viernes, 18 de diciembre de 2015

LA VOCACION Y LA MISION DE LA FAMILIA EN LA IGLESIA Y EL MUNDO (final)



SÍNODO DE LOS OBISPOS

XIV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA VOCACIÓN Y LA MISIÓN DE LA FAMILIA
EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
INSTRUMENTUM LABORIS
CIUDAD DEL VATICANO
2015


69. (29) El diálogo sinodal se detuvo en algunas cuestiones pastorales más urgentes que encomendar a la concretización en cada una de las Iglesias locales, en la comunión cum Petro et sub Petro. El anuncio del Evangelio de la familia constituye una urgencia para la nueva evangelización. La Iglesia está llamada a darlo con ternura de madre y claridad de maestra (cfr. Ef 4,15), en fidelidad a la kenosi misericordiosa de Cristo. La verdad se encarna en la fragilidad humana no para condenarla, sino para salvarla (cfr. Jn 3,16 -17). 


70. Ternura quiere decir dar con alegría y suscitar en el otro el gozo de sentirse amado. Se expresa, en particular, en dirigirse con atención exquisita a los límites del otro, especialmente cuando se presentan de manera evidente. Tratar con delicadeza y respeto significa curar las heridas y volver a dar esperanza, a fin de avivar de nuevo en el otro la confianza. La ternura en las relaciones familiares es la virtud cotidiana que ayuda a superar los conflictos interiores y de relación. Al respecto, el Papa Francisco nos invita a reflexionar: « ¿Tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! Paciencia de Dios, cercanía de Dios, ternura de Dios» (Homilía con ocasión de la Santa Misa de la Noche en la Solemnidad de la Natividad del Señor, 24 de diciembre de 2014).
71. (30) Evangelizar es responsabilidad de todo el pueblo de Dios, cada uno según su propio ministerio y carisma. Sin el testimonio gozoso de los cónyuges y de las familias, Iglesias domésticas, el anuncio, aunque fuese correcto, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras que caracteriza nuestra sociedad (cfr. NMI, 50). Los Padres sinodales hicieron hincapié en más de una ocasión en que las familias católicas, en virtud de la gracia del sacramento nupcial, están llamadas a ser sujetos activos de la pastoral familiar. 


72. La Iglesia debe infundir en las familias un sentido de pertenencia eclesial, un sentido del “nosotros” en el cual ningún miembro es olvidado. Hay que alentar a todos a desarrollar sus capacidades y a realizar el proyecto de la propia vida al servicio del Reino de Dios. Cada familia, insertada en el contexto eclesial, ha de redescubrir el gozo de la comunión con otras familias para servir al bien común de la sociedad, promoviendo una política, una economía y una cultura al servicio de la familia, usando también las redes sociales y los medios de comunicación.
Sería bueno crear pequeñas comunidades de familias como testigos vivos de los valores evangélicos. Sería necesario preparar, formar y responsabilizar a algunas familias que puedan acompañar a otras a vivir cristianamente. Asimismo hay que recordar y alentar a las familias que se muestran dispuestas a vivir la misión “ad gentes”. Por último, se señala la importancia de que exista una conexión entre la pastoral juvenil y la pastoral familiar.


73. La preparación de las nupcias ocupa durante largo tiempo la atención de los novios. A la celebración del matrimonio, que sería preferible vivir en la comunidad a la que pertenece uno de ellos o a la que pertenecen ambos, hay que conferir la debida atención, resaltando sobre todo su carácter propiamente espiritual y eclesial. A través de una participación cordial y llena de gozo, la comunidad cristiana, invocando el Espíritu Santo, acoge en su seno a la nueva familia para que, como Iglesia doméstica, se sienta parte de la gran familia eclesial.
Frecuentemente, el celebrante tiene la oportunidad de dirigirse a una asamblea compuesta de personas que participan poco en la vida eclesial o que pertenecen a otra confesión cristiana o comunidad religiosa. Por tanto, se trata de una ocasión preciosa de anuncio del Evangelio de la familia, que sea capaz de suscitar, entre las familias presentes, el redescubrimiento de la fe y del amor que vienen de Dios. La celebración nupcial también es una ocasión propicia para invitar a muchos a la celebración del sacramento de la Reconciliación.


74. (31) Es decisivo resaltar la primacía de la gracia y, por tanto, las posibilidades que el Espíritu dona en el sacramento. Se trata de hacer experimentar que el Evangelio de la familia es alegría que «llena el corazón y la vida entera», porque en Cristo somos «liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (EG, 1). A la luz de la parábola del sembrador (cfr. Mt 13,3-9), nuestra tarea es cooperar en la siembra: lo demás es obra de Dios. Tampoco hay que olvidar que la Iglesia que predica sobre la familia es signo de contradicción.
75. El primado de la gracia se manifiesta en plenitud cuando la familia da razón de su fe y los cónyuges viven su matrimonio como una vocación. Al respecto, se sugiere: sostener y alentar el testimonio creyente de los cónyuges cristianos; activar sólidos itinerarios de crecimiento de la gracia bautismal, sobre todo en la fase juvenil; adoptar, en la predicación y en la catequesis, un lenguaje simbólico, significativo y que haga referencia a la experiencia, entre otras cosas mediante encuentros y cursos apropiados para los agentes pastorales, a fin de alcanzar efectivamente a los destinatarios y educarlos a invocar y reconocer la presencia de Dios entre los cónyuges unidos en el sacramento, en un estado de continua conversión.


