Como
a Belén llegaste a dar a luz al Hijo,
del
Padre la sustancia, de tu carne vestido,
al
Tepeyac desciendes por engendrar al indio
al
amor de una patria y a la fe en Jesucristo.
A
prueba de unas rosas nacidas del invierno,
tú
pediste que se erija en la colina un templo;
de
tu vientre nos naces a doble alumbramiento,
flor
de patria mestiza y fruto de Evangelio.
Diego
cree que en su ayate va una carga de rosas,
que
a vista del obispo como argumento arroja;
sólo
una Rosa impresa en tez morena asoma,
a
pinceles pintada por Quien pintó la aurora.
Danos
la paz y el trigo, Señora y Niña nuestra,
una
patria que sume hogar, templo y escuela,
un
pan que alcance a todos y una fe que se encienda
por
tus manos unidas, por tus ojos de estrella. Amén.
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