Tratemos de
averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con
frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se
comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras
veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la
causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo
diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las
otras, como ha dicho alguien: Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en
que se halla cada uno.
En efecto, quien
está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder
la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su
hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces
también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se
digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los
hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus
maldiciones e injurias.
De ahí proviene,
como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en
nada lo que le dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de
un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el
hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente
la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se
acusa a sí mismo.
De ahí proviene,
como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en
nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un
hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el
hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente
la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se
acusa a sí mismo.
De ahí deriva toda
molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no
debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo
es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos
comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo
hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino
recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en
acusarnos a nosotros mismos.
Así son las cosas.
Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de
este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o
afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.
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