76. (32) Esto exige a toda la Iglesia una conversión misionera: es necesario no quedarse en un anuncio meramente teórico y desvinculado de los problemas reales de las personas. Nunca hay que olvidar que la crisis de la fe ha conllevado una crisis del matrimonio y de la familia y, como consecuencia, a menudo se ha interrumpido incluso la transmisión de la fe de padres a hijos. Ante una fe fuerte la imposición de algunas perspectivas culturales que debilitan la familia y el matrimonio no tiene incidencia.
77. (33) Asimismo, se requiere la conversión del lenguaje a fin de que resulte efectivamente significativo. El anuncio debe hacer experimentar que el Evangelio de la familia responde a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad. No se trata solamente de presentar una normativa, sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad que se constata hoy, incluso en los países más secularizados, de tales valores.
78. El mensaje cristiano se debe anunciar favoreciendo un lenguaje que suscite la esperanza. Es necesario adoptar una comunicación clara y cautivadora, abierta, que no moralice, juzgue y controle, y dé testimonio de la enseñanza moral de la Iglesia, permaneciendo sensible a la vez a las condiciones de cada persona.
Puesto que muchos ya no comprenden el Magisterio eclesial sobre diversos temas, se siente la urgencia de un lenguaje capaz de llegar a todos, especialmente a los jóvenes, para transmitir la belleza del amor familiar y hacer comprender el significado de términos como donación, amor conyugal, fecundidad y procreación.


79. Para una transmisión más apropiada de la fe parece necesaria una mediación cultural capaz de expresar con coherencia la fidelidad tanto al Evangelio de Jesús como al hombre contemporáneo. Tal y como enseñaba el beato Pablo VI: «A nosotros, Pastores de la Iglesia, incumbe especialmente el deber de descubrir con audacia y prudencia, conservando la fidelidad al contenido, las formas más adecuadas y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo» (EN, 40).
Hoy, de modo particular, es necesario hacer hincapié en la importancia del anuncio gozoso y optimista de las verdades de la fe sobre la familia, utilizando también grupos especializados, expertos en comunicación, que sepan tener en justa consideración las problemáticas derivadas de los estilos de vida hodiernos. 


80. (34) La Palabra de Dios es fuente de vida y espiritualidad para la familia. Toda la pastoral familiar deberá dejarse modelar interiormente y formar a los miembros de la Iglesia doméstica mediante la lectura orante y eclesial de la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios no sólo es una buena nueva para la vida privada de las personas, sino también un criterio de juicio y una luz para el discernimiento de los diversos desafíos que deben afrontar los cónyuges y las familias.
81. A la luz de la Palabra de Dios, que pide discernimiento en las situaciones más diversas, la pastoral debe tener en consideración que es necesaria una comunicación abierta al diálogo y libre de prejuicios particularmente respecto a los católicos que en materia de matrimonio y familia no viven, o no están en condición de vivir, en pleno acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia.


82. (35) Al mismo tiempo, muchos Padres sinodales han insistido en un enfoque más positivo respecto a las riquezas de las diferentes experiencias religiosas, sin acallar las dificultades. En estas diversas realidades religiosas y en la gran diversidad cultural que caracteriza a las naciones es oportuno apreciar primero las posibilidades positivas y a la luz de éstas valorar los límites y carencias.
83. A partir de la constatación de la pluralidad religiosa y cultural, se desea que el Sínodo custodie y valore la imagen de “sinfonía de las diferencias”. Se hace hincapié en el hecho que la pastoral matrimonial y familiar en conjunto necesita apreciar los elementos positivos que se encuentran en las diversas experiencias religiosas y culturales, los cuales representan una “preparativo evangélica”. A través del encuentro con las personas que han emprendido un camino de conciencia y responsabilidad respecto a los auténticos bienes del matrimonio, se podrá establecer una colaboración eficaz para la promoción y la defensa de la familia.

Capítulo II
Familia y formación


84. (36) El matrimonio cristiano es una vocación que se acoge con una adecuada preparación en un itinerario de fe, con un discernimiento maduro, y no hay que considerarlo sólo como una tradición cultural o una exigencia social o jurídica. Por tanto, es preciso realizar itinerarios que acompañen a la persona y a los esposos de modo que a la comunicación de los contenidos de la fe es una la experiencia de vida ofrecida por toda la comunidad eclesial.
85. Para que se comprenda la vocación al matrimonio cristiano es indispensable mejorar la preparación al sacramento, y en particular la catequesis prematrimonial —a veces pobre en contenidos— que forma parte integrante de la pastoral ordinaria. Es importante que los esposos cultiven responsablemente su fe, basada en las enseñanzas de la Iglesia presentadas de modo claro y comprensible.
La pastoral de los novios también debe estar integrada en el compromiso general de la comunidad cristiana a presentar de modo adecuado y convincente el mensaje evangélico acerca de la dignidad de la persona, su libertad y el respeto de los derechos humanos.
86. En el cambio cultural que estamos viviendo con frecuencia se presentan —cuando no se imponen— modelos en contraste con la visión cristiana de la familia. Por tanto, los cursos formativos deberán ofrecer itinerarios de educación que ayuden a las personas a expresar adecuadamente su deseo de amor en el lenguaje de la sexualidad. En el contexto cultural y social hodierno, en el que a menudo se desvincula la sexualidad de un proyecto de amor auténtico, la familia, aunque siga siendo el espacio pedagógico privilegiado, no puede ser el único lugar de educación a la sexualidad. En consecuencia, es preciso estructurar verdaderos itinerarios pastorales de soporte a las familias, dirigidos tanto a las personas singularmente como a las parejas, prestando especial atención a la edad de la pubertad y de la adolescencia, en los cuales ayudar a descubrir la belleza de la sexualidad en el amor.
En algunos países se señala la presencia de proyectos formativos impuestos por la autoridad pública que presentan contenidos en contraste con la visión propiamente humana y cristiana: respecto a estos proyectos hay que apoyar con decisión el derecho a la objeción de conciencia de parte de los educadores.


87. (37) Se ha recordado repetidamente la necesidad de una renovación radical de la praxis pastoral a la luz del Evangelio de la familia, superando los enfoques individualistas que todavía la caracterizan. Por esto, se ha insistido en varias ocasiones sobre la renovación de la formación de los presbíteros, los diáconos, los catequistas y los demás agentes pastorales, mediante una mayor implicación de las mismas familias.
88. La familia de origen es el seno de la vocación sacerdotal, que se nutre de su testimonio. Muchos perciben una creciente necesidad de incluir a las familias, en particular la presencia femenina, en la formación sacerdotal. Se sugiere que los seminaristas, durante su formación, vivan períodos apropiados con la propia familia y se les dirija a hacer experiencias de pastoral familiar y a adquirir un conocimiento adecuado de la situación actual de las familias. Además, cabe considerar que algunos seminaristas provienen de contextos familiares difíciles. Se señala como benéfica la presencia de los laicos y de las familias, también en las realidades de Seminario, para que los candidatos al sacerdocio comprendan el valor de la comunión entre las diversas vocaciones. En la formación al ministerio ordenado no se puede olvidar el desarrollo afectivo y psicológico, incluso participando directamente en itinerarios adecuados. 


89. En la formación permanente del clero y de los agentes pastorales sería deseable que se siga cuidando con instrumentos apropiados la maduración de la dimensión afectiva y psicológica, que les será indispensable para el acompañamiento pastoral de las familias. Se sugiere que la Oficina diocesana para la familia y las demás Oficinas pastorales intensifiquen su colaboración con vistas a una acción pastoral más eficaz.


90. (38) Asimismo se ha subrayado la necesidad de una evangelización que denuncie con franqueza los condicionamientos culturales, sociales, políticos y económicos, como el espacio excesivo concedido a la lógica de mercado, que impiden una auténtica vida familiar, determinando discriminaciones, pobreza, exclusiones y violencia. Para ello, hay que entablar un diálogo y una cooperación con las estructuras sociales, así como alentar y sostener a los laicos que se comprometen, como cristianos, en el ámbito cultural y sociopolítico.
91. Considerando que la familia es «la célula primera y vital de la sociedad» (AA, 11), esta debe redescubrir su vocación a sostener la vida social en todos sus aspectos. Es indispensable que las familias, agrupándose, encuentren modalidades para interaccionar con las instituciones políticas, económicas y culturales, a fin de edificar una sociedad más justa.
La colaboración con las instituciones públicas no siempre resulta fácil en todos los contextos. De hecho, el concepto de familia de muchas instituciones no coincide con el cristiano o con su sentido natural. Los fieles viven en contacto con modelos antropológicos diversos, que a menudo influyen y modifican radicalmente su modo de pensar.
Las asociaciones familiares y los movimientos católicos deberían trabajar de modo conjunto, a fin de atraer la atención de las instituciones sociales y políticas sobre los problemas reales de la familia y denunciar las prácticas que comprometen su estabilidad. 


92. Los cristianos deben comprometerse de modo directo en el contexto sociopolítico, participando activamente en los procesos de toma de decisiones y llevando al debate institucional las instancias de la doctrina social de la Iglesia. Dicho compromiso favorecería el desarrollo de programas adecuados para ayudar a los jóvenes y a las familias necesitadas, que corren el riesgo del aislamiento social y de la exclusión.
En los diversos contextos nacionales e internacionales es útil volver a proponer la “Carta de los derechos de la familia”, subrayando su nexo con la “Declaración universal de derechos humanos”. 


93. Entre las diversas familias que se hallan en condiciones de indigencia económica, a causa del desempleo o de la precariedad laboral, del número elevado de hijos o de la falta de asistencia socio sanitaria, sucede a menudo que algunos, al no tener acceso al crédito, caen víctimas de la usura. Al respecto, se sugiere crear estructuras económicas de sostén adecuado para ayudar a dichas familias.


94. (39) La compleja realidad social y los desafíos que la familia está llamada a afrontar hoy requieren un compromiso mayor de toda la comunidad cristiana para la preparación de los prometidos al matrimonio. Es preciso recordar la importancia de las virtudes. Entre éstas, la castidad resulta condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal. Respecto a esta necesidad, los Padres sinodales eran concordes en subrayar la exigencia de una mayor implicación de toda la comunidad, privilegiando el testimonio de las familias, además de un arraigo de la preparación al matrimonio en el camino de iniciación cristiana, haciendo hincapié en el nexo del matrimonio con el bautismo y los otros sacramentos. Del mismo modo, se puso de relieve la necesidad de programas específicos para la preparación próxima al matrimonio que sean una auténtica experiencia de participación en la vida eclesial y profundicen en los diversos aspectos de la vida familiar.
95. Se desea una ampliación de los temas formativos en los itinerarios prematrimoniales, de tal manera que éstos lleguen a ser itinerarios de educación a la fe y al amor. Deberían asumir la fisionomía de un camino orientado al discernimiento vocacional personal y de pareja. Para este fin es necesario crear una mejor sinergia entre los varios ámbitos pastorales —juvenil, familiar, catequesis, movimientos y asociaciones—, que permita cualificar el itinerario formativo en sentido mayormente eclesial.
Varias voces confirman la exigencia de una renovación de la pastoral de la familia en el marco de una pastoral de conjunto, capaz de abrazar todas las fases de la vida con una formación completa, que comprenda la experiencia y el valor del testimonio. Los itinerarios de preparación al matrimonio deben ser propuestos por parejas de casados capaces de acompañar a los novios antes de las nupcias y en los primeros años de vida matrimonial, valorando así la ministerialidad conyugal. 


96. (40) Los primeros años de matrimonio son un período vital y delicado durante el cual los cónyuges crecen en la conciencia de los desafíos y del significado del matrimonio. De aquí la exigencia de un acompañamiento pastoral que continúe después de la celebración del sacramento (cfr. FC, parte III). Resulta de gran importancia en esta pastoral la presencia de esposos con experiencia. La parroquia se considera el lugar donde los cónyuges expertos pueden ofrecer su disponibilidad a ayudar a los más jóvenes, con el eventual apoyo de asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Hay que alentar a los esposos a una actitud fundamental de acogida del gran don de los hijos. Es preciso resaltar la importancia de la espiritualidad familiar, de la oración y de la participación en la Eucaristía dominical, alentando a los cónyuges a reunirse regularmente para que crezca la vida espiritual y la solidaridad en las exigencias concretas de la vida. Liturgias, prácticas de devoción y Eucaristías celebradas para las familias, sobre todo en el aniversario del matrimonio, se citaron como ocasiones vitales para favorecer la evangelización mediante la familia.
97. Con frecuencia, en los primeros años de vida conyugal, tiene lugar una cierta introversión de la pareja, con la consecuencia del aislamiento del contexto social. Por esta razón, es preciso hacer sentir la cercanía de la comunidad a los jóvenes esposos. Es unánime la convicción de que compartir las experiencias de vida matrimonial ayuda a las nuevas familias a madurar una mayor conciencia de la belleza y de los desafíos del matrimonio. La consolidación de la red relacional entre las parejas y la creación de vínculos significativos son necesarias para la maduración de la dimensión familiar. Puesto que a menudo son principalmente los movimientos y los grupos eclesiales los que ofrecen y garantizan tales momentos de crecimiento y de formación, se recomienda que sobre todo a nivel diocesano se multipliquen los esfuerzos dirigidos a acompañar de manera constante a los jóvenes esposos.



98. (41) El Sínodo anuncia y promueve el matrimonio cristiano, a la vez que alienta el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad. Es importante entrar en diálogo pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementos de su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud. Los pastores deben identificar elementos que favorezcan la evangelización y el crecimiento humano y espiritual. Una sensibilidad nueva de la pastoral hodierna, consiste en identificar los elementos positivos presentes en los matrimonios civiles y, salvadas las debidas diferencias, en las convivencias. Es preciso que en la propuesta eclesial, aun afirmando con claridad el mensaje cristiano, indiquemos también los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a dicho mensaje.
99. El sacramento del matrimonio, como unión fiel e indisoluble entre un hombre y una mujer llamados a acogerse mutuamente y a acoger la vida, es una gracia grande para la familia humana. La Iglesia tiene el deber y la misión de anunciar esta gracia a todos y en todos los contextos. Además, debe ser capaz de acompañar a quienes viven el matrimonio civil o la convivencia en el descubrimiento gradual de las semillas del Verbo que encierran, para valorarlas, hasta la plenitud de la unión sacramental.


100. (42) Se observó también que en numerosos países un «creciente número de parejas conviven ad experimentum, sin matrimonio ni canónico, ni civil» (IL, 81). En algunos países esto sucede especialmente en el matrimonio tradicional, concertado entre familias y con frecuencia celebrado en diversas etapas. En otros países, en cambio, crece continuamente el número de quienes después de haber vivido juntos durante largo tiempo piden la celebración del matrimonio en la Iglesia. La simple convivencia a menudo se elige a causa de la mentalidad general contraria a las instituciones y a los compromisos definitivos, pero también porque se espera adquirir una mayor seguridad existencial (trabajo y salario fijo). En otros países, por último, las uniones de hecho son muy numerosas, no sólo por el rechazo de los valores de la familia y del matrimonio, sino sobre todo por el hecho de que casarse se considera un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material impulsa a vivir uniones de hecho.
101. (43) Es preciso afrontar todas estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio. Se trata de acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza. Para ello es importante el testimonio atractivo de auténticas familias cristianas, como sujetos de la evangelización de la familia.
102. La elección del matrimonio civil o, en diversos casos, de la convivencia con mucha frecuencia no está motivada por prejuicios o resistencias respecto a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes. En numerosas circunstancias, la decisión de vivir juntos es signo de una relación que desea estructurarse y abrirse a una perspectiva de plenitud. Esta voluntad, que se traduce en un vínculo duradero, fiable y abierto a la vida, puede considerarse una condición de la que partir para un camino de crecimiento abierto a la posibilidad del matrimonio sacramental: un bien posible que debe ser anunciado como don que enriquece y fortalece la vida conyugal y familiar, más que como un ideal difícil de realizar.
103. Para hacer frente a esta necesidad pastoral, la comunidad cristiana, sobre todo a nivel local, debe empeñarse en reforzar el estilo de acogida que le es propio. Mediante la dinámica pastoral de las relaciones personales es posible dar concreción a una sana pedagogía que, animada por la gracia y de modo respetuoso, favorezca la apertura gradual de las mentes y los corazones a la plenitud del plan de Dios. En este ámbito desempeña un papel importante la familia cristiana que testimonia con la vida la verdad del Evangelio.

Cuidar de las familias heridas (separados, divorciados no vueltos a casar, divorciados vueltos a casar, familias monoparentales)

104. (44) Cuando los esposos experimentan problemas en sus relaciones, deben poder contar con la ayuda y el acompañamiento de la Iglesia. La pastoral de la caridad y la misericordia tratan de recuperar a las personas y las relaciones. La experiencia muestra que, con una ayuda adecuada y con la acción de reconciliación de la gracia, un gran porcentaje de crisis matrimoniales se superan de manera satisfactoria. Saber perdonar y sentirse perdonados es una experiencia fundamental en la vida familiar. El perdón entre los esposos permite experimentar un amor que es para siempre y no acaba nunca (cfr. 1 Cor 13,8). Sin embargo, a veces resulta difícil para quien ha recibido el perdón de Dios tener la fuerza para ofrecer un perdón auténtico que regenere a la persona. 


105. En el ámbito de las relaciones familiares la necesidad de la reconciliación es prácticamente cotidiana, por varios motivos. Las incomprensiones debidas a las relaciones con las familias de origen, el conflicto entre costumbres arraigadas diversas; la divergencia acerca de la educación de los hijos, el ansia por las dificultades económicas; la tensión que surge como consecuencia de la pérdida del trabajo: estos son algunos de los motivos corrientes que generan conflictos, y para superarlos es necesaria una continua disponibilidad a comprender las razones del otro y a perdonarse mutuamente. El difícil arte de la recomposición de la relación no sólo necesita el sostén de la gracia, sino también la disponibilidad a pedir ayuda externa. La comunidad cristiana debe estar verdaderamente lista para ello.
En los casos más dolorosos, como el de la traición conyugal, es necesaria una auténtica obra de reparación a la cual se debe estar dispuesto. Una alianza rota se puede restablecer: es preciso educarse a esta esperanza desde la preparación al matrimonio.
Aquí cabe recordar la importancia de la acción del Espíritu Santo en el cuidado de las personas y de las familias heridas y la necesidad de caminos espirituales acompañados por ministros expertos. Es verdad, en efecto, que el Espíritu, «que es llamado por la Iglesia “luz de las conciencias”, penetra y llena “lo más íntimo de los corazones” humanos. Mediante esta conversión en el Espíritu Santo, el hombre se abre al perdón» (DeV, 45).


