NUESTRA AMISTAD CON DIOS
Nuestro
Señor, aquel que es la Palabra de Dios, primero nos ganó como siervos de Dios, más
para liberarnos después, tal como dice a sus discípulos: Ya no os llamo
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os he llamado amigos,
porque todo cuanto me ha comunicado el
Padre os lo he dado a conocer. Y la amistad divina es causa de inmortalidad
para todos los que entran en ella.
Así,
pues, en el principio Dios plasmó a Adán, no porque tuviese necesidad del
hombre, sino para tener en quien depositar sus beneficios. Pues no sólo antes
de la creación de Adán, sino antes de toda la creación, el que es la Palabra
glorificaba a su Padre, permaneciendo en él, y él, a su vez, era glorificado
por el Padre, como afirma él mismo: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que
tenía junto a ti antes que el mundo existiese.
Y
si nos mandó seguirlo no es porque necesite de nuestros servicios, sino para
que nosotros alcancemos así la salvación. Seguir al Salvador, en efecto, es
beneficiarse de la salvación, y seguir a la Luz es recibir la luz. Pues los que
están en la luz no son los que iluminan a la luz, sino que la luz los ilumina y
esclarece a ellos, ya que ellos nada le añaden, sino que son ellos los que se benefician
de la luz.
Del
mismo modo, el servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad
alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida, la
incorrupción y la gloria eterna a los que lo siguen y sirven, beneficiándolos
por el hecho de seguirlo y servirlo, sin recibir de ellos beneficio alguno, ya
que es en sí mismo rico perfecto, sin que nada le falte.
La
razón, pues, por la que Dios desea que los hombres lo sirvan es su bondad y
misericordia, por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su
servicio, pues, si Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de
la comunión con Dios.
En
esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio
de Dios. Por esto el Señor decía a sus discípulos: no me habéis elegido
vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, queriendo indicar que no
eran ellos los que lo glorificaban al seguirlo, sino que, siguiendo al Hijo de
Dios, él los glorificaba a ellos. Por esto añade: Quiero que ellos estén
conmigo allí donde yo esté, para que contemplen mi gloria.
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