LA
PASCUA ESPIRITUAL
La
Pascua que hemos celebrado es el origen de la salvación de todos, comenzando
por el primer hombre, que continúa viviendo en sus descendientes.
Primero
fue establecida toda aquella serie de instituciones antiguas, limitadas a un tiempo,
como tipo e imagen de las cosas eternas, para anunciar de un modo velado la
realidad que ahora sale a plena luz; pero, al hacerse presente esta realidad,
lo que era tipo e imagen no tiene ya vigencia; cuando llega el rey, nadie lo
deja de lado para seguir venerando su imagen.
Queda pues, muy claro en qué alto grado la realidad
excede a la figura, ya que ésta celebrada la momentánea preservación de la
muerte de los primogénitos israelitas, pero la realidad celebra la vida
perpetua de todos los hombres.
No
es gran cosa verse libre de la muerte por breve tiempo si se ha de morir poco
después, pero sí lo es verse libre de la muerte de un modo definitivo; y esto
es lo que nos ha sucedido a nosotros, ya que Cristo, nuestra Pascua, ha sido
inmolado.
Ya
el mismo nombre de la fiesta encierra en sí una gran excelencia, si
comprendemos lo que realmente significa. La palabra Pascua, en efecto,
significa “paso”, refiriéndose al hecho de que el ángel exterminador que mataba
primogénitos pasó de largo ante las casas de los hebreos. Verdaderamente el
ángel exterminador ha pasado de largo ante nosotros, dejándonos intactos y resucitados por Cristo en la vida eterna.
¿Qué
significa, si buscamos su sentido verdadero, el hecho de que aquel tiempo en
que se celebraba la Pascua y la salvación de los primogénitos fuera establecido
como el inicio del año? Que también para nosotros el sacrificio de la Pascua
verdadera es el inicio de la vida eterna.
El
año, en efecto, es como un símbolo de la eternidad, ya que, una vez terminado
su curso, vuelve siempre a recomenzar su ciclo. Y Cristo, el padre sempiterno,
se ha ofrecido por nosotros en sacrificio y, considerando como si nuestra vida
anterior no hubiera pasado en el tiempo, nos da el principio de una segunda
vida, mediante el baño de regeneración, imagen de su muerte y resurrección.
Y,
así, todo el que reconoce la Pascua ha sido inmolada para él, tenga como
principio de vida la inmolación de Cristo en su favor. Cada uno de nosotros nos
apropiamos esta inmolación cuando reconocemos el don y entendemos que este
sacrificio es el origen de nuestra vida. El que ha llegado a este conocimiento
que se esfuerce en recibir este principio de vida nueva y que no retorne ya más
a la vida anterior, cuyo fin se aproxima.
Pue,
una vez que hemos muerto al pecado –dice el Apóstol -, ¿cómo continuar viviendo
en él?
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