El Señor soportó
que su cuerpo fuera entregado a la destrucción para que nosotros fuéramos
santificados mediante el perdón de nuestros pecados, por la aspersión de su sangre.
En efecto, hallamos en la Escritura estas palabras acerca de él, referidas ya a
Israel, ya a nosotros: Fue herido por nuestras rebeldías, triturado por
nuestros crímenes; por sus llagas hemos sido curados. Como cordero llevado al
matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Por esto
debemos estar sumamente agradecidos al Señor, ya que nos ha mostrado las cosas
pasadas, nos ha instruido acerca de las presentes y no nos ha dejado en la
ignorancia respecto de las futuras.
Dice la Escritura;
No se tiende injustamente la red a lo que tiene alas. Con estas palabras quiere
significar que con justicia se condena el hombre que, habiendo conocido el
camino de la justicia, escoge el camino de las tinieblas. Hay más, hermanos
míos; si el Señor soportó el sufrir por nuestras almas, con todo y ser el alma
del universo, a quien dijo Dios en la creación del mundo: Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza, ¿cómo soportó el sufrir por mano de hombres? Voy a
explicároslo. Los profetas, con la gracia que de él habían recibido,
profetizaron acerca de él; y él, porque tenía que mostrarse en nuestra
condición humana, para destruir la muerte y manifestar la resurrección de entre
los muertos, sufrió para cumplir las promesas hechas a los padres y para
demostrar, formándose en nuevo pueblo, mientras estaba en la tierra, su futura
condición de juez. Finalmente, él predicó y enseñó al pueblo de Israel e hizo
tan grandes prodigios y señales para demostrarle su gran amor.
Y al renovarnos
por el perdón de nuestros pecados, nos dio un nuevo ser, un alma como de niños,
ya que nos creó de nuevo. Dice, en efecto, la Escritura. Citando las palabras
con las que Padre habla al Hijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza, y que domine a las bestias de la tierra, a las aves del cielo y a
los peces del mar. Y dijo el Señor, al contemplar la hermosura de nuestra
naturaleza: Creced y multiplicaos y llenad la tierra.
Todo esto lo decía
el Padre a su Hijo. Pero voy a mostrarte también lo que nos dice de nosotros.
Al llegar la plenitud de los tiempos realizó la segunda creación. Dice, en
efecto, el Señor: Mirad que hago lo último igual que lo primero. El profeta tenía
estas palabras ante sus ojos cuando decía: Entrad en la tierra que mana leche y
miel y enseñoreaos de ella. Por tanto, nosotros hemos sido creados de nuevo,
tal como dice otro de los profetas: He aquí, dice el Señor, el corazón de
piedra, y pondré en su interior un corazón de carne. Por esto él quiso
manifestarse en carne y habitar entre nosotros. La morada de nuestro corazón de
carne. Por esto él quiso manifestarse en carne y habitar entre nosotros. La
morada de nuestro corazón, hermanos míos, es, en efecto un templo santo para el
Señor.
Por esto el Señor
dice también: Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea de los
santos te alabaré. Por consiguiente, somos nosotros los que el Señor ha
introducido en la tierra buena.
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