El
cielo, los astros, la tierra, los ríos, el día, la noche, y todo lo que se
halla sometido al poder y al servicio del hombre, se congratulan. Señora,
porque, habiendo perdido su antigua nobleza, ahora han sido en cierto modo
resucitados por ti y dotados de una gracia nueva e inefable.
Porque
todas estas cosas estaban como muertas,
al haber perdido su congénita dignidad de servir al dominio y utilidad de los
que alaban a Dios, que para eso habían sido creadas; estaban oprimidas y
afeadas por el abuso de los que servían a ídolos, para los cuales no habían
sido creadas. Ahora se alegran como si hubieran vuelto a la vida, porque ya
vuelven a estar sometidas al dominio de los que confiesan a Dios, y
embellecidas por su uso natural.
Es
como si hubiesen saltado de alegría por esta gracia nueva e inapreciable, al
sentir que el mismo Dios, su mismo creador, no sólo reinaba sobre ellas de un
modo invisible, sino que incluso lo vieron en medio de ellas, santificándolas
visiblemente con su uso. Estos bienes tan grandes provinieron a través del
fruto bendito del vientre sagrado de la Virgen María.
Por
tu plenitud de gracia, lo que estaba en el país de los muertos se alegra al sentirse
liberado, y lo que está por encima del mundo se alegra al sentirse restaurado.
En efecto, por el glorioso Hijo de tu gloriosa virginidad, todos los justos que
murieron antes de la muerte vivificante de Cristo se alegran al verse libres de
su cautividad, y los ángeles se congratulan por la restauración de su ciudad
medio en ruinas.
¡Oh
mujer llena y rebosante de gracia, con la redundancia de cuya plenitud rocías y
haces reverdecer toda la creación! ¡Oh Virgen bendita y desbordante de
bendiciones, por cuya bendición queda bendecida toda la naturaleza, no sólo la
creatura por el Creador, sino también el Creador por la creatura!
Dios,
a su Hijo, el único engendrado de su seno igual a sí, al que amaba como a sí
mismo, lo dio a María; y de María se hizo un hijo, no distinto, sino el mismo,
de suerte que por naturaleza fuese el mismo y único Hijo de Dios y de María. Toda
la naturaleza ha sido creada por Dios, y Dios ha nacido en María. Dios lo creó
todo, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí
mismo de María; y de este modo rehízo todo lo que había hecho. El que pudo
hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin
María.
Dios,
por tanto, es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas
recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal
restauración. Porque Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho, y María
dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual
nada en absoluto existiría, y María dio a luz a aquel sin el cual nada sería
bueno.
En
verdad el Señor está contigo, ya que él ha hecho que toda la naturaleza
estuviera en tan gran duda contigo y con él.
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