El
cazador de sandías es una parábola islámica sobre un viajero que cayó en “La
Tierra de los Tontos”. En las afueras de un pueblo vio que la gente corría
despavorida, gritando como locos: “¡Hay un monstruo en nuestras tierras!”. El
viajero se fue acercando y vio que el monstruo era solamente una sandía, algo
que los tontos no habían visto antes. Para demostrarles lo valiente que era, el
viajero cortó la sandía y se la comió. Cuando la gente vio esto, enloquecieron
más y gritaban: “¿Él es peor que el monstruo!”. Meses después, otro viajero
cayó por esos lugares y fue a parar a “La Tierra de los Tontos” y se repitió la
misma escena.
Esta
vez el viajero no se hizo el héroe sino se quedó a vivir entre los tontos y les
enseño todo lo que sabía acerca de las sandías. Con el tiempo, ellos las
estaban cultivando y comiendo.
En su libro El camino al éxito Louis
Binstock dice:
“Durante medio siglo se ha enseñado con
ejemplos de vida y consejos que el éxito material -
adquirir fama, dinero, prestigio y poder
- es la meta más importante para
la vida.” Concluye diciendo: “Queda comprobado que estábamos equivocados”.
Berry Gordy, que fue presidente de las Empresas Motown, comentó en el New York
Times: “Hoy en día mucha gente llega a la cumbre del éxito… y se dan cuenta que
se sienten profundamente tristes y solos”.
Me preguntan, “¿Dónde me equivoqué”.
A lo largo de treinta años Abraham
Lincoln sufrió varios fracasos, entre ellos:
En 1832 perdió en las elecciones
legislativas.
En 1833 fracasó en los negocios.
En 1836 sufrió una crisis nerviosa.
En 1843 perdió la candidatura al
Congreso.
En 1854 fue derrotado en la elección al
Senado.
En 1856 perdió la postulación a la
Vicepresidencia.
Cuando fue elegido presidente en 1860,
Lincoln estaba preparado para la penosa experiencia de la Guerra Civil. Otro
hombre se hubiese sentido abatido por las tribulaciones de la guerra. Pero no
Abraham Lincoln. El habría aprendido a aceptar los designios del Señor:
enfermedad en vez de saludo, pobreza en vez de riqueza, deshonor en vez de
honor. El Viernes Santo de 1863 Lincoln aceptó la opción final: una vida corta
en vez de una larga. Fue asesinado.
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