Libra mis ojos de
la muerte;
dales la luz, que
es su destino.
Yo, como el ciego
del camino,
pido un milagro
para verte.
Haz de esta piedra
de mis manos
una herramienta
constructiva,
cura su fiebre
posesiva
y ábrela al bien
de mis hermanos.
Haz que mi pie
vaya ligero.
Da de tu pan y de
tu vaso
al que te sigue,
paso a paso,
por lo más duro del
sendero.
Que yo comprenda,
Señor mío,
al que se queja y
retrocede;
que el corazón no
se me quede
desentendidamente
frío.
Guarda mi fe del
enemigo.
¡Tantos me dicen
que estás muerto!
Y entre la sombra
y el desierto
dame tu mano y ven
conmigo. Amén
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