Los
que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer de lo alto por el Espíritu Santo y
poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son guiados por el
Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son conducidos de manera
invisible y suave por la acción de la gracia.
A
veces, lloran y se lamentan por el género humano y ruegan por él con lágrimas y
llanto, encendidos de amor espiritual hacia el mismo.
Otras
veces, el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan grandes que,
si pudieran, abrazarían en su corazón a todos los hombres, sin distinción de
buenos o malos.
Otras
veces, experimentan un sentimiento de humildad que los hace rebajarse por
debajo de todos los demás hombres, teniéndose a sí mismos por los más abyectos
y despreciables.
Otras
veces, el Espíritu les comunica un gozo inefable.
Otras
veces, son como un hombre valeroso que, equipado con toda la armadura regia y
lanzándose al combate, peles con valentía contra sus enemigos y los vence. Así
también el hombre espiritual, tomando las armas celestiales del Espíritu,
arremete contra el enemigo y lo somete bajo sus pies.
Otras
veces, el alma descansa en un gran silencio, tranquilidad y paz, gozando de un
excelente optimismo y bienestar espiritual y de un sosiego inefable.
Otras
veces, no experimenta nada en especial.
De
este modo, el alma es conducida por la gracia a través de varios y diversos estados,
según la voluntad de Dios que así la favorece, ejercitándola de diversas
maneras, con el fin de hacerla íntegra, irreprensible y sin mancha ante el
Padre celestial.
Pidamos
también nosotros a Dios, y pidámoslo con gran amor y esperanza, que nos conceda
la gracia celestial del don del Espíritu, para que también nosotros seamos
gobernados y guiados por el mismo Espíritu, según disponga en cada momento la
voluntad divina, y para que él nos reanime con su consuelo multiforme; así, con
la ayuda de su dirección y ejercitación y de su moción espiritual, podremos
llegar a la perfección de la plenitud de Cristo, como dice el Apóstol: Para que
seáis colmados hasta poseer toda plenitud de Cristo.
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