Si el alma
eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá
que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene
puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los
que tuvieron una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su
cabeza, así como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo. Pues, así
como es que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que
tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el
que tiene los ojos puestos en la cabeza, y, por tanto, el que tiene puestos en
toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente absoluta), en la
verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien. Porque el sabio
tiene sus ojos puestos en la cabeza, más el necio camina en tinieblas. El que
no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que
la luz sea para él tinieblas.
Por el
contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba
y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles,
como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser insensato por Cristo. Porque
su prudencia y sabiduría no consistía en las cosas que retienen nuestra atención
aquí abajo. Por esto dice: Nosotros somos insensatos por Cristo, que es lo
mismo que decir: Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este mundo,
porque miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza. Por esto vivía
privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo hambre y sed.
¿Quién no
lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia
de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada,
viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue
su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la
cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿Quién podrá apartarnos del amor de
Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez?
¿El peligro? ¿La espada? Que es como dijese: ¿Quién apartara mis ojos de la
cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables? A nosotros nos
manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a poner nuestro corazón en las cosas
del cielo, lo que equivale a decir tener los ojos puestos en la cabeza:
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