¿Quién puede conocer los tesoros de sabiduría y
ciencia ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? Él, siendo
rico, se hizo pobre por nosotros, para que nos enriqueciéramos con su pobreza.
Al asumir nuestra condición mortal, destruyendo así la muerte, se mostró en
pobreza; pero con ello nos garantizó las riquezas futuras, sin perder las que había
dejado.
¡Cuán grande es la bondad que ha reservado para sus
fieles, y que comunica a los que esperan en él!
Ahora nuestro conocimiento es parcial, hasta que
llegue lo perfecto. Para hacernos capaces de esta perfección futura, él, igual
al Padre por su condición de Dios, se hizo semejante a nosotros, tomando la condición
de esclavo, para restituirnos nuestra semejanza con Dios; él, Hijo único de
Dios, se hizo Hijo del hombre, para convertir en hijos de Dios a todos los
hijos de los hombres; tomando la condición visible de esclavo, abolió nuestra condición
de esclavos, haciéndonos libres y capaces de contemplar la naturaleza de Dios.
Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado
lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es.
Aquellos tesoros de sabiduría y ciencia, aquellas
riquezas divinas, son llamados así porque ellos nos bastarán. Y aquella gran
bondad es llamada así porque nos saciará, Muéstranos, pues, al Padre, y eso nos
bastará.
Hasta que llegue este momento, hasta que nos muestre
aquello que ha de bastarnos, hasta que podamos beber y saciarnos de aquella
fuente de vida que es él mismo, mientras caminamos por la vía de la fe, vivimos
en el destierro, lejos de él, mientras tenemos hambre y sed de perfección y
santidad y deseamos con ardor inefable contemplar la belleza de Dios,
celebremos con humilde devoción su nacimiento en condición de esclavo.
No podemos aún contemplar cómo es engendrado por el
Padre antes de la aurora; festejemos su nacimiento de la Virgen en plena noche.
Aún percibimos cómo su nombre es eterno y su fama dura como el sol; reconozcamos
que su tienda ha sido puesta en el sol.
Aún no vemos al Unigénito que permanece en el Padre;
recordemos el Esposo sale de su alcoba. Aún no ha llegado el momento de
sentarnos a la mesa de nuestro Padre; veneremos el pesebre de nuestro Señor
Jesucristo.
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