CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL SANTO
PADREFRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO
DE LA CASA COMÚN (3ª. parte)
III. Pérdida de
biodiversidad
Los recursos de
la tierra también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de
entender la economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de
selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían
significar en el futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la
alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples
servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves
para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún
problema ambiental.
Pero no basta
pensar en las distintas especies sólo como eventuales « recursos » explotables,
olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de
especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya
no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por
razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles
de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos
su propio mensaje. No tenemos derecho.
Posiblemente nos
inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor
visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son
necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la
innumerable variedad de microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que
suelen pasar desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar
el equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano debe intervenir cuando
un geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención humana
en una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes
desastres que el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de
tal modo que la actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos
que esto implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del
ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su
desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que
posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables
los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que este
nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica
y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo
de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De
este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e
irrecuperable, por otra creada por nosotros.
Cuando se
analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los
efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un
estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de
algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca
relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y
otras construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces los
fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni
desplazarse libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de
extinción. Existen alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras,
como la creación de corredores biológicos, pero en pocos países se advierte
este cuidado y esta previsión. Cuando se explotan comercialmente algunas
especies, no siempre se estudia su forma de crecimiento para evitar su
disminución excesiva con el consiguiente desequilibrio del ecosistema.
El cuidado de
los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque
cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa
realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el
descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda
obtener. En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos
hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos
mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes
beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los
altísimos costos de la degradación ambiental.
Algunos países
han avanzado en la preservación eficaz de ciertos lugares y zonas –en la tierra
y en los océanos– donde se prohíbe toda intervención humana que pueda modificar
su fisonomía o alterar su constitución original. En el cuidado de la
biodiversidad, los especialistas insisten en la necesidad de poner especial
atención a las zonas más ricas en variedad de especies, en especies endémicas,
poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva. Hay lugares que
requieren un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema
mundial, o que constituyen importantes reservas de agua y así aseguran otras
formas de vida.
Mencionemos, por
ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la
Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los
glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad del
planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas
tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible
de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas
para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies,
cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado equilibrio
se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se pueden
ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el pretexto
de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De hecho,
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existen «
propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a los
intereses económicos de las corporaciones transnacionales ».24 Es loable la
tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil
que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando
legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e
indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país,
sin venderse a intereses espurios locales o internacionales.
El reemplazo de
la flora silvestre por áreas forestadas con árboles, que generalmente son
monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque puede
afectar gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las nuevas
especies que se implantan. También los humedales, que son transformados en
terreno de cultivo, pierden la enorme biodiversidad que acogían. En algunas
zonas costeras, es preocupante la desaparición de los ecosistemas constituidos
por manglares.
Los océanos no
sólo contienen la mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor parte
de la vasta variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos
para nosotros y amenazados por diversas causas. Por otra parte, la vida en los
ríos, lagos, mares y océanos, que alimenta a gran parte de la población mundial,
se ve afectada por el descontrol en la extracción de los recursos pesqueros,
que provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Todavía siguen
desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran parte de las
especies recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos que no
tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton que constituyen un
componente muy importante en la cadena alimentaria marina, y de las cuales
dependen, en definitiva, especies que utilizamos para alimentarnos.
Adentrándonos en
los mares tropicales y subtropicales, encontramos las barreras de coral, que
equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque hospedan aproximadamente un
millón de especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos, esponjas, algas,
etc. Muchas de las barreras de coral del mundo hoy ya son estériles o están en
un continuo estado de declinación: « ¿Quién ha convertido el maravilloso mundo
marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color? ». Este
fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como
resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos
industriales y de métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan
cianuro y dinamita. Se agrava por el aumento de la temperatura de los océanos.
Todo esto nos ayuda a darnos cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza
puede tener consecuencias que no advertimos a simple vista, y que ciertas
formas de explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que
finalmente llega hasta el fondo de los océanos.
Es necesario
invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de
los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de
cualquier modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas
están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos
los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una
responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un
cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar
programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las
especies en vías de extinción.
Si tenemos en
cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene
derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima,
no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del
actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las
personas.
Hoy advertimos,
por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se
han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación
originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los
problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica. Muchas
ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en
exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están
congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es propio de
habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto,
vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
En algunos
lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el
acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En
otros, se crean urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de unos pocos,
donde se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad
artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien
cuidados en algunas áreas « seguras », pero no tanto en zonas menos visibles,
donde viven los descartables de la sociedad.
Entre los
componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de
algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la
disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación
social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de
agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los
más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que
el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus
aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida.
Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera
degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de
comunión social.
A esto se
agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten
en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir
sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes
sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría
en medio del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo
para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la
humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera
sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre
las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina
saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Al mismo
tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos
los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet.
Esto permite
seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele
generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con
dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Los medios
actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y
afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la
angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su
experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la
abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica
insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
V Inequidad Planetaria
El ambiente
humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar
adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que
tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del
ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del
planeta: « Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la
investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las
agresiones ambientales los sufre la gente más pobre »
Por ejemplo, el
agotamiento de las reservas ictícolas perjudica especialmente a quienes viven
de la pesca artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la contaminación del agua
afecta particularmente a los más pobres que no tienen posibilidad de comprar
agua envasada, y la elevación del nivel del mar afecta principalmente a las
poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El impacto
de los desajustes actuales se manifiesta también en la muerte prematura de
muchos pobres, en los conflictos generados por falta de recursos y en tantos
otros problemas que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo.
Quisiera
advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan
particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de
millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos
internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como
un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera
periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a
la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar.
Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios
de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas
urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y
reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no
están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto
físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras
ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en
análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso « verde ». Pero hoy no
podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte
siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones
sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de
los pobres.
En lugar de
resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos
atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones
internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a
ciertas políticas de « salud reproductiva ». Pero, « si bien es cierto que la
desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean
obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que
el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral
y solidario » Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y
selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar
así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de
consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta
no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además,
sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se
producen, y « el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del
pobre ».29 De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al
desequilibrio en la distribución de la población sobre el territorio, tanto en
el nivel nacional como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a
situaciones regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a
la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la
pérdida de recursos, a la calidad de vida.
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