Al salir de la piscina bautismal fuiste al sacerdote. Considera
lo que vino a continuación. Es lo que dice el salmista: Es ungüento precioso en
la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón. Es tu
nombre un ungüento cuyo perfume se difunde; por eso te aman las doncellas. ¡Cuántas
son hoy las almas renovadas que, llenas de amor a ti, Señor Jesús, te dicen: Arrástranos
tras de ti: correremos tras el olor de tus vestidos, atraídas por el olor de la
resurrección!
Esfuérzate en penetrar el significado de este rito,
porque el sabio tiene sus ojos en la frente. Este ungüento va bajando la barba,
esto es, por tu juventud renovada, y por la barba de Aarón, porque te convierte
en linaje escogido, sacerdotal, precioso. Todos, en efecto, somos ungidos por
la gracia del Espíritu para ser miembros del reino de Dios y formar parte de su
sacerdocio.
Después de esto, recibiste la vestidura blanca como
señal de que te habías despojado de la envoltura del pecado y te habías vestido
con la casta ropa de la inocencia, de conformidad con lo que dice el salmista:
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio, lávame: quedaré más blanco que la nieve.
En efecto, tanto la ley antigua como el Evangelio aluden a la limpieza
espiritual del que ha sido bautizado: la ley antigua, porque Moisés roció con
la sangre del cordero sirviéndose de un ramo de hisopo; el Evangelio, porque
las vestiduras de Cristo eran blancas como la nieve, cuando mostró la gloria de
su resurrección. Aquel a quien se le perdonan los pecados queda más blanco que
la nieve. Por esto dice el Señor por boca de Isaías: Aunque vuestros pecados
sean como la grana, blanquearán como la nieve.
La Iglesia, engalanada con estas vestiduras gracias al
baño de regeneración, dice con palabras del Cantar de los Cantares: Soy negra
pero hermosa, hijas de Jerusalén. Negra por la fragilidad de su condición
humana, hermosa por la gracia; negra porque consta de hombres pecadores,
hermosa por el sacramento de la fe. Las hijas de Jerusalén, estupefactas al ver
estas vestiduras, dicen: ¿Quién es ésta que sube resplandeciente de blancura?
Antes era negra, ¿de dónde esta repentina blancura?
Y Cristo, al contemplar a su Iglesia con blancas
vestiduras -él, que por su amor tomó unas sórdidas vestiduras, como dice el
libro del profeta Zacarías-, al contemplar el alma limpia y lavada por el baño
de regeneración, dice: ¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! Tus ojos
son como palomas, bajo cuya apariencia bajó del cielo el Espíritu Santo.
Recuerda, pues, que has recibido el sello de Espíritu,
espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y de piedad, espíritu de santo temor; y conserva lo que has
recibido. Dios Padre te ha sellado. Cristo el Señor te ha confirmado y ha
puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu, como te enseña el Apóstol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario