Oración del santo padre Francisco al concluir el Vía
Crucis de este Viernes santo:
Oh Cristo dejado solo y traicionado hasta por los tuyos y
vendido a bajo precio.
Oh Cristo juzgado por los pecadores y entregado por los
jefes.
Oh Cristo lacerado en la carne, coronado de espinas y
vestido de púrpura.
Oh Cristo abofeteado y atrozmente clavado.
Oh Cristo atravesado por la lanza que ha lacerado tu
corazón,
Oh Cristo muerto y sepultado, tú que eres el Dios de la
vida y de la existencia.
Oh Cristo nuestro único salvador, volvemos a ti también
este año con los ojos bajos por la vergüenza y con el corazón lleno de
esperanza:
- de vergüenza por todas las imágenes de devastación, de
destrucción y de naufragio que se volvieron comunes en nuestra vida;
- vergüenza por la sangre inocente que cotidianamente es
derramado por mujeres, niños, inmigrantes y personas perseguidas por el color
de su piel o por su apariencia étnica y social y por su fe en ti;
- vergüenza por todas las veces que, como Judas y Pedro,
te hemos vendido y traicionado, y dejado morir solo por nuestros pecados,
escapando como cobardes de nuestra responsabilidad;
- vergüenza por nuestro silencio delante de las
injusticias; por nuestras manos perezosas para dar y ávidas para quitar y
conquistar; por nuestra voz estridente para defender nuestros intereses y
tímida al hablar de aquellos de los otros; por nuestros pies veloces en el
camino del mal y paralizados en los del bien.
- vergüenza por todas las veces que nosotros los obispos,
sacerdotes, consagrados y consagradas hemos escandalizado y herido tu cuerpo,
la Iglesia; y nos hemos olvidado de nuestro primer amor, nuestro primer
entusiasmo y nuestra total disponibilidad, dejando oxidar nuestro corazón y
nuestra consagración.
Tanta vergüenza Señor, pero nuestro corazón tiene
nostalgia también de la esperanza confiada de que tú no nos trates según
nuestros méritos sino únicamente de acuerdo con la abundancia de tu
misericordia;
- que nuestras traiciones no vuelvan menor la inmensidad
de tu amor;
- que tu corazón, materno y paterno, no se olvida a pesar
de la dureza de nuestras entrañas.
La esperanza segura de que nuestros nombres están
grabados en tu corazón y que estamos colocados en la pupila de tus ojos;
- la esperanza que tu Cruz transforme nuestros corazones
endurecidos en corazones capaces de soñar, de perdonar y de amar; transforma esta
noche tenebrosa de tu cruz en el alba fulgurante de tu Resurrección;
- la esperanza es que tu fidelidad no se apoya en la
nuestra;
- la esperanza de que las hileras de hombres y mujeres
fieles a tu cruz sigue y seguirá viviendo fiel como la levadura que da sabor y
como la luz que abre nuevos horizontes en el cuerpo de nuestra humanidad
herida;
- la esperanza de que tu Iglesia buscará de ser la voz
que grita en el desierto de la humanidad para preparar el camino de tu retorno
triunfal, cuando vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos;
- ¡la esperanza que el bien vencerá a pesar de su
aparente derrota!
Oh Señor Jesús, Hijo de Dios, víctima inocente de nuestro
rescate, delante a tu estandarte real, a tu misterio de muerte y de gloria,
delante a tu patíbulo, nos arrodillamos, avergonzados y llenos de esperanza, y
te pedimos de lavarnos en con tu sangre y agua que salieron de tu corazón
lacerado; de perdonar nuestros pecados y nuestras culpas;
- te pedimos de acordarte de nuestros hermanos arrasados
por la violencia, la indiferencia y la guerra;
- te pedimos de quebrar las cadenas que nos tienen presos
en nuestro egoísmo, en nuestra ceguera voluntaria y en la vanidad de nuestros
cálculos mundanos.
Oh Cristo, te pedimos de enseñarnos a no avergonzarnos
nunca de tu cruz, a no instrumentalizarla, pero honrarla y adorarla, porque con
esa tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de
tu amor, la injusticia de nuestros juicios y la potencia de tu misericordia.
Amén.
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