CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL SANTO
PADREFRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO
DE LA CASA COMÚN (6ª. parte)
VII LA MIRADA DE
JESÚS
Jesús asume la
fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre (cf.
Mt 11,25). En los diálogos con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer
la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con
una conmovedora ternura cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: « ¿No
se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está
olvidado ante Dios »
El Señor podía
invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él
mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una
atención llena de cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se
detenía a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba a sus
discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino: « Levantad los ojos y
mirad los campos, que ya están listos para la cosecha » ( Jn 4,35). « El reino
de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo.
Es más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las
hortalizas y se hace un árbol »(Mt 13,31-32).
Jesús vivía en
armonía plena con la creación, y los demás se asombraban: « ¿Quién es este, que
hasta el viento y el mar le obedecen? » (Mt 8,27). No aparecía como un asceta
separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de la vida. Refiriéndose a
sí mismo expresaba: « Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es
un comilón y borracho » (Mt 11,19). Estaba lejos de las filosofías que
despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos
dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos
pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio.
Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada
por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que
la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia
sencilla que no despertaba admiración alguna: « ¿No es este el carpintero, el
hijo de María? »
(Mc 6,3). Así
santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. San
Juan Pablo II enseñaba que, « soportando la fatiga del trabajo en unión con
Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo
de Dios en la redención de la humanidad ».
Para la
comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por
el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «
Todo fue creado por él y para él » (Col 1,16).80 El prólogo del Evangelio de
Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina
(Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra « se
hizo carne » ( Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos
creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo,
pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera
de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su
autonomía.
El Nuevo
Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y
amable con todo el mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso,
presente en toda la creación con su señorío universal: « Dios quiso que en él
residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe
en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz»
(Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo
entregue al Padre todas las cosas y « Dios sea todo en todos » (1 Co 15,28). De
ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad
meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las
orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él
contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia
luminosa.
CAPÍTULO
TERCERO
RAÍZ
HUMANA DE LA CRISIS
ECOLOGÍCA
No nos servirá
describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis
ecológica. Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha
desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos
detenernos a pensarlo? En esta reflexión propongo que nos concentremos en el
paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en
el mundo.
I. La
Tecnología: Creatividad y Poder
La humanidad ha
ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en una
encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de cambio: el
motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el
avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más
recientemente, la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las
nanotecnologías. Es justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente
a las amplias posibilidades que nos abren estas constantes novedades, porque «
la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana
donada por Dios ». La modificación de la naturaleza con fines útiles es una
característica de la humanidad desde sus inicios, y así la técnica « expresa la
tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos
materiales ». La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y
limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de agradecer el progreso
técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y
cómo no reconocer todos los esfuerzos de muchos científicos y técnicos, que han
aportado alternativas para un desarrollo sostenible?
La tecno ciencia
bien orientada no sólo puede producir cosas realmente valiosas para mejorar la
calidad de vida del ser humano, desde objetos domésticos útiles hasta grandes
medios de transporte, puentes, edificios, lugares públicos. También es capaz de
producir lo bello y de hacer « saltar » al ser humano inmerso en el mundo
material al ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la belleza de un avión, o de
algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas y musicales logradas con la
utilización de nuevos instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza
del productor técnico y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una
cierta plenitud propiamente humana.
Pero no podemos
ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el
conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos
dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y
sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre
el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto
poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si
se considera el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas atómicas
lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por
el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de
la matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un
instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a
estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de
la humanidad.
Se tiende a
creer « que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un
aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de
los valores », como si la realidad, el bien y la verdad brotaran
espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que « el
hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto », porque
el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del
ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a
desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es
posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se
presentan, y « la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder que crece
constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna reguladora de la
libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la
seguridad ». El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma
cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades
inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y
expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos
para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos
sostener que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que
realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación.
II.
Globalización del Paradigma Tecnocrático
El problema fundamental
es otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de hecho ha asumido la
tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional.
En él se destaca un concepto del sujeto que progresivamente, en el proceso
lógico-racional, abarca y así posee el objeto que se halla afuera. Ese sujeto
se despliega en el establecimiento del método científico con su
experimentación, que ya es explícitamente técnica de posesión, dominio y
transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a lo informe totalmente
disponible para su manipulación. La intervención humana en la naturaleza
siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la característica de
acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las cosas mismas. Se
trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite, como tendiendo
la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las
cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la
realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han
dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados. De
aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que
ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la
mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a «
estrujarlo » hasta el límite y más allá del límite.
Es el
presupuesto falso de que « existe una cantidad ilimitada de energía y de
recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los
efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente
absorbidos ».
Podemos decir
entonces que, en el origen de muchas dificultades del mundo actual, está ante
todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la metodología y los
objetivos de la tecno ciencia en un paradigma de comprensión que condiciona la
vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la aplicación
de este molde a toda la realidad, humana y social, se constatan en la
degradación del
ambiente, pero
este es solamente un signo del reduccionismo que afecta a la vida humana y a la
sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer que los objetos producto
de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando
los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los
intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen
puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social
que se quiere desarrollar.
No puede pensarse
que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como
de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan
dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía
es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir
un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes
de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador. De
hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su
férrea lógica, y « el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta
no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en
el sentido más extremo de la palabra ». Por eso « intenta controlar tanto los
elementos de la naturaleza como los de la existencia humana ». La capacidad de
decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad alternativa
de los individuos se ven reducidos.
El paradigma
tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la
política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito,
sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano.
Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la
crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro
ambiental. En algunos círculos se sostiene que la economía actual y la
tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se
afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del hambre y la miseria
en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una
cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino
de su instalación en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes no lo
afirman con palabras lo sostienen con los hechos, cuando no parece preocuparles
una justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la riqueza, un cuidado
responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras. Con sus
comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es
suficiente. Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano
integral y la inclusión social. Mientras tanto, tenemos un « supe desarrollo
derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones
persistentes de miseria deshumanizadora »,90 y no se elaboran con suficiente
celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más
pobres acceder de manera regular a los recursos básicos. No se termina de
advertir cuáles son las raíces más profundas de los actuales desajustes, que
tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social
del crecimiento tecnológico y económico.
La
especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar
el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de
lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la
totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, del horizonte amplio,
que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para
resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente
y de los pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo
tipo de intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes
asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento
en las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social. Pero
este es un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden
reconocerse verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un
abandonarse a las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como
el principal recurso para interpretar la existencia. En la realidad concreta
que nos interpela, aparecen diversos síntomas que muestran el error, como la
degradación del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de
la convivencia. Así se muestra una vez más que « la realidad es superior a la
idea ».
La cultura
ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a
los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al
agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una
mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo
de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del
paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas
pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un
remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad
están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del
sistema mundial.
Sin embargo, es
posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la
técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano,
más humano, más social, más integral. La liberación del paradigma tecnocrático
reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando
comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos
contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no
consumista. O cuando la técnica se orienta prioritariamente a resolver los
problemas concretos de los demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con
más dignidad y menos sufrimiento. También cuando la intención creadora de lo bello
y su contemplación logran superar el poder objetivamente en una suerte de
salvación que acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La
auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio
de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se
filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo,
brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?
Por otra parte,
la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no confía ciegamente en un
mañana mejor a partir de las condiciones actuales del mundo y de las
capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la
técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra que
son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz. No obstante, tampoco
se imagina renunciando a las posibilidades que ofrece la tecnología. La
humanidad se ha modificado profundamente, y la sumatoria de constantes
novedades consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie, en una
única dirección. Se hace difícil detenernos para recuperar la profundidad de la
vida. Si la arquitectura refleja el espíritu de una época, las megas
estructuras y las casas en serie expresan el espíritu de la técnica
globalizada, donde la permanente novedad de los productos se une a un pesado
aburrimiento. No nos resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos por los
fines y por el sentido de todo. De otro modo, sólo legitimaremos la situación
vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío.
Lo que está
ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución
cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar
desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o
posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende
volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha
para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y
sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por
un desenfreno megalómano.
III.
Crisis y Consecuencias del Antropocentrismo Moderno
El
antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón
técnica sobre la realidad, porque este ser humano « ni siente la naturaleza
como norma válida, ni menos aún como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis,
prácticamente, como lugar y objeto de una tarea en la que se encierra todo,
siéndole indiferente lo que con ello suceda ». De ese modo, se debilita el
valor que tiene el mundo en sí mismo. Pero si el ser humano no redescubre su
verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y termina contradiciendo su propia
realidad: « No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe
usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le
ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto,
debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado ».
En la modernidad
hubo una gran desmesura antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy sigue dañando
toda referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales. Por eso
ha llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los
límites que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo
humano y social más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de la
antropología cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada sobre
la relación del ser humano con el mundo. Se transmitió muchas veces un sueño
prometeico de dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado
de la naturaleza es cosa de débiles. En cambio, la forma correcta de
interpretar el concepto del ser humano como « señor » del universo consiste en
entenderlo como administrador responsable.
La falta de
preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las
decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el
mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no
se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de
una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se
escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser
humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador
absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, « en vez de
desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre
suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza ».95
Esta situación
nos lleva a una constante esquizofrenia, que va de la exaltación tecnocrática
que no reconoce a los demás seres un valor propio, hasta la reacción de negar
todo valor peculiar al ser humano. Pero no se puede prescindir de la humanidad.
No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay
ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada
sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un
determinismo físico, « se corre el riesgo de que disminuya en las personas la
conciencia de la responsabilidad ».96 Un antropocentrismo desviado no
necesariamente debe dar paso a un « biocentrismo », porque eso implicaría
incorporar un nuevo desajuste que no sólo no resolverá los problemas sino que
añadirá otros. No puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al
mundo si no se reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares
de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad.
La crítica al
antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en un segundo plano el valor
de las relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica es una eclosión o
una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la
modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el
ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano. Cuando el
pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser humano por encima
de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana, y así
provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un « tú » capaz de conocer,
amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana. Por eso,
para una adecuada relación con el mundo creado no hace falta debilitar la
dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su
apertura al « Tú » divino. Porque no se puede proponer una relación con el
ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un
individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante
encierro en la inmanencia.
Dado que todo
está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a
los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no
se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y
dificultades: « Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una
nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la
vida social ».
Está pendiente
el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los
últimos siglos. El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al
tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se re expresa
en el diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su
eterna novedad.
El relativismo
práctico.
Un
antropocentrismo desviado da lugar a un estilo de vida desviado. En la
Exhortación apostólica. En Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico
que caracteriza nuestra época, y que es « todavía más peligroso que el doctrinal
». Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando
prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se
vuelve relativo. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la
omnipresencia del paradigma tecnocrático y la adoración del poder humano sin
límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo donde todo se vuelve
irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos. Hay en esto una
lógica que permite comprender cómo se alimentan mutuamente diversas actitudes
que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social.
La cultura del
relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de
otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o
convirtiéndola en esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la
explotación sexual de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven
para los propios intereses. Es también la lógica interna de quien dice: «
Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus
impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables ». Si no
hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los
propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la
trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el
comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de
extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de
órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para
experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus
padres? Es la misma lógica del « usa y tira », que genera tantos residuos sólo
por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita. Entonces
no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán
suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque,
cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad
objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán
como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Necesidad de
preservar el trabajo
En cualquier
planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es
indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por
san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el
relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién
creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo existente (cuidar), sino para
trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y
artesanos « aseguran la creación eterna » (Si 38,34). En realidad, la
intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma
más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para
ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó en las cosas: « Dios
puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no las desprecia » (Si 38,4).
Si intentamos
pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo
rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si
hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta
por el sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No
hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier
actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la
elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico.
Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser
humano puede o debe establecer con lo otro de sí. La espiritualidad cristiana,
junto con la admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san
Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el
trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de
Foucauld y sus discípulos.
Recojamos
también algo de la larga tradición del monacato. Al comienzo favorecía en cierto
modo la fuga del mundo, intentando escapar de la decadencia urbana. Por eso,
los monjes buscaban el desierto, convencidos de que era el lugar adecuado para
reconocer la presencia de Dios. Posteriormente, san Benito de Nursia propuso
que sus monjes vivieran en comunidad combinando la oración y la lectura con el
trabajo manual (ora et labora ). Esta introducción del trabajo manual
impregnado de sentido espiritual fue revolucionaria. Se aprendió a buscar la
maduración y la santificación en la compenetración entre el recogimiento y el
trabajo. Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos
del ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación con el mundo.
