CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL SANTO
PADREFRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO
DE LA CASA COMÚN (final)
Por ejemplo, un
camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado podría corregir
el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca
para resolver problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas
inteligentes y rentables de reutilización, re funcionalización y reciclado;
podría mejorar la eficiencia energética de las ciudades. La diversificación
productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e
innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta
sería una creatividad capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser
humano, porque es más digno usar la inteligencia, con audacia y
responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo,
en el marco de una noción más amplia de lo que es la calidad de vida. En
cambio, es más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas
de expolio de la naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y
de rédito inmediato.
De todos modos,
si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer,
en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo
durante muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha, en
poner algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde.
Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y
destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su
dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en
algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente
en otras partes. Decía Benedicto XVI que « es necesario que las sociedades
tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos
caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y
mejorando las condiciones de su uso ».
Para que surjan
nuevos modelos de progreso, necesitamos « cambiar el modelo de desarrollo
global », lo cual implica reflexionar responsablemente « sobre el sentido de la
economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones ».137 No
basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta
financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los
términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se
trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no
deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede
considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida
de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja calidad de
los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos– en el
contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del
crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio
que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas
y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas
suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.
El principio de
maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración,
es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa
poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del
ambiente; si la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese
cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la
biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen
ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría
considerarse ético un comportamiento en el cual « los costes económicos y
sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se
reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que
se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones ».138 La
racionalidad instrumental, que sólo aporta un análisis estático de la realidad
en función de necesidades actuales, está presente tanto cuando quien asigna los
recursos es el mercado como cuando lo hace un Estado planificador.
¿Qué ocurre con
la política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga libertad
para el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al
mismo tiempo exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene más
poder. Es verdad que hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que los
mismos Estados. Pero no se puede justificar una economía sin política, que
sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la
crisis actual. La lógica que no permite prever una preocupación sincera por el
ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preocupación por integrar a
los más frágiles, porque « en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no
parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados
puedan abrirse camino en la vida ».139
Necesitamos una
política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo
integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos
de la crisis. Muchas veces la misma política es responsable de su propio
descrédito, por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas. Si
el Estado no cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden
aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a
no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad
organizada, trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar.
Si la política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda
subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes
problemas de la humanidad. Una estrategia de cambio real exige repensar la
totalidad de los procesos, ya que no basta con incluir consideraciones
ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la
cultura actual. Una sana política debería ser capaz de asumir este desafío.
La política y la
economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a
la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus
propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común.
Mientras unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros se obsesionan
sólo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos
espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente
y cuidar a los más débiles. Aquí también vale que « la unidad es superior al conflicto
».
V. Las
Religiones en el Diálogo con las Ciencias
No se puede
sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el
entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar
indebidamente sus confines metodológicos limitados. Si se reflexiona con ese
marco cerrado, desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun la
capacidad de la razón para percibir el sentido y la finalidad de las cosas.
Quiero recordar que « los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un
significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre
siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad,
sólo por haber surgido en el contexto de una creencia religiosa? ».142 En
realidad, es ingenuo pensar que los principios éticos puedan presentarse de un
modo puramente abstracto, desligados de todo contexto, y el hecho de que
aparezcan con un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el debate
público. Los principios éticos que la razón es capaz de percibir pueden
reaparecer siempre bajo distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos,
incluso religiosos.
Por otra parte,
cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente
para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo,
si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el
sacrificio, la bondad. En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser
coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que
reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo
de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala
comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar
el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo
creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos
reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que
debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han
condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es
precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder
mejor a las necesidades actuales.
La mayor parte
de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a
las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la
naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y
de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas,
porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la
especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del
propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio
ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los
diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La
gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y
avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad,
recordando siempre que « la realidad es superior a la idea ».
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN
Y ESPIRITUALIDAD
ECOLÓGICA
Muchas cosas
tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar.
Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un
futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de
nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío
cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por
otro Estilo de Vida
Dado que el
mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus
productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los
gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del
paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser
humano « acepta los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por
la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo,
actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado ».144 Tal
paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta
libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los
que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero. En esta
confusión, la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí
misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia.
Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines.
La situación
actual del mundo « provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a
su vez favorece formas de egoísmo colectivo ».145 Cuando las personas se
vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su
voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita
objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece posible
que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco existe en ese
horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el que tiende a
predominar en una sociedad, las normas sólo serán respetadas en la medida en
que no contradigan las propias necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la
posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales,
sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión
por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan
sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca.
