lunes, 9 de mayo de 2016

DE LOS HECHOS DE LOS APOSTOLES


DISCURSO DE PABLO A LOS JUDIOS DE ISRAEL



En aquellos días, el tribuno concedió a Pablo la palabra, y Pablo, de pie en lo alto de la escalinata, hizo señal con la mano en dirección al pueblo. Y, en medio de un gran silencio, les dirigió en arameo este discurso:



“Hermanos y padres, escuchad esta mi defensa, que os dirijo ahora”.



Cuando oyeron que les hablaba en arameo, guardaron mayor silencio todavía. Y el prosiguió:



“Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero crecido en esta ciudad y formado don toda escrupulosidad en la ley de nuestros padres, en la escuela de Gamaliel. Yo estaba lleno de celo de la gloria de Dios, como todos vosotros lo estáis ahora; y perseguí de muerte a los seguidores de esta doctrina, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres. Esto lo pueden testificar el mismo sumo sacerdote y el Consejo en pleno de los ancianos. De éstos recibí cartas de recomendación para nuestros hermanos de Damasco, y allá me dirigí con la intención de traer encadenados a Jerusalén a cuantos allí hubiera, para que recibiesen su castigo.



Pero cuando ya en mi viaje me acercaba a Damasco, hacia eso del mediodía, de repente me envolvió una luz vivísima del cielo. Yo caí al suelo, y oí una voz, que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Yo respondí: ¿Quién eres, Señor” Y me dijo: “¿Yo soy Jesús el Nazareno, a quien persigues”? Los que me acompañaban vieron efectivamente la luz, pero no entendieron la voz que me hablaba. Y repuse: ¿Qué tengo que hacer Señor?” Y el Señor me dijo: “Levántate y vete a Damasco. Allí te dirá Dios todo cuanto ha determinado que hagas”



Como yo no podía ver el resplandor de aquella luz, mis compañeros me tomaron de la mano, y así entré en Damasco. Un tal Ananías, hombre observante de la ley, y estimado por todos los judíos que vivían allí, vino a verme y, puesto en mi presencia, me dijo: “Saulo, hermano, recobra la vista.” Y en aquel momento mismo instante la recobré. Y continuó: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para darte a conocer su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras una palabra de su boca; porque asegurarás ante todos los hombres la verdad de todo cuanto has visto y oído. Y ahora, ¿a qué aguardas? Recibe en seguida el bautismo y purifícate de tus pecados, invocando su nombre.”



Después, cuando ya volví a Jerusalén, estando en oración en el templo, tuve un éxtasis; y vi a Jesús que me decía: “Daté prisa y sal de Jerusalén cuanto antes, porque no van a aceptar el testimonio que les vas a dar de mi persona.” Yo contesté: “Señor, ellos saben que yo hacía encarcelar y azotar en las sinagogas a los que creían en ti; y que, cuando derramaron la sangre de tu testigo Esteban, yo en persona estaba allí presente, dando mi aprobación y guardando los vestidos de quienes le daban muerte.” Y él me dijo: “Vete; que yo te voy a mandar lejos, a los gentiles.””




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