Como en las
personas de vuestra comunidad que tuve la suerte de ver, os contemplé en la fe
a todos vosotros y a todos cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por
hacerlo todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que ocupa
el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al colegio de los
apóstoles; desempeñando los diáconos, para mí muy queridos, el ejercicio que
les ha sido confiado del ministerio de Jesucristo, el cual estaba junto al
Padre antes de los siglos y se manifestó en estos últimos tiempos.
Así pues, todos,
conformándoos al proceder de Dios, respetaos mutuamente y nadie mire a su
prójimo bajo un punto de vista meramente humano, sino amaos unos a otros en
Jesucristo en todo momento. Que nada haya en vosotros que pueda dividiros,
antes bien, formad un solo cuerpo con vuestro obispo y con los que os presiden,
para que seáis modelo y ejemplo de inmortalidad.
Por consiguiente,
a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, ya que formaba una
sola cosa con él -nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles-, así
también vosotros, nada hagáis sin contar con vuestro obispo y con los
presbíteros, ni tratéis de colorear como laudable algo que hagáis
separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola
esperanza en la caridad y en la santa alegría, ya que uno solo es Jesucristo,
mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un solo Jesucristo que
procede de un solo Padre, que en un solo Padre estuvo y a él solo ha vuelto.
No os dejéis
engañar por doctrinas extrañas ni por cuentos viejos que no sirven para nada.
Porque si hasta el presente seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos
no haber recibido la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según
Jesucristo. Por eso justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su
gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el
cual se habría de manifestar a sí mismo por medio de Jesucristo, su hijo, que
es su Palabra que procedió del silencio, y que en todo agradó a aquel que la
había enviado.
Ahora bien, si los
que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva
esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el domingo como el
principio de la vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al
Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos
profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a su Maestro? Y por
eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de
entre los muertos.
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