Sin embargo, no
todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el
extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse,
más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan.
Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio
hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas
que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la
capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los
corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa
dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
Un cambio en los
estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen
poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de
consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven
efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a
considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que,
cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se
ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad
social de los consumidores. « Comprar es siempre un acto moral, y no sólo
económico ».146 Por eso, hoy « el tema del deterioro ambiental cuestiona los
comportamientos de cada uno de nosotros ».147
La Carta de la
Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de autodestrucción y a
comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una conciencia universal
que lo haga posible. Por eso me atrevo a proponer nuevamente aquel precioso
desafío: « Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un
llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se
recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme
resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por
la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida ».
Siempre es
posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin
ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa
cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el
sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de auto
trascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autor referencialidad, es la
raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que
hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción
y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el
individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y
se vuelve posible un cambio importante en la sociedad.
II. Educación
para la Alianza
entre la
Humanidad y el Ambiente
La conciencia de
la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos
hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera sumatoria de objetos o
placeres no bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero no se
sienten capaces de renunciar a lo que el mercado les ofrece. En los países que
deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen
una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos
luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un
contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de
otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo.
La educación
ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en
la información científica y en la concientización y prevención de riesgos
ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los « mitos » de la modernidad
basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los
distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el
solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual
con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el
Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por
otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de
una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la
solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión.
Sin embargo, esta
educación, llamada a crear una « ciudadanía ecológica », a veces se limita a
informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es
suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando
exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos
importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la
sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione
desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas
virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una
persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más,
habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone
que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del
ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas
acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas
hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental
puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e
importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico
y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo
que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos,
utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias
personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de
una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho
de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas
motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
No hay que
pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un
bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda
constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende
a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos
comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a
una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar
por este mundo.
Los ámbitos
educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la
catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca
semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida. Pero quiero
destacar la importancia central de la familia, porque « es el ámbito donde la
vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los
múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las
exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la
muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida ».149 En la
familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por
ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al
ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el
lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos,
íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se
aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir « gracias » como expresión de
una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o
la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos
de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del
respeto a lo que nos rodea.
A la política y
a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la
población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol
importante que cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros
seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad
responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la
fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que está en
juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los
ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a
otros.
En este
contexto, « no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada
educación estética y la preservación de un ambiente sano ».
Prestar atención
a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando
alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño
que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso. Al mismo
tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que
los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La
educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también
difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación
con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que
se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces
engranajes del mercado.
III. Conversión
Ecológica
La gran riqueza
de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias
personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la
humanidad. Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad
ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el
Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y
vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las
motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el
cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo
con doctrinas sin una mística que nos anime, sin « unos móviles interiores que
impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria ».
Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y
desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la
espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de
las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en
comunión con todo lo que nos rodea.
Si « los
desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los
desiertos interiores »,152 la crisis ecológica es un llamado a una profunda
conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos
comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen
burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se
deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta
entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las
consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que
los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte
esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto
secundario de la experiencia cristiana.
Recordemos el
modelo de san Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado
como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también
reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse
de corazón, cambiar desde adentro. Los Obispos australianos supieron expresar
la conversión en términos de reconciliación con la creación: « Para realizar
esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo
ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de
actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del
corazón ».
Sin embargo, no
basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la
que afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad
y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a
merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas
sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes
individuales: « Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay
forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de
la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una
reunión de fuerzas y una unidad de realización ». La conversión ecológica que
se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una
conversión comunitaria.
Esta conversión
supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y
lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un
reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca
como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque
nadie los vea o los reconozca: « Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la
derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará » (Mt 6,3-4).
También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás
criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión
universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde
dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los
seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado,
la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su
entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios « como un
sacrificio vivo, santo y agradable » (Rm 12,1). No entiende su superioridad
como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una
capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota
de su fe.
Diversas
convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan
a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada
criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad
de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita
en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz.
También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un
orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno
lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que « ninguno de
ellos está olvidado ante Dios » (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de
hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su
conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se
explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los
rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan
luminosamente vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo y Paz
La
espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de
vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar
profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una
vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la
Biblia. Se trata de la convicción de que « menos es más ». La constante
acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar
cada cosa y cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada
realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión
y de realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento
con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad
que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades
que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que
no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera
acumulación de placeres.
La sobriedad que
se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una
baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y
viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando
siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada
cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Así son
capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la
obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz
de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros
fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el
arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere
saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles
para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.
