DEL LIBRO DE SANTA TERESA DE AVILA SOBRE EL CAMINO
DE PERFECCION
VENGA TU REINO
¿Quién
hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva
pensado cómo pedirla, para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de
pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa
señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para
notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir <<Dadnos,
Padre, lo que nos conviene>>? Pues a quien tan bien lo entiende todo, no
parece era menester más.
¡Oh
Sabiduría eterna! Para entre vos y vuestro Padre esto bastaba, que así lo
pedisteis en el huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas os dejasteis
en la suya. Mas a nosotros nos conocéis, Señor mío; que no estamos tan rendidos
como los estabais vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir
cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos está bien lo que
pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que
queremos (con este libre albedrío que tenemos), no admitiremos lo que el Señor
nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la
mano, nunca nos pensamos ver ricos.
Pues
dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en
nosotros un tal reino: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu
reino.
Ahora
mirad, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí y es bien
que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su majestad que no
podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar este nombre santo
del Padre eterno, conforme a lo poquito que podemos nosotros (de manera que se
hiciese como es razón), si no nos proveía su majestad con darnos acá su reino,
por ello lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos esto que
pedimos, y lo que nos importa importunar por ello, y hacer cuanto pudiéremos
para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que to
entiendo.
El
gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya
no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos,
un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en
sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor, y
bendicen su nombre y no le ofende nadie.
Todos
le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede
dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta
perfección, ni en un ser; más muy de otra manera le amaríamos de lo que le
amamos, si le conociésemos.
El
que sabe dar buenos dones a sus hijos nos impulsa a pedir y a buscar.
Recibiremos con más abundancia, si creemos con más confianza, y esperamos con
más firmeza, y deseamos con más ardor.
Con
frecuencia la oración se expresa mejor con gemidos que con palabras, más con
llanto que con los labios.
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