CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL SANTO
PADREFRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO
DE LA CASA COMÚN (4ª. parte)
La inequidad no
afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética
de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera « deuda ecológica
», particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios
comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso
desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por
algunos países. Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer
los mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la
contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la
del cobre. Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo
el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante
dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a todos los países del
mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos
tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en
África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en
el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados por la
exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos
tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países
menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan
capital: « Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son
multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener».
La deuda externa
de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre
lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de
desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera,
siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente
y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada,
pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus
necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y
de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los países
desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante
el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más
necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las regiones
y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos modelos en
orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación para
desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por eso, hay
que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay
responsabilidades diversificadas y, como dijeron los Obispos de Estados Unidos,
corresponde enfocarse « especialmente en las necesidades de los pobres, débiles
y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más poderosos ».
Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No
hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y
por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad
de las reacciones
Estas
situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de
los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca
hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos.
Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro
planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza
y plenitud. El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria
para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen
caminos, buscando atender las necesidades de las generaciones actuales
incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve
indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y
asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder
derivadas del paradigma tecno económico terminen arrasando no sólo con la
política sino también con la libertad y la justicia.
Llama la
atención la debilidad de la sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses
particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el
bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En
esta línea, el Documento de Aparecida reclama que « en las intervenciones sobre
los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos que
arrasan irracionalmente las fuentes de vida ». La alianza entre la economía y
la tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses
inmediatos. Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales,
acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia
el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las
organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una molestia
provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.
Poco a poco
algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles
más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más
sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los
hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y
desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente
aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados,
procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien
observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante
comportamiento que a veces parece suicida.
Mientras tanto,
los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde
priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a
ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio
ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación
humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia
de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la
valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «
cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los
intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta »
Es previsible
que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario
favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones.
La guerra siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza
cultural de las poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las
armas nucleares y en las armas biológicas. Porque, « a pesar de que
determinados acuerdos internacionales prohíban la guerra química,
bacteriológica y biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando
para el desarrollo de nuevas armas ofensivas, capaces de alterar los
equilibrios naturales ».34 Se requiere de la política una mayor atención para
prevenir y resolver las causas que puedan originar nuevos conflictos. Pero el
poder conectado con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y
los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere
preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir
cuando era urgente y necesario hacerlo?
En algunos
países hay ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la
purificación de algunos ríos que han estado contaminados durante muchas
décadas, o la recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de
paisajes con obras de saneamiento ambiental, o proyectos edilicios de gran
valor estético, o avances en la producción de energía no contaminante, en la
mejora del transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas
globales, pero confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir
positivamente. Como ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan
inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado.
Al mismo tiempo,
crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento
y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de profundas
crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que
lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de
algunos signos visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas
no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las
actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con
nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser
humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos:
intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones
importantes, actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad
de Opiniones
Finalmente,
reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones y líneas de pensamiento
acerca de la situación y de las posibles soluciones. En un extremo, algunos
sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que los problemas ecológicos
se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones
éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser
humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y
perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en
el planeta e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la
reflexión debería identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un
solo camino de solución. Esto daría lugar a diversos aportes que podrían entrar
en diálogo hacia respuestas integrales.
Sobre muchas
cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra
definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los
científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la
realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa
común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que
siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para
resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de
quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que
se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales
o incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni
explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están especialmente en riesgo
y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual
sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos
dejado de pensar en los fines de la acción humana: « Si la mirada recorre las
regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha
defraudado las expectativas divinas »
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE
LA CREACIÓN
¿Por qué incluir
en este documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo
referido a convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la política y
del pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la
consideran irrelevante, hasta el punto de relegar al ámbito de lo irracional la
riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para un
desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se supone que constituyen una
subcultura que simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la
religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en
un diálogo intenso y productivo para ambas.
I. La luz que
ofrece la fe
Si tenemos en
cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas, deberíamos
reconocer que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de
interpretar y transformar la realidad. También es necesario acudir a las
diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida
interior y a la espiritualidad. Si de verdad queremos construir una ecología
que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las
ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la
religiosa con su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al
diálogo con el pensamiento filosófico, y eso le permite producir diversas
síntesis entre la fe y la razón. En lo que respecta a las cuestiones sociales,
esto se puede constatar en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia,
que está llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
Por otra parte,
si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos, para buscar juntos
caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones
de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes,
grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y
hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a
cuidar el ambiente del cual forman parte, « los cristianos, en particular,
descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la
naturaleza y el Creador, forman parte de su fe ». Por eso, es un bien para la
humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos
ecológicos que brotan de nuestras convicciones.
II. La Sabiduría
de los Relatos Bíblicos
Sin repetir aquí
la entera teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes relatos
bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la primera
narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye
la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano, se dice que «
Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno »
La Biblia enseña
que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf.
Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona
humana, que « no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas ».37 San
Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada
ser humano le confiere una dignidad infinita.38 Quienes se empeñan en la
defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los
argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que
la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo
regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El
Creador puede decir a cada uno de nosotros: « Antes que te formaras en el seno
de tu madre, yo te conocía » Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso
« cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros
es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario ».
Los relatos de
la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y
narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad
histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres
relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el
prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han
roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el
pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue
destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a
reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el
mandato de « dominar » la tierra (cf.Gn 1,28) y de « labrarla y cuidarla » (cf.
Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser
humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso
es significativo que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las
criaturas haya sido interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía
san Buenaventura que, por la reconciliación universal con todas las criaturas,
de algún modo Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva.40 Lejos de
ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en
las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los
más frágiles, los ataques a la naturaleza.
No somos Dios.
La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una
acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el
relato del Génesis que invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28), se
favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del
ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación
de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los
cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos
rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del
mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás
criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una
hemenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a « labrar y cuidar » el
jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras « labrar » significa cultivar, arar o
trabajar, « cuidar » significa proteger, custodiar, preservar, guardar,
vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser
humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo
que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y
de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras.
Porque, en definitiva, « la tierra es del Señor » (Sal 24,1), a él pertenece «
la tierra y cuanto hay en ella » (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda
pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a perpetuidad,
porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra »
(Lv 25,23).
Esta responsabilidad
ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de
inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios
entre los seres de este mundo, porque « él lo ordenó y fueron creados, él los
fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará » (Sal
148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se detenga a proponer al ser
humano varias normas, no sólo en relación con los demás seres humanos, sino
también en relación con los demás seres vivos: « Si ves caído en el camino el
asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos […] Cuando
encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la tierra, y esté la
madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la madre con los
hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el descanso del séptimo día no se propone
sólo para el ser humano, sino también « para que reposen tu buey y tu asno »
(Ex 23,12). De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un
antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas.
A la vez que
podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que
los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, « por su simple
existencia, lo bendicen y le dan gloria »,41 porque el Señor se regocija en sus
obras (cf. Sal 104,31). Precisamente por su dignidad única y por estar dotado
de inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes
internas, ya que « por la sabiduría el Señor fundó la tierra » (Pr 3,19). Hoy
la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente
subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas
y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de
Alemania enseñaron que en las demás criaturas « se podría hablar de la
prioridad del ser sobre el ser útiles ».42 El Catecismo cuestiona de manera muy
directa e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado: « Toda criatura
posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas, queridas
en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de
la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia
de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas ».43
En la narración
sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la injusticia
extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la relación entre
Caín y Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje se
resume en la dramática conversación de Dios con Caín. Dios pregunta: « ¿Dónde
está Abel, tu hermano? ». Caín responde que no lo sabe y Dios le insiste: «
¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo!
Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra » (Gn 4,9-11). El descuido en
el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el
cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior
conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas
relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la
Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la
narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante
incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz:
« He decidido acabar con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de
ellos, está llena de violencia » (Gn 6,13). En estos relatos tan antiguos,
cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que
todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de
nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la
justicia y la fidelidad a los demás.
Aunque « la
maldad se extendía sobre la faz de la tierra » (Gn 6,5) y a Dios « le pesó
haber creado al hombre en la tierra » (Gn 6,6), sin embargo, a través de Noé,
que todavía se conservaba íntegro y justo, decidió abrir un camino de
salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta
un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica establece
claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el respeto de
los ritmos inscritos en la naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra,
por ejemplo, en la ley del Shabbath. El séptimo día, Dios descansó de todas sus
obras. Dios ordenó a Israel que cada séptimo día debía celebrarse como un día
de descanso, un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23; 20,10). Por otra parte,
también se instauró un año sabático para Israel y su tierra, cada siete años
(cf. Lv 25,1-4), durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no
se sembraba y sólo se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar
hospitalidad (cf. Lv 25,4-6). Finalmente, pasadas siete semanas de años, es
decir, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal
y « de liberación para todos los habitantes » (Lv 25,10). El desarrollo de esta
legislación trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del
ser humano con los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo
tiempo era un reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos
pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio
tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los
huérfanos y los extranjeros:
« Cuando
coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla de tu campo, ni trates de
aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la viña ni recojas los frutos
caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el forastero » (Lv 19,9-10).
Los Salmos con
frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador: « Al que asentó la
tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor » (Sal 136,6). Pero también
invitan a las demás criaturas a alabarlo: « ¡Alabadlo, sol y luna, alabadlo,
estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los cielos, aguas que estáis sobre los
cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó y fueron creados
» (Sal 148,3-5). Existimos no sólo por el poder de Dios, sino frente a él y
junto a él. Por eso lo adoramos.
Los escritos de
los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los momentos difíciles
contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El poder infinito de Dios
no nos lleva a escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan el
cariño y el vigor. De hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo
acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por su infinito poder. En
la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos
dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados: « ¡Ay,
mi Señor! Tú eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y
tenso brazo. Nada es extraordinario para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de
Egipto con señales y prodigios » ( Jr 32,17.21). « El Señor es un Dios eterno,
creador de la tierra hasta sus bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible
escrutar su inteligencia. Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le
acrecienta la energía » (Is 40,28b-29).
La experiencia
de la cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual que provocó una
profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia creadora, para
exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en medio de su situación
desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba y persecución, cuando el
Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los fieles volvían a encontrar
consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios todopoderoso, y
cantaban: « ¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos! » (Ap 15,3). Si pudo crear el universo de la
nada, puede también intervenir en este mundo y vencer cualquier forma de mal.
Entonces, la injusticia no es invencible.
No podemos
sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese
modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el
lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer
límites. La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su
pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la
figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser
humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e
intereses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario