Cuando vino Dios visiblemente a sus creaturas y fue
sostenido por esta creación que es por él mismo sostenida, expió aquella
desobediencia cometida bajo un árbol, por medio de la obediencia efectuada
sobre otro árbol, y destruyó así la seducción con que fue vilmente engañada
aquella virgen Eva, destinada ya para un varón, con la verdad que le fue
venturosamente anunciada por el ángel a la Virgen María, ya también prometida a
otro varón.
Y así como Eva fue seducida por un ángel para que se
alejara de Dios, desobedeciendo su palabra, así María fue notificada por otro
ángel de que llevaría a Dios en su seno, si obedecía su palabra. Y como aquélla
fue inducida a no obedecer a Dios, así ésta fue persuadida a obedecerlo, y de
esta manera la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.
Al renovar profundamente el Señor todas las cosas, declaró
la guerra a nuestro enemigo, aplastó a aquel que en un principio nos había
hecho cautivos en Adán y pisoteó su cabeza, según lo que, en el Génesis, Dios
dice a la serpiente: Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el
suyo: él herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón.
Con ello se anunciaba que aquel que debía nacer de una
mujer Virgen, hecho hombre como Adán, aplastaría la cabeza de la serpiente. De
esta habla el Apóstol, en la carta a los Galatas, cuando dice: La ley mosaica
fue puesta por Dios hasta que viniese la descendencia a quien se habían hecho
las promesas.
Más claramente aún lo demuestra, en esa misma carta,
al decir: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una
mujer. El enemigo no hubiera sido vencido con justicia si el hombre que lo
venció no hubiera nacido de una mujer, pues ya desde el comienzo se opuso al
hombre, dominándolo por medio de la mujer.
Por eso el Señor afirma que él es el Hijo del hombre,
el hombre por excelencia, el cual resume en sí al linaje nacido de mujer, de
modo que, si nuestra especie bajó a la muerte a causa de un hombre vencido, por
un hombre victorioso subamos de nuevo a la vida.
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