Las
aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y
corrección. La sagrada Escritura, en efecto, no nos anuncia aflicciones,
tribulaciones y pruebas; pero el que permanezca firme hasta el fin se salvará.
¿Qué ha tenido nunca de bueno esta vida, ya, desde el primer hombre, desde que
éste se hizo merecedor de la muerte, desde que recibió la maldición de la que
nos ha liberado Cristo el Señor?
No
hay que murmurar, pues, hermanos como murmuraron algunos -son palabras del Apóstol-
y perecieron mordidos por las serpientes. Los mismos sufrimientos que
soportamos nosotros tuvieron que soportarlos también nuestros padres; en esto
no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su tiempo, como si hubieran
sido mejores los tiempos de nuestros padres. Y si pudieran retornar el tiempo a
sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor,
sencillamente porque no es el nuestro.
Si
ya has sido liberado de la maldición, si ya has creído en el Hijo de Dios, si
ya has sido instruido en las sagradas Escrituras, me sorprende que tengas por
bueno el tiempo en vivió Adán. Y sus padres cargaron también con el castigo
merecido por Adán. Sabemos que a Adán se le dijo: con sudor de tu frente
comerás el pan y trabajarás la tierra de la que fuiste sacado; brotará para ti
cardos y espinas. Esto es lo que mereció, esto recibió, esto consiguió por el
justo juicio de Dios. ¿Por qué piensas, pues, que los tiempos pasados fueron
mejores que los tuyos? Desde el primer Adán hasta el de hoy, fatiga y sudor,
cardos y espinas. ¿Acaso ha caído sobre nosotros el diluvio? ¿O aquellos
tiempos difíciles de hambre y de guerras, de los cuales se escribió
precisamente para que no murmuremos del tiempo presente contra Dios?
¡Cuáles
fueron aquellos tiempos! ¿No es verdad que todos, al leer sobre ellos, nos
horrorizamos? Por esto, más que murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos
hacer es congratularnos de él.
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