MUCHOS SON LOS SENDEROS.
PERO UNO SOLO ES EL CAMINO.
Éste es, amados hermanos, el camino por el que
llegamos a la salvación, Jesucristo, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones,
sostén y ayuda de nuestra debilidad.
Por él, podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de
los cielos; por él, vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de
Dios; por él, se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él, nuestra mente,
insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él, quiso el
Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es el resplandor de su
gloria y ha llegado a ser tanto mayor que los ángeles, cuanto es más augusto
que el de ellos el nombre que ha recibido en herencia.
Militemos, pues, hermanos, con todas nuestras fuerzas,
bajo sus órdenes irreprochables.
Fijémonos en los soldados que prestan servicio bajo
las órdenes de nuestros gobernantes: su disciplina, su obediencia, su
sometimiento en cumplir las órdenes que reciben. No todos son generales ni
comandantes ni centuriones ni oficiales ni todos tienen alguna graduación; sin
embargo, cada cual, en el sitio que le corresponde, cumple lo que le manda el
rey o cualquiera de sus jefes. No los grandes podrían hacer nada sin los
pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad depende precisamente
de la conjunción de todos.
Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo. La cabeza sin
los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más
ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo;
más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo.
Procuremos, pues, conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo
Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le
ha sido asignada por donación de Dios.
El fuerte sea protector del débil, el débil respete al
fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado
quién remedie su necesidad. El sabio manifieste su sabiduría no con palabras,
sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que
sean los demás quienes lo hagan. El que es casto en su cuerpo no se gloríe de
ello, sabiendo que es otro quien le otorga el don de la continencia.
Consideremos, pues, hermanos, de qué materia fuimos
hechos, cuáles éramos al entrar en este mundo; de qué sepulcro y tinieblas nos
sacó nuestro Creador, para introducirnos en su mundo, donde ya de antemano,
antes de nuestra existencia, nos tenía preparados sus dones.
Por esto debemos dar gracias a aquel de quien nos
vienen todos estos bienes, al cual se la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
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