Entre una serpiente de bronce que sana a aquellos
mordidos por las serpientes y un pedazo de pan que sana el espíritu de aquellos
que han sido presa de satanás.
Escuché el otro día una prédica hermosa sobre el
tiempo de espera que es necesario al humano para poder, verdaderamente,
entender y encontrar a Dios.
Entre otras cosas maravillosas, mencionaba que Dios
sacó a su pueblo de Egipto y los llevo por un camino en medio del desierto que
tardaron en recorrer 40 años, mismo que se puede recorrer en solo 3 meses.
No solo eso, sino que Dios le ordenó a Moisés que
tomará el camino más largo hacia la tierra prometida (el que se puede recorrer)
en 3 meses y evitará otros más cortos aún.
Dios sabía lo que hacía. Nosotros no lo entenderíamos
al igual que no lo entendieron los Judíos.
Era necesario evitar caminos cortos que alimentarán la
tentación al pueblo Judío de regresarse a Egipto.
Era necesario el camino más largo por el que tuvieran
que cruzar un mar que serviría de frontera infranqueable para no poder regresar
a Egipto.
Eran necesarios 40 años de travesía y no 3 meses o
cualquier periodo menor a 40 años por la sencilla razón que la Tierra Prometida
era para una nueva generación, purificada, limpia... diferente.
Y... ¿por qué todo esto?
Porque el problema no era sacar al pueblo Judío de
Egipto (y muy bien lo podemos aplicar a nosotros), el problema era (y es para
nosotros) sacar a Egipto del corazón. Del pueblo Judío.
Hoy leemos con que facilidad, y tantas veces, el pueblo
Judío extrañaba su esclavitud en Egipto, su manera de vivir anterior y renegaba
de sus sufrimientos por la libertad que Dios les estaba ofreciendo... vaya,
igualito a nosotros.
Por eso en el Evangelio de hoy, debemos entender que
de la misma manera que para los judíos -y en general
para los contemporáneos de Jesús- les resultaba difícil el creer que el
"hombre" que se presentaba ante ellos era el mismo YHVH, es decir
"Yo Soy", así para muchos resulta imposible que el pedacito de pan
que está sobre el altar después de la consagración sea ese mismo Jesucristo,
verdadero Dios y verdadero hombre.
Quizás esa sea la causa de que, así como Cristo fue
despreciado en su humanidad, hoy no se valore e incluso sea despreciada la
Sagrada Comunión por muchos "cristianos". Llama la atención la poca
devoción con la que algunos cristianos se acercan a recibir a Jesús Eucaristía.
¿Será que piensan que no es posible que ese sea el mismo que ahora reina por
los siglos de los siglos?
La oración que decimos antes de comulgar causó la
curación de un enfermo, pues quien la pronunció creyó verdaderamente que se
encontraba ante "Dios", para quien nada es imposible. Pensemos
cuántas cosas pasarían en nuestra vida, en nuestros enfermos si nosotros
tuviéramos la fe del Centurión, y viéramos en la hostia a "Yo Soy",
al mismo Jesús, para quien todo es posible. Ojalá y después de estas palabras
muchos crean en él.
Primera Lectura
Números 21, 4-9
En aquellos días, los hebreos salieron del monte Hor
en dirección al mar Rojo, para rodear el territorio de Edom; pero por el
camino, el pueblo se impacientó y murmuró contra Dios y contra Moisés,
diciendo: «¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Para qué muriéramos en el
desierto? No tenemos pan ni agua y ya estamos hastiados de esta miserable
comida».
Entonces envió Dios contra el pueblo serpientes
venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a
Moisés y le dijo: «Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Ruega
al Señor que aparte de nosotros las serpientes». Moisés rogó al Señor por el
pueblo y el Señor le respondió: «Haz una serpiente como ésas y levántala en un
palo. El que haya sido mordido por las serpientes y mire la que tú hagas,
vivirá». Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en un palo; y si
alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado.
El Evangelio de hoy
Juan 8, 21-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo me voy y
ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no
pueden venir». Dijeron entonces los judíos: «¿Estará pensando en suicidarse y
por eso nos dice: '¿A dónde yo voy, ustedes no pueden venir’?» Pero Jesús
añadió: «Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este
mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecados,
porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados».
Los judíos le preguntaron: «Entonces ¿quién eres tú?»
Jesús les respondió: «Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que
tengo que decir de ustedes y mucho que condenar. El que me ha enviado es veraz
y lo que yo le he oído decir a él es lo que digo al mundo». Ellos no
comprendieron que hablaba del Padre.
Jesús prosiguió: «Cuando hayan levantado al Hijo del
hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta; lo que
el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado
solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada». Después de decir estas
palabras, muchos creyeron en él.
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