La sobriedad y
la humildad no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero
cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la
vida personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios,
también ambientales. Por eso, ya no basta hablar sólo de la integridad de los
ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de
la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores. La desaparición
de la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la
posibilidad de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a
la sociedad y al ambiente. No es fácil desarrollar esta sana humildad y una
feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios
y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la
que determina lo que está bien o lo que está mal.
Por otro lado,
ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo
mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en
ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra.
La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la
ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un
estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la
profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero
¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción
permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan
un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para
sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar
todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se
trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para
recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro
estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre
nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia « no debe ser fabricada sino
descubierta, develada ».
Estamos hablando
de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar
plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después,
que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido.
Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar los lirios del
campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre inquieto,
« detuvo en él su mirada, y lo amó » (Mc 10,21). Él sí que estaba plenamente
presente ante cada ser humano y ante cada criatura, y así nos mostró un camino
para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos y
consumistas desenfrenados.
Una expresión de
esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas.
Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con
profundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda
nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud
por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo
proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados.
V. Amor civil y
político
El cuidado de la
naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y
de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y
que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca
puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos
que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos
lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a
nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal.
Hace falta
volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y
honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la
ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir
que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo
fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para
preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de
violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del
cuidado del ambiente.
El ejemplo de
santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a
no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier
pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está
hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia,
del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo
exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus
formas.
El amor, lleno
de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta
en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la
sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la
caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a « las
macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas ».156
Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una « civilización del amor
».157 El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: « Para plasmar una
sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor
en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma
constante y suprema de la acción ». En este marco, junto con la importancia de
los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes
estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una
cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el
llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales,
debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la
caridad y que de ese modo madura y se santifica.
No todos están
llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la
sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a
favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se
preocupan por un lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado,
un paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es
de todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un
nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia
consumista. Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que
se conserva y se transmite. De esa manera se cuida el mundo y la calidad de
vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo
conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones
comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en
intensas experiencias espirituales.
VI. Signos Sacramentales
y Descanso Celebrativo
El universo se
desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un
camino, en el rocío, en el rostro del pobre.159 El ideal no es sólo pasar de lo
exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino
también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba san
Buenaventura: « La contemplación es tanto más eminente cuanto más siente en sí
el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a
Dios en las criaturas exteriores ».
Un maestro
espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su propia experiencia, también destacaba la
necesidad de no separar demasiado las criaturas del mundo de la experiencia de
Dios en el interior. Decía: « No hace falta criticar prejuiciosamente a los que
buscan el éxtasis en la música o en la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno
de los movimientos y sonidos de este mundo. Los iniciados llegan a captar lo
que dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el agua que corre,
las moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los pájaros, el
sonido de las cuerdas o las flautas, el suspiro de los enfermos, el gemido de
los afligidos… »
San Juan de la
Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo «
está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de
estas grandezas que se dicen es Dios ».161 No es porque las cosas limitadas del
mundo sean realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima
conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así « siente ser todas las
cosas Dios ».162 Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso
de Dios, y percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en
el Señor: « Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o
graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles
solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en
la variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación
y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos
valles es mi Amado para mí ».
Los Sacramentos
son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se
convierte en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos
invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego
y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la
alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la
cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua
que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva.
No escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos
con Dios. Esto se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana
oriental: « La belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más
frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad
transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo, en los
sonidos, en los colores, en las luces y en los perfumes ». Para la experiencia
cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero
sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su
persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de
transformación definitiva: « el Cristianismo no rechaza la materia, la
corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el
que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y
llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del
mundo ».
En la Eucaristía
lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de
modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre,
llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la
Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia.
No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo
pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y
es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida
inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos
da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor
cósmico: « ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño
altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido,
sobre el altar del mundo ».166 La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y
penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en
feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, « la creación está orientada
hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el
Creador mismo ».167 Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de
motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser
custodios de todo lo creado.
El domingo, la
participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como
el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser
humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el
día de la Resurrección, el « primer día » de la nueva creación, cuya primicia
es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de
toda la realidad creada. Además, ese día anuncia « el descanso eterno del
hombre en Dios ».168 De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el
valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso
contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se
quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados
a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo
diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte
de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente
del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia
aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso
semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día « para que reposen tu
buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante » (Ex
23,12). El descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a
reconocer los derechos de los demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la
Eucaristía, derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el
cuidado de la naturaleza y de los pobres.
