Dios
mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica, ¿Quién dice esto? Parece que uno
solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde los confines de la tierra con
el corazón abatido. Por tanto, no se trata de uno solo, a no ser en el sentido
de que Cristo, junto con nosotros sus miembros, es uno solo. ¿Cómo puede uno
solo invocar a Dios desde los confines de la tierra? Quien invoca desde los
confines de la tierra es aquella herencia de la que se ha dicho al Hijo:
Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la
tierra.
Por
tanto, esta posesión de Cristo, esta herencia de Cristo, este cuerpo de Cristo,
esta Iglesia única de Cristo, esta unidad que formamos nosotros es la que
invoca al Señor desde los confines de la tierra. ¿Y qué es lo que pide? Lo que
hemos dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco
desde los confines de la tierra, esto es, desde todas partes.
¿Y
cuál es el motivo de esta súplica? Porque tiene el corazón abatido. Quien así
clama demuestra que está en todas las naciones de todo el mundo no con grande
gloria, sino con graves tentaciones.
Nuestra
vida, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de
tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie
puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puedes ser coronado si no ha
sido vencido, ni puede vencer sino ha luchado, ni puede luchar si carece de
enemigo y de tentaciones.
Aquel
que invoca desde los confines de la tierra está abatido, más no queda
abandonado. Pues quiso prefigurarnos a nosotros, su cuerpo, en su propio
cuerpo, en el cual ha muerto ya y resucitado, y ha subido al cielo, para que
los miembros confíen llegar también adonde los ha precedido su cabeza.
Así
pues, nos transformó en sí mismo, cuando quiso ser tentado por Satanás.
Acabamos de escuchar en el Evangelio cómo el Señor Jesucristo fue tentado por
el diablo, ya que en él eras tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de ti la
condición humana para sí mismo, de sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la
muerte para sí mismo, de sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí
mismo, de sí mismo honores para ti; consiguientemente, tenía de ti la tentación
para sí mismo, de sí mismo la victoria para ti.
Si
en él fuimos tentados, en él venceremos al diablo, ¿Te fijas en que Cristo fue
tentado, y no te fijas que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado
en él, y reconócete también a ti mismo victorioso en él. Hubiera podido impedir
la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la
tentación, no hubieras aprendido de él a vencerla.
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