El
mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo
peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la
esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio.
El hombre sabe muy bien que está en su mano dirigir correctamente las que él ha
desencadenado y que pueden aplastarlo o salvarlo. Por ello se interroga a sí
mismo.
En
realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están con ese otro
desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano.
Son
muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer
de creatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin
embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior.
Atraído
por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como
enfermo y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y deje de hacer lo que querría
llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la, que tantas y tan graves
discordias provoca en la sociedad.
Son
muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren
saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos
por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Muchos piensan
hallar su descanso en una interpretación de la realidad, propuesta de múltiples
maneras.
Otros
esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la
humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre
la tierra saciará plenamente todos sus deseos.
Y
no faltan, por otra parte, quienes, desesperando de poder de poder dar a la
vida un sentido exacto, alaban la audacia de quienes piensan que la existencia
carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido
puramente subjetivo.
Sin
embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que
se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más
fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la
muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor
tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la
sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal? a
fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el
cielo a la humanidad otro nombre en el que haya de encontrar la salvación.
Igualmente
cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en
su Señor y Maestro.
Afirma
además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas
permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy
y para siempre.
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