EL DON DE LA NUEVA ALIANZA QUE NOS DEJO EN HERENCIA
El
sacrificio celestial instituido por Cristo es verdaderamente el don de su nueva
alianza que nos dejó en herencia, como prenda de su presencia entre nosotros,
la misma noche en que iba a ser entregado para ser crucificado. Éste es el
viático de nuestro camino, con el cual nos alimentamos y nutrimos durante el
peregrinar de nuestra vida presente, hasta que salgamos de este mundo y
lleguemos al Señor; por esto decía el mismo Señor: Si no coméis mi carne y no
bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros.
Quiso
en efecto, que sus beneficios permanecieran en nosotros, quiso que las almas
redimidas con su sangre preciosa fueran continuamente santificadas por el
sacramento de su pasión; por esto mandó a sus fieles discípulos, a los que
instituyó también como primeros
sacerdotes de su Iglesia, que celebran incesantemente estos misterios de vida
eterna, que todos los sacerdotes deben continuar celebrando en las Iglesias de
todo el mundo, hasta que Cristo vuelva desde el cielo, de modo que, tanto los
mismos sacerdotes como los fieles todos, teniendo cada día ante nuestros ojos y
en nuestras manos el memorial de la pasión de Cristo, recibiéndolo en nuestros
labios y en nuestro pecho, conservemos el recuerdo indeleble de nuestra
redención.
Además,
puesto que el pan, compuesto de muchos granos de trigo reducidos a harina,
necesita, para llegar a serlo, de la acción del agua y del fuego, nuestra mente
descubre en él una figura del cuerpo de Cristo, el cual, sabemos es un solo
cuerpo compuesto por la muchedumbre de todo género humano y unido por el fuego
del Espíritu Santo.
Jesús,
en efecto, nació por obra del Espíritu Santo y, porque así convenía para
cumplir la voluntad salvífica de Dios, penetró en las aguas bautismales para
consagrarlas, y volvió del Jordán lleno del Espíritu Santo, que había
descendido sobre él en forma de paloma, como atestigua el evangelista san
Lucas: Jesús regresó de las orillas del Jordán, lleno del Espíritu Santo.
Asimismo,
también el vino que es su sangre, resultado de la unión de muchos granos de uva
de la viña por él plantada, fue exprimido en el lagar de la cruz, y fermenta,
por su propia virtud, en el espacioso recipiente de los que lo beben con
espíritu de fe.
Todos
nosotros, los que hemos escapado de la tiranía de Egipto y del diabólico
Faraón, debemos recibir, con toda avidez de que es capaz nuestro religioso
corazón, este sacrificio de la Pascua salvadora, para que nuestro Señor
Jesucristo, al que creemos presente en sus sacramentos, santifique nuestro
interior; él, cuya inestimable eficacia perdura a través de los siglos.
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