Queridos
hermanos, nuestro Señor Jesucristo, que ha creado todas las cosas desde la
eternidad, se ha convertido hoy en nuestro salvador, al nacer de su madre.
Quiso nacer hoy en el tiempo, para conducirnos a su Padre eterno. Dios se hizo
hombre, para que el hombre se hiciera Dios. Hoy se hace hombre el Señor de los
ángeles, para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles.
Hoy
se cumple aquella profecía que dice: Cielos, destilad el roció; nubes, derramad
al Justo; ábrase la tierra y brote el Salvador. El Creador fue hecho, para que
fuera salvado el pecador. Pues esto es lo que el hombre reconoce en los salmos:
Antes de ser humillado, pequé. El hombre pecó y se convirtió en reo: nació el
Dios hombre, para que fuera liberado el reo. El hombre cayó, pero Dios
descendió. Cayó el hombre miserablemente, bajó Dios misericordiosamente; cayó
el hombre por la soberbia, bajó Dios con su gracia.
Hermanos
míos, ¡qué milagros y prodigios! Las leyes naturales se cambian en el hombre:
Dios nace, una virgen concibe sin la intervención del hombre, la sola palabra
de Dios fecunda a aquella que no conoce varón.
Es
al mismo tiempo virgen y madre. Es madre, pero intacta; la virgen tiene un hijo
sin intervención del hombre; es siempre inmaculada, pero no infecunda. Sólo
nació sin pecado aquel que fue concebido por la obediencia del espíritu y no
por los deseos y caricias de la carne.
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