domingo, 4 de septiembre de 2016

DE LA RAIZ DE JESÈ BROTARÀ UN VÀSTAGO


A la salutación angélica, con la que diariamente saludamos, con la devoción que nos es posible, a la santísima Virgen acostumbramos a añadir: Y bendito es el fruto de tu vientre. Esta cláusula la añadió Santa Isabel, después que la Virgen la hubo saludado, repitiendo últimas palabras de la salutación angélica: Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de vientre. Éste es el fruto del que dice Isaías: Aquel día el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento. Este fruto no es otro que el Santo de Israel, el cual es al mismo tiempo semilla de Abraham, vástago del Señor y flor que sube de la raíz de Jesé, fruto de vida del que hemos participado.



Bendito ciertamente, en la semilla y bendito en el vástago, bendito en la flor, bendito en el don, bendito, finalmente, en la acción de gracias y en la confesión, Cristo fue semilla de Abraham y de David, según la carne.



Èl fue el entre todos los hombres que se vio colmado de toda bondad, ya que se le dio el Espíritu sin medida, de modo que sólo Èl pudo cumplir toda justicia. Su justicia, en efecto, bastó para todos los pueblos, según está escrito: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos. Éste es el brote de justicia, adornado, para mayor abundancia, con la flor de la gloria. ¿Y qué gloria? La mayor que podamos imaginar o, mejor dicho, mayor que la que podamos imaginar. Un vástago, en efecto, subirá de la de Jesé. ¿Hasta dónde? Hasta lo más alto, ya que Jesucristo está en la gloria de Dios Padre. Su majestad ha sido exaltada sobre los cielos, para que el vástago del Señor sea joya y gloria, y el fruto del país honor y ornamento.

¿Y cuál es el fruto que nosotros sacamos de este fruto? De este fruto bendito recibimos el fruto de bendición. De esta semilla, de este vástago, de esta flor, primeramente, como semilla, por la gracia del perdón, después como brote, por el aumento de nuestra justicia, finalmente como flor, por la esperanza o la consecución de la gloria. Bendito, en efecto, por Dios y en Dios, esto es, para que Dios se glorificado en él; bendito también para nosotros, para que benditos por Èl seamos glorificados en Èl, ya que, por la promesa hecha a Abraham, Dios le dio la bendición de todos los pueblos.


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