Había un príncipe que
tenía la espalda torcida, lo que le impedía ser el tipo de príncipe que quería
ser. Un día el rey mandó que un escultor hiciera una estatua del príncipe con
la espalda recta. Luego la puso en el jardín. Cuando el príncipe la vio se puso
a contemplarla y deseó ser como ella. La gente pronto comenzó a decir: “La
espalda del príncipe se está enderezando”. Cuando el príncipe escuchó estos
comentarios se pasó más horas estudiando la estatua. Un día se puso de pie y
vio que estaba tan recto como la estatua. Esta historia es una parábola acerca
de príncipes y princesas, pero un defecto impide alcanzar el propósito para el
cual hemos venido al mundo. Por tal razón Dios envió a Jesús, para enseñarnos
que podemos alcanzar el propósito para el cual hemos sido creados.
“Aquí hay un joven que
nació de una mujer campesina… Trabajó en el taller de un carpintero hasta que
cumplió treinta años… Nunca fue propietario de una casa. Nunca tuvo familia. Nunca
fue a la universidad… No tenía otra credencial más que su propia persona.
Mientras que aún era joven la ola de opiniones de la gente se volvió en su
contra. Sus amigos lo dejaron… Fue clavado en la cruz, rodeado de dos ladrones…
Cuando murió lo pusieron en una tumba prestada… Han pasado veinte siglos y hoy
él es el líder del pilar del progreso. Y estoy en lo cierto cuando digo que
todos los ejércitos que han marchado y todos los reyes que han reinado, todos
ellos juntos, no han afectado a la vida de la raza humana como lo ha hecho esta
única Vida Solitaria”.
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