Decimos que « el
hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social ».100
No obstante, cuando en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de
respetar, se crean las condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure.
Conviene recordar siempre que el ser humano es « capaz de ser por sí mismo
agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su
desarrollo espiritual » El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple
desarrollo personal, donde se ponen
en juego muchas
dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo
de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una
actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá
de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad
económica, es necesario que « se siga buscando como prioridad el objetivo del
acceso al trabajo por parte de todos ».
Estamos llamados
al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico
reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a
sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta
tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal.
En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución
provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre
permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la orientación de la
economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de
producción en razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se
reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción del ser humano puede
volverse en contra de él mismo. La disminución de los puestos de trabajo «
tiene también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo
desgaste del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones de
confianza, fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en toda
convivencia civil ». En definitiva, « los costes humanos son siempre también
costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes
humanos ».105 Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito
inmediato es muy mal negocio para la sociedad.
Para que siga
siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la
diversidad productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran
variedad de sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue
alimentando a la mayor parte de la población mundial, utilizando una baja
proporción del territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en
pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal.
Las economías de escala, especialmente en el sector agrícola, terminan forzando
a los pequeños agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos
tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas de
producción más diversificadas terminan siendo inútiles por la dificultad de
conectarse con los mercados regionales y globales o porque la infraestructura
de venta y de transporte está al servicio de las grandes empresas. Las autoridades
tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y firme apoyo
a los pequeños productores y a la variedad productiva. Para que haya una
libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien, a veces puede
ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder
financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones
reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora
el acceso al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a
la política. La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a
producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy
fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si
entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su
servicio al bien común.
Innovación
biológica a partir de la investigación
En la visión filosófica
y teológica de la creación que he tratado de proponer, queda claro que la
persona humana, con la peculiaridad de su razón y de su ciencia, no es un
factor externo que deba ser totalmente excluido. No obstante, si bien el ser
humano puede intervenir en vegetales y animales, y hacer uso de ellos cuando es
necesario para su vida, el Catecismo enseña que las experimentaciones con
animales sólo son legítimas « si se mantienen en límites razonables y contribuyen
a cuidar o salvar vidas humanas ». Recuerda con firmeza que el poder humano
tiene límites y que « es contrario a la dignidad humana hacer sufrir
inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas ».107 Todo uso
y experimentación « exige un respeto religioso de la integridad de la creación
».
Quiero recoger
aquí la equilibrada posición de san Juan Pablo II, quien resaltaba los
beneficios de los adelantos científicos y tecnológicos, que « manifiestan cuán
noble es la vocación del hombre a participar responsablemente en la acción
creadora de Dios », pero al mismo tiempo recordaba que « toda intervención en
un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas ».109
Expresaba que la Iglesia valora el aporte « del estudio y de las aplicaciones
de la biología molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y
su aplicación tecnológica en la agricultura y en la industria »,110 aunque
también decía que esto no debe dar lugar a una « indiscriminada manipulación
genética » que ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No es
posible frenar la creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el
despliegue de su capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes
tienen especiales dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas
capacidades han sido donadas por Dios para el servicio a los demás. Al mismo
tiempo, no pueden dejar de replantearse los objetivos, los efectos, el contexto
y los límites éticos de esa actividad humana que es una forma de poder con
altos riesgos.
En este marco
debería situarse cualquier reflexión acerca de la intervención humana sobre los
vegetales y animales, que hoy implica mutaciones genéticas generadas por la
biotecnología, en orden a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad
material. El respeto de la fe a la razón implica prestar atención a lo que la
misma ciencia biológica, desarrollada de manera independiente con respecto a
los intereses económicos, puede enseñar acerca de las estructuras biológicas y
de sus posibilidades y mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es
aquella que actúa en la naturaleza « para ayudarla a desarrollarse en su línea,
la de la creación, la querida por Dios ».
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