miércoles, 13 de abril de 2016

EL AMOR DE DIOS DEBE APREMIAROS



EL AMOR DE DIOS DEBE APREMIAROS

Reflexionad lo que dice el Apóstol Pablo, a saber, que Dios ha puesto en la Iglesia apóstoles, profetas y doctores, y os convenceréis de que es Dios quien os ha asignado vuestro cargo. De ello da testimonio el mismo Apóstol, cuando dice que hay diversos ministerios y diversas operaciones, y que en cada uno de estos dones se pone de manifiesto un mismo Espíritu Santo para común utilidad, esto es, para utilidad de la Iglesia.

Debéis estar, pues, bien seguros de que la gracia que se os ha dado, es decir, la de enseñar a los niños, anunciarles el Evangelio y formarlos cristianamente, es un gran don de Dios, ya que es él quien os llama a esta santa ocupación.

Por consiguiente, procurad que los niños confiados a vuestros cuidados vean, en toda vuestra manera de enseñar, que sois ministros de Dios, ejerciendo vuestro cargo con una caridad no fingida y con verdadera diligencia. Tanto más debéis sentiros vinculados a vuestra labor, cuanto que sois ministros no sólo de Dios, sino también de Jesucristo y de la Iglesia.

Así lo afirma san Pablo, exhortando a que sean tenidos como ministros de Cristo todos los que anuncian el Evangelio, los que escriben aquella carta, dictada por el mismo Cristo, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón, que son los corazones de los niños. Por esto el amor de Dios debe apremiaros, ya que Jesucristo murió por todos, a fin de que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió y resucitó.

Y, así, vuestros discípulos, impresionados por vuestra diligencia y asiduidad, han de sentir realmente que es Dios quien exhorta a través de vosotros, ya que sois embajadores de Cristo.

Conviene, además, que manifestéis a la Iglesia el gran amor que le tenéis, y que le deis pruebas de vuestra diligencia. Vosotros, en efecto, trabajáis en unión con la Iglesia, que es el cuerpo de Jesucristo. Demostrad, pues, con vuestra actividad, que amáis a los que Dios os ha confiado, como Cristo amó a la Iglesia.

Esforzaos porque los niños entren verdaderamente a formar parte de este templo espiritual y lleguen a hacerse dignos de presentarse un día ante el tribunal de Jesucristo, gloriosos, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, para que se muestre en los siglos venideros la sublime riqueza de la gracia que Dios les ha dado, ayudándolos a ellos en su aprendizaje y a vosotros en vuestra labor de enseñarlos y educarlos, para que posean la herencia en el reino de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor.

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