Dios
está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según se atestigua de
sí mismo: Yo soy -dice- un Dios cercano, no lejano. El Dios que buscamos no
está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta
presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo, a condición de que
seamos sanos él, de que estemos muertos al pecado. Entonces habita
verdaderamente en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré en medio de ellos y
andaré entre ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros, entonces somos
realmente vivificados por él, como miembros vivos suyos: Pues en él -como dice
el Apóstol- vivimos, nos movemos y existimos.
¿Quién,
me pregunto, será capaz de penetrar en el conocimiento del Altísimo, si tenemos
en cuenta lo inefable e incomprensible de su ser? ¿Quién podrá investigar las
profundidades de Dios? ¿Quién podrá gloriarse de conocer al Dios infinito que
todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A Dios ningún hombre
vio ni puede ver. Nadie, pues. Tenga la presunción de preguntarse sobre lo
indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Éstas son cosas inefables,
inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza,
que Dios es y será tal cual fue, porque es inmutable.
¿Quién
es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No
indagues más acerca de Dios; porque los que quieren saber las profundidades
insondables deben antes considerar las cosas de la naturaleza. En efecto, el
conocimiento de la Trinidad divina se compara con razón a la profundidad del
mar, según aquella expresión del Eclesiastés: Profundo quedó lo que estaba
profundo: ¿quién lo alcanzará? Porque, del mismo modo que la profundidad del
mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la divinidad de la Trinidad
escapa a nuestra comprensión. Y por eso, insisto, si alguno se empeña en saber
lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor disertando que creyendo; al
contrario, al ser buscado, el conocimiento de la divinidad se alejará más aún
que antes de aquel que pretenda conseguirlo.
Busca
pues, el conocimiento supremo, no con disquisiciones verbales, sino con la
perfección de una buena conducta; no con palabras, sino con la fe que procede
de un corazón sencillo y que no es fruto de una argumentación basada en una
sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas mediante el discurso irreverente.
Por inefable, estará lejos de ti, más de lo que estaba; pero, si lo buscas
mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta, que es donde tiene su morada,
y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y también podemos realmente
alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es invisible, sin comprenderlo,
porque Dios ha de ser creído tal cual es, invisible, aunque el corazón puro
pueda, en parte, contemplarlo.
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