VII. La Trinidad
y la Relación
entre las Criaturas
El Padre es la
fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El
Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta
tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor,
está íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando
nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único
principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su
propiedad personal. Por eso, « cuando contemplamos con admiración el universo
en su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad ».
Para los
cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que
toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San
Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir
cómo cada criatura « testifica que Dios es trino ». El reflejo de la Trinidad se
podía reconocer en la naturaleza « cuando ni ese libro era oscuro para el
hombre ni el ojo del hombre se había enturbiado ».170 El santo franciscano nos
enseña que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan
real que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no
fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la
realidad en clave trinitaria.
Las Personas
divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino,
es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es
propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno
del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se
entrelazan secretamente.171 Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples
conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una
clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más
madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí
misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas.
Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso
en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una
espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.
VIII. Reina de Todo
lo Creado
María, la madre
que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Así
como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del
sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo
arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada,
y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer « vestida de sol, con la
luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza » (Ap 12,1).
Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado,
junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de
su hermosura. Ella no sólo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que «
conservaba » cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora
el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar
este mundo con ojos más sabios.
Junto con ella,
en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y
defendió a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó
de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto. En el Evangelio aparece
como un hombre justo, trabajador, fuerte. Pero de su figura emerge también una
gran ternura, que no es propia de los débiles sino de los verdaderamente
fuertes, atentos a la realidad para amar y servir humildemente. Por eso fue
declarado custodio de la Iglesia universal. Él también puede enseñarnos a
cuidar, puede motivarnos a trabajar con generosidad y ternura para proteger
este mundo que Dios nos ha confiado.
IX. Más Allá del
Sol
Al final nos
encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12)
y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará
con nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos viajando hacia el sábado de la
eternidad, hacia la nueva Jerusalén, hacia la casa común del cielo. Jesús nos
dice: « Yo hago nuevas todas las cosas » (Ap 21,5). La vida eterna será un
asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su
lugar y tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados.
Mientras tanto,
nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que
todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con
todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, « si el
mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al
que le ha dado inicio, al que es su Creador ».172 Caminemos cantando. Que
nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo
de la esperanza.
Dios, que nos
convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz
que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente
el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos,
porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos
lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea.
Después de esta
prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos oraciones, una
que podamos compartir todos los que creemos en un Dios creador omnipotente, y
otra para que los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación que
nos plantea el Evangelio de Jesús.
Oración por
nuestra tierra
Dios
omnipotente,
que estás
presente en todo el universo
y en la más
pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas
con tu ternura todo lo que existe,
derrama en
nosotros la fuerza de tu amor
para que
cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de
paz,
para que vivamos
como hermanos y hermanas
sin dañar a
nadie.
Dios de los
pobres,
ayúdanos a
rescatar
a los
abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen
a tus ojos.
Sana nuestras
vidas,
para que seamos
protectores del mundo
y no
depredadores,
para que
sembremos hermosura
y no
contaminación y destrucción.
Toca los
corazones
de los que
buscan sólo beneficios
a costa de los
pobres y de la tierra.
Enséñanos a
descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar
admirados,
a reconocer que
estamos profundamente unidos
con todas las
criaturas
en nuestro
camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque
estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por
favor, en nuestra lucha
por la justicia,
el amor y la paz.
Oración
cristiana con la creación
Te alabamos,
Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de
tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas
de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios,
Jesús,
por ti fueron
creadas todas las cosas.
Te formaste en
el seno materno de María,
te hiciste parte
de esta tierra,
y miraste este
mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo
en cada criatura
con tu gloria de
resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo,
que con tu luz
orientas este
mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el
gemido de la creación,
tú vives también
en nuestros corazones
para impulsarnos
al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y
Trino,
comunidad
preciosa de amor infinito,
enséñanos a
contemplarte
en la belleza
del universo,
donde todo nos
habla de ti.
Despierta
nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que
has creado.
Danos la gracia
de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que
existe.
Dios de amor,
muéstranos
nuestro lugar en este mundo
como
instrumentos de tu cariño
por todos los
seres de esta tierra,
porque ninguno
de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los
dueños del poder y del dinero
para que se
guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien
común, promuevan a los débiles,
y cuiden este
mundo que habitamos.
Los pobres y la
tierra están clamando:
Señor, tómanos a
nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger
toda vida,
para preparar un
futuro mejor,
para que venga
tu Reino
de justicia, de
paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma,
junto a San Pedro, el 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, del año 2015,
tercero de mi Pontificado.
FRANCISCO
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