Escucha,
hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas, que trascienden toda la ciencia de
los filósofos y letrados de este mundo. Mis palabras son espíritu y son vida, y
no se pueden ponderar partiendo del criterio humano.
No deben
usarse con miras a satisfacer la vana complacencia, sino oírse en silencio, y
han de recibirse con humildad y gran afecto del corazón.
Y dije:
Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley, dándole descanso
tras los años duros, para que no viva desolado aquí en la tierra.
Yo -dice el
Señor- instruí a los profetas desde antiguo, y no ceso de hablar a todos hasta
hoy; pero muchos se hacen sordos a mi palabra y se endurecen en su corazón.
Los más
oyen de mejor grado al mundo que a Dios, y más fácilmente siguen las apetencias
de la carne que el beneplácito divino.
Ofrece el
mundo cosas temporales y efímeras, y, con todo, se le sirve con ardor: Yo
prometo lo sumo y eterno, y los corazones de los hombres languidecen presa de
la inercia.
¿Quién me
sirve y obedece con tanto empeño y diligencia como se sirve al mundo y a sus
dueños?
Sonrójate,
pues, siervo indolente y quejumbroso, de que aquéllos sean más solícitos para
la perdición que tú para la vida.
Más se
gozan ellos en la vanidad que tú en la verdad. Y ciertamente, a veces quedan
fallidas sus esperanzas; en cambio, mi promesa a nadie engaña ni deja frustrado
al que funda su confianza en mí.
Yo daré lo
que tengo prometido, lo que he dicho lo cumpliré. Pero a condición de que mi
siervo se mantenga fiel hasta el fin.
Yo soy el
remunerador de todos los buenos, así como el fuerte que somete a prueba a todos
los que llevan una vida de intimidad conmigo.
Graba mis
palabras en tu corazón y medítalas una y otra vez con diligencia, porque tendrás
gran necesidad de ellas en el momento de la tentación.
Lo que no
entiendas cuando leas lo comprenderás el día de mi visita.
Porque de
dos medios suelo usar para visitar a mis elegidos: la tentación y la consolación.
Y dos
elecciones les doy todos los días: una consiste en reprender sus vicios, otra
en exhortarles a progresar en la adquisición de las virtudes.
El que
escucha mis palabras y las rechaza ya tiene quien lo condene en el último día.
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