106. (45) En el Sínodo resonó con claridad la necesidad de opciones pastorales valientes. Reconfirmando con fuerza la fidelidad al Evangelio de la familia y reconociendo que separación y divorcio siempre son una herida que provoca profundos sufrimientos para los cónyuges que los viven y para los hijos, los Padres sinodales señalaron la urgencia de caminos pastorales nuevos, que partan de la realidad efectiva de las fragilidades familiares, sabiendo que con frecuencia más bien son “soportadas” con sufrimiento que elegidas en plena libertad. Se trata de situaciones diversas por factores tanto personales como culturales y socioeconómicos. Hace falta una mirada que discierna bien las situaciones, como sugería san Juan Pablo II (cfr. FC, 84).
107. Hacerse cargo de las familias heridas y hacerles experimentar la infinita misericordia de Dios se considera, de parte de todos, un principio fundamental. Sin embargo, es diferente la actitud respecto a las personas implicadas. Por un lado, hay quien considera necesario alentar a quienes viven uniones no matrimoniales a emprender el camino del regreso. Por otro, hay quien sostiene a estas personas invitándolas a mirar hacia adelante, a salir de la prisión de la rabia, de la desilusión, del dolor y de la soledad para ponerse de nuevo en camino. Ciertamente, afirman otros, este arte del acompañamiento requiere un discernimiento prudente y misericordioso, así como la capacidad de captar en lo concreto la diversidad de cada situación.
108. No hay que olvidar que la experiencia del fracaso matrimonial siempre es una derrota, para todos. Por eso, después de tomar conciencia de las propias responsabilidades, cada uno necesita volver a encontrar confianza y esperanza. Todos necesitan dar y recibir misericordia. En cualquier caso, hay que promover la justicia respecto a todas las partes implicadas en el fracaso matrimonial (cónyuges e hijos).
La Iglesia tiene el deber de pedir a los cónyuges separados y divorciados que se traten con respeto y misericordia, sobre todo por el bien de los hijos, a los cuales no hay que procurar más sufrimiento. Algunos piden que también la Iglesia demuestre una actitud análoga respecto a quienes han roto la unión. «Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin» (MV, 25). 


109. (46) Ante todo, hay que escuchar a cada familia con respeto y amor, haciéndose compañeros de camino como Cristo con los discípulos en el camino de Emaús. Valen especialmente para estas situaciones las palabras del Papa Francisco: «La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este “arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cfr. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de proximidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana» (EG, 169).
110. Muchos han apreciado la referencia de los Padres sinodales a la imagen de Jesús que acompaña a los discípulos de Emaús. Estar cerca de la familia como compañera de camino significa, para la Iglesia, asumir una actitud sabia y diferenciada. A veces, hay que permanecer al lado y escuchar en silencio; otras, ponerse delante para indicar el camino por el que proceder; otras, estar detrás para sostener y alentar. La Iglesia hace propios, compartiéndolos con afecto, las alegrías y las esperanzas, los dolores y las angustias de cada familia.
111. Se observa que, en este ámbito de la pastoral familiar, el mayor sostén lo aportan los movimientos y las asociaciones eclesiales, en los cuales la dimensión comunitaria se resalta y se vive mayormente. Al tiempo mismo, también es importante preparar específicamente a los sacerdotes a este ministerio de la consolación y de la solicitud. De varias partes llega la invitación a instituir centros especializados donde sacerdotes y/o religiosos aprendan a hacerse cargo de las familias, en particular de las familias heridas, y se comprometan a acompañar su camino en la comunidad cristiana, la cual no siempre está preparada para sostener esta tarea de modo adecuado.


112. (47) Un discernimiento particular es indispensable para acompañar pastoralmente a los separados, los divorciados, los abandonados. Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados por los maltratos del cónyuge a romper la convivencia. El perdón por la injusticia sufrida no es fácil, pero es un camino que la gracia hace posible. De aquí la necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a través de centros de escucha especializados que habría que establecer en las diócesis. Asimismo, siempre hay que subrayar que es indispensable hacerse cargo de manera leal y constructiva de las consecuencias de la separación o del divorcio sobre los hijos, en cualquier caso víctimas inocentes de la situación. Los hijos no pueden ser un “objeto” que contenderse y hay que buscar las mejores formas para que puedan superar el trauma de la escisión familiar y crecer de la manera más serena posible. En cada caso la Iglesia siempre deberá poner de relieve la injusticia que con mucha frecuencia deriva de la situación del divorcio. Hay que prestar especial atención al acompañamiento de las familias monoparentales; en particular, hay que ayudar a las mujeres que deben llevar adelante solas la responsabilidad de la casa y la educación de los hijos.


113. Desde diversas partes se señala que la actitud misericordiosa con aquellos cuya relación matrimonial se ha roto requiere prestar atención a los diferentes aspectos objetivos y subjetivos que han determinado la ruptura. Muchas voces ponen de relieve que a menudo el drama de la separación llega al final de largos períodos de conflictividad que, en el caso de que haya hijos, han producido todavía mayores sufrimientos. A esto sigue además la prueba de la soledad en la que se encuentra el cónyuge que ha sido abandonado o que ha tenido la fuerza de interrumpir una convivencia caracterizada por continuos y graves maltratos sufridos. Se trata de situaciones para las cuales se espera una solicitud particular de parte de la comunidad cristiana, especialmente respecto de las familias monoparentales, en las que a veces surgen problemas económicos a causa de un trabajo precario, de las dificultades para mantener a los hijos o de la falta de una casa.
La condición de quienes no emprenden una nueva unión, permaneciendo fieles al vínculo, merece todo el aprecio y el sostén de parte de la Iglesia, que tiene el deber de mostrarles el rostro de un Dios que nunca abandona y que es siempre capaz de dar nuevamente fuerza y esperanza.


114. (48) Un gran número de los Padres subrayó la necesidad de hacer más accesibles y ágiles, posiblemente totalmente gratuitos, los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad. Entre las propuestas se indicaron: dejar atrás la necesidad de la doble sentencia conforme; la posibilidad de determinar una vía administrativa bajo la responsabilidad del Obispo diocesano; un juicio sumario a poner en marcha en los casos de nulidad notoria. Sin embargo, algunos Padres se manifiestan contrarios a estas propuestas porque no garantizarían un juicio fiable. Cabe recalcar que en todos estos casos se trata de comprobación de la verdad acerca de la validez del vínculo. Según otras propuestas, habría que considerar la posibilidad de dar relevancia al rol de la fe de los prometidos en orden a la validez del sacramento del matrimonio, teniendo presente que entre bautizados todos los matrimonios válidos son sacramento.
115. Se observa un amplio consenso sobre la oportunidad de hacer más accesibles y ágiles, posiblemente gratuitos, los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad matrimonial.
En cuanto a la gratuidad, algunos sugieren instituir en las Diócesis un servicio estable de asesoramiento gratuito. Respecto a la doble sentencia conforme, existe amplia convergencia en orden a abandonarla, salvando la posibilidad de recurso de parte del Defensor del vínculo o de una de las partes. Viceversa, no cosecha un consenso unánime la posibilidad de un procedimiento administrativo bajo la responsabilidad del Obispo diocesano, ya que algunos ven aspectos problemáticos. En cambio, hay mayor acuerdo sobre la posibilidad de un proceso canónico sumario en los casos de nulidad patente.
Respecto a la relevancia de la fe personal de los novios para la validez del consentimiento, se señala una convergencia sobre la importancia de la cuestión y una variedad de enfoques en la profundización. 


116. (49) Acerca de las causas matrimoniales, la agilización del procedimiento —requerido por muchos— además de la preparación de suficientes agentes, clérigos y laicos con dedicación prioritaria, exige resaltar la responsabilidad del Obispo diocesano, quien en su diócesis podría encargar a consultores debidamente preparados que aconsejaran gratuitamente a las partes acerca de la validez de su matrimonio. Dicha función puede ser desempeñada por una oficina o por personas calificadas (cfr. DC, art. 113, 1).
117. Se propone que en cada Diócesis se garanticen, de manera gratuita, los servicios de información, asesoramiento y mediación relacionados con la pastoral familiar, especialmente a disposición de personas separadas o de parejas en crisis. Un servicio así cualificado ayudaría a las personas a emprender el recorrido judicial, que en la historia de la Iglesia resulta ser el camino de discernimiento más acreditado para verificar la validez real del matrimonio. Además, de diversas partes, se pide un incremento y una mayor descentralización de los tribunales eclesiásticos, dotándolos de personal cualificado y competente.


118. (50) Hay que alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar —que a menudo son testigos de la fidelidad matrimonial— a encontrar en la Eucaristía el alimento que las sostenga en su estado. La comunidad local y los Pastores deben acompañar a estas personas con solicitud, sobre todo cuando hay hijos o su situación de pobreza es grave.
119. Según distintas voces, la atención a los casos concretos debería ir unida a la necesidad de promover líneas pastorales comunes. El hecho de que falten contribuye a acrecer la confusión y la división, y produce un sufrimiento intenso en quienes viven el fracaso del matrimonio, que a veces se sienten juzgados injustamente. Por ejemplo, se observa que algunos fieles separados, que no viven en una nueva unión, consideran pecaminosa la separación misma, por lo que se abstienen de recibir los sacramentos. Además, se dan casos de divorciados vueltos a casar civilmente que, al vivir en continencia por diferentes razones, no saben que pueden acercarse a los sacramentos en un lugar en que no se conozca su condición. Por otra parte hay situaciones de uniones irregulares de personas que en su foro interno han elegido el camino de la continencia y, por eso, pueden acceder a los sacramentos, prestando atención a no suscitar escándalo. Se trata de ejemplos que confirman la necesidad de ofrecer indicaciones claras de parte de la Iglesia, a fin de que aquellos de sus hijos que se encuentran en situaciones particulares, no se sientan discriminados.


120. (51) Las situaciones de los divorciados vueltos a casar también exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que los haga sentir discriminados y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Hacerse cargo de ellos, para la comunidad cristiana no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad.
121. Se requiere desde muchas partes que la atención y el acompañamiento respecto a los divorciados vueltos a casar civilmente se orienten hacia una integración cada vez mayor en la vida de la comunidad cristiana, teniendo en cuenta la diversidad de las situaciones de partida. Sin perjuicio de las sugerencias de Familiaris Consortio 84, habría que replantearse las formas de exclusión que se practican actualmente en los campos litúrgico-pastoral, educativo y caritativo. Puesto que estos fieles no están fuera de la Iglesia, se propone reflexionar acerca de la oportunidad de dejar atrás estas exclusiones. Por otro lado, siempre para favorecer una mayor integración de estas personas en la comunidad cristiana, habría que dirigir una atención específica a sus hijos, dado el papel educativo insustituible de los padres, en razón del preeminente interés del menor.
Es conveniente que estos caminos de integración pastoral de los divorciados vueltos a casar civilmente vayan precedidos por un oportuno discernimiento de parte de los pastores acerca de la irreversibilidad de la situación y la vida de fe de la pareja en una nueva unión, que vayan acompañados por una sensibilización de la comunidad cristiana en orden a la acogida de las personas interesadas y que se realicen según una ley de gradualidad (cfr. FC, 34), respetuosa de la maduración de las conciencias.


122. (52) Se reflexionó sobre la posibilidad de que los divorciados y vueltos a casar accediesen a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. Varios Padres sinodales insistieron en favor de la disciplina actual, en virtud de la relación constitutiva entre la participación en la Eucaristía y la comunión con la Iglesia y su enseñanza sobre el matrimonio indisoluble. Otros se expresaron en favor de una acogida no generalizada a la mesa eucarística, en algunas situaciones particulares y con condiciones bien precisas, sobre todo cuando se trata de casos irreversibles y vinculados a obligaciones morales para con los hijos, quienes terminarían por padecer injustos sufrimientos. El eventual acceso a los sacramentos debería ir precedido de un camino penitencial bajo la responsabilidad del Obispo diocesano. Todavía es necesario profundizar la cuestión, teniendo bien presente la distinción entre situación objetiva de pecado y circunstancias atenuantes, dado que «la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas» a causa de diversos «factores psíquicos o sociales» (CCC, 1735).
123. Para afrontar la temática apenas citada, existe un común acuerdo sobre la hipótesis de un itinerario de reconciliación o camino penitencial, bajo la autoridad del Obispo, para los fieles divorciados vueltos a casar civilmente, que se encuentran en situación de convivencia irreversible. En referencia a la Familiaris Consortio 84, se sugiere un itinerario de toma de conciencia del fracaso y de las heridas que este ha producido, con arrepentimiento, verificación de una posible nulidad del matrimonio, compromiso a la comunión espiritual y decisión de vivir en continencia.
Otros, por camino penitencial entienden un proceso de clarificación y de nueva orientación después del fracaso vivido, acompañado por un presbítero elegido para ello. Este proceso debería llevar al interesado a un juicio honesto sobre la propia condición, en la cual el presbítero pueda madurar su valoración para usar la potestad de unir y de desatar de modo adecuado a la situación.
En orden a la profundización acerca de la situación objetiva de pecado y la imputabilidad moral, algunos sugieren tomar en consideración la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la Comunión eucarística por parte de fieles divorciados vueltos a casar de la Congregación para la Doctrina de la Fe (14 de septiembre de 1994) y la Declaración sobre la admisibilidad a la santa Comunión de los divorciados vueltos a casar del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos (24 de junio de 2000).


124. (53) Algunos Padres sostuvieron que las personas divorciadas y vueltas a casar o convivientes pueden recurrir provechosamente a la comunión espiritual. Otros Padres se preguntaron por qué entonces no pueden acceder a la comunión sacramental. Se requiere, por tanto, una profundización de la temática que haga emerger la peculiaridad de las dos formas y su conexión con la teología del matrimonio.
125. El camino eclesial de incorporación a Cristo, iniciado con el Bautismo, también para los fieles divorciados y vueltos a casar civilmente procede por grados a través de la conversión continua. En este recorrido son diversas las modalidades con las que son invitados a conformar su vida al Señor Jesús, que con su gracia los guarda en la comunión eclesial. Como sugiere la Familiaris Consortio 84, entre estas formas de participación se recomiendan la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la celebración eucarística, la perseverancia en la oración, las obras de caridad, las iniciativas comunitarias en favor de la justicia, la educación de los hijos en la fe, el espíritu de penitencia, todo ello sostenido por