LA ACTIVIDAD HUMANA
La
actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre,
pues éste, con su actuación, no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino
también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se
supera y se trasciende. Un desarrollo de este género, bien entendido, es de más
alto valor que las riquezas exteriores que puedan recogerse, Más vale el hombre
por lo que es que por lo que tiene.
De
igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia, una
más extensa fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale
más que el progreso técnico. Porque éste puede ciertamente suministrar, como si
dijéramos, el material para la promoción humana, pero no es capaz de hacer por
sí solo que esa promoción se convierta en realidad.
De
ahí que la norma de la actividad humana es la siguiente: que, según el designio
y la voluntad divina responda al auténtico bien del género humano y constituya
para el hombre, individual y socialmente de su entera vocación,
Sin
embargo, muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más estrecha
vinculación entre la actividad humana y la religión sea un obstáculo a la
autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia. Si por autonomía de lo
terreno entendemos que las cosas y las sociedades tienen sus propias leyes y su
propio valor, y que el hombre debe irlas conociendo, empleando y sistematizando
paulatinamente, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía, que no
sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que responde además a la
voluntad del Creador. Pues, por el hecho mismo de la creación, todas las cosas
están dotadas de una propia consistencia, verdad y bondad, de propias leyes y
orden, que el hombre está obligado a respetar, reconociendo el método propio de
cada una de las ciencias o artes.
Por
esto hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han manifestado entre
los mismos cristianos, por no haber entendido suficientemente la legítima
autonomía de la ciencia, actitudes, que, por las contiendas y controversias que
de ellas surgían, indujeron a muchos a pensar que existía una oposición entre
la fe y la ciencia.
Pero
si la expresión <<autonomía de las cosas temporales>> se entiende
en el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el hombre
puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que admita la
existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este modo de pensar.
La creatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su Creador.
Dios
te ha bendecido en todas tus empresas, ha protegido tu marcha a través de un
gran desierto, y te ha acompañado sin que te haya faltado nada. Y te ha educado
como un padre educa a su hijo.
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