Nuestro
Señor y Salvador, hermanos muy amados, nos enseña unas veces con sus palabras,
otras con sus obras. Sus hechos, en efecto, son normas de conducta, ya que con
ellos nos da a entender tácitamente lo que debemos hacer. Manda a sus
discípulos a predicar de dos en dos, ya que es doble el precepto de la caridad,
a saber, el amor de Dios y del prójimo.
El
Señor envía a los discípulos a predicar de dos en dos y con ello nos indica sin
palabras que el que no tiene caridad para con los demás no puede aceptar, en
modo alguno, el ministerio de la predicación.
Con
razón se dice que los envió delante de sí por todas las aldeas y lugares que iba
a visitar. En efecto, el Señor viene detrás de sus predicadores, ya que,
habiendo precedido la predicación, viene entonces el Señor a la morada de
nuestro interior, cuando ésta ha sido preparada por las palabras de
exhortación, que han abierto nuestro espíritu a la verdad. En este sentido dice
Isaías a los predicadores: Preparad el camino del Señor; enderezad las sendas
para nuestro Dios. Por esto les dice también el salmista: Alfombrad el camino
del que sube sobre el ocaso. Sobre el ocaso, en efecto, sube el Señor, ya que
el declive de su pasión fue precisamente cuando, por su resurrección, puso más
plenamente de manifiesto su gloria. Sube sobre el ocaso, porque, con su resurrección
pisoteó la muerte que había sufrido. Por esto nosotros alfombramos el camino
del que sube sobre el ocaso cuando os anunciamos su gloria, para que él,
viniendo a continuación, os ilumine con su presencia amorosa.
Escuchemos
lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos: La mies es
mucha, pero los operarios son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que envíe
trabajadores a su mies. Por tanto, para una mies abundante son pocos los
trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza,
porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas
buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Mirad cómo el
mundo ésta lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un
trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio
sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio.
Pensad,
pues, amados hermanos, pensad bien en lo que dice el Evangelio: Rogad al Señor
de la mies que envíe trabajadores a su mies. Rogad también por nosotros, para
que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no
deje nunca de exhortarnos, no sea que, después de haber recibido el ministerio
de la predicación, seamos acusados ante el justo Juez, por nuestro silencio.
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