Debemos
continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo,
y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su
Iglesia.
Porque
los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud.
Han llegado ciertamente a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero
no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo
místico. El hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar
sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que
ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en
nosotros a través de estos misterios. En este sentido quiere completarlos en
nosotros.
Por
esto San Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos
nosotros contribuimos a su edificación y a la edad de Cristo en su plenitud, es
decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no
llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo Apóstol dice, en otro
lugar, que él va completando las tribulaciones que aún le quedan por sufrir con
Cristo en su carne mortal.
De
este modo el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos
los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los
misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en
nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del
bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida
espiritual e interior, oculta con él en Dios.
Quiere
completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo
que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en
nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal cuando haga que vivamos en él y
en él una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo quiere consumar y
completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia,
haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en
nosotros sean continuados y prolongados.
Según
esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel
tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en
nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.
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