Dice el Señor: Todo el día, sin cesar, ultrajan mi
nombre en medio de las naciones; y también en otro lugar: ¡Ay de aquel por cuya
causa ultrajan mi nombre! ¿Por razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra
conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en
efecto, cuando escuchan de nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados
de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que
no concuerda con nuestras palabras, empiezan a blasfemar, diciendo que todo es
fábula y mentira.
Cuando nos oyen decir que Dios afirma: Si amáis a los
que os aman no es grande vuestro mérito, pero grande es vuestra virtud si amáis
a vuestros enemigos y a quienes os odian, se llenan de admiración ante la
sublimidad de estas palabras; pero luego, al contemplar cómo no amamos a los
que nos aman, se ríen de nosotros y con ello el nombre de Dios es blasfemado.
Así pues, hermanos, si cumplimos la voluntad de Dios,
perteneceremos a la Iglesia primera, es decir, a la Iglesia espiritual, que fue
creada antes que el sol y la luna; pero, si no cumplimos la voluntad del Señor,
seremos de aquellos de quienes afirma la Escritura: Habéis convertido mi templo
en una cueva de bandidos. Por tanto, procuremos pertenecer a la Iglesia de la
vida, para alcanzar así la salvación.
Creo que no ignoráis que la Iglesia viva es el cuerpo
de Cristo. Dice, en efecto, la Escritura: Creó Dios al hombre, hombre y mujer
los creó; el hombre es Cristo, la mujer es la Iglesia; ahora bien, los escritos
de los profetas y de los apóstoles nos enseñan también que la Iglesia no es de
este tiempo, sino que existe desde el principio; en efecto, la Iglesia era
espiritual como espiritual era el Señor Jesús, pero se manifestó visiblemente
en los últimos tiempos para llevarnos a la salvación.
Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en
la carne de Cristo, mostrándonos con ello que, si nosotros conservamos intacta
esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en el Espíritu Santo y
nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen. Todo esto quiere decir,
hermanos, lo siguiente: Conservad con respeto vuestra carne, para que así
tengáis parte en el Espíritu. Y, si afirmamos que la carne es la Iglesia y el
Espíritu es Cristo, ello significa que quien deshonra la carne deshonra la
Iglesia, y este tal no será tampoco partícipe de aquel Espíritu, que es el
mismo Cristo. Con la ayuda del Espíritu Santo, esta carne puede, por tanto,
llegar a gozar de aquella incorruptibilidad y de aquella vida que es tan
sublime, que nadie puede explicar ni describir, pero que Dios ha preparado para
sus elegidos.
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