocasión y lugar de trato con Dios. Para
esto, podemos ofrecer el trabajo al comenzarlo, y luego renovar ese
ofrecimiento con frecuencia, aprovechando cualquier circunstancia.
El cristiano ha de ser
otro Cristo.
El amor al Papa es
señal de nuestro amor a Cristo. Y este amor y veneración se han de poner de
manifiesto en la petición diaria por su persona y por sus intenciones.
La Cuaresma es un
tiempo muy oportuno para pedirle al Señor que nos ayude a formarnos muy bien la
conciencia, y para que examinemos si somos radicalmente sinceros son nosotros
mismos, con Dios, y con aquellas personas que en su nombre tienen la misión de
aconsejarnos.
Por esto, debemos
conocer muy bien los límites de nuestras actuaciones con arreglo a la honradez
humana y a la moral de Cristo, ser conscientes del bien que podemos realizar, y
hacerlo.
Para el caminante que
verdaderamente desea llegar a su destino lo importante es tener claro el
camino. Agradece las señales claras, aunque alguna vez indiquen un sendero un
poco más estrecho y dificultoso, y huirá de los caminos que, aunque sean anchos
y cómodos de andar, no conducen a ninguna parte… o llevan a un precipicio.
La gracia es lo único
que puede potenciar nuestros talentos humanos para realizar obras que están por
encima de nuestras posibilidades. Y Dios resiste a los soberbios y da su gracia
a los humildes.
“La humildad nos
empujará a que llevemos a cabo grandes labores; pero a condición de que no
perdamos de vista la conciencia de nuestra poquedad, con un convencimiento de
nuestra pobre indigencia que crezca cada día”.
Todo lo que queráis que
hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos.
“Penitencia es el
cumplimiento exacto del horario que te ha fijado. Es levantarse a la hora. No
dejar para más tarde, sin un motivo justificado, esa tarea que te resulta más
difícil o costosa. Compaginar tus obligaciones con Dios, con los demás y
contigo mismo. Tratar con la máxima caridad a los otros, empezando por los
tuyos. Atender con la mayor delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los
que padecen. Es interrumpir o modificar nuestros programas, por intereses
buenos y justos de los demás, sobre todo-así lo requieran”
¡Qué Alegría damos a
Dios cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos y brochazos de maestrillo, y
permitimos que sea Él quien añada los rasgos y colores que más le plazcan!
Porque el Hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención
por muchos.
Jesús viene a ofrecer
su reino a todos los hombres, su misión es universal. “El diálogo de salvación
no quedó condicionado por los méritos de aquellos a quienes se dirigía, se
abrió para todos los hombres sin discriminación alguna”.
Jesús viene para todos,
pues todos andamos enfermos y somos pecadores, nadie es bueno, sino uno, Dios.
Todos debemos acudir a la misericordia y al perdón de Dios para tener vida y
alcanzar la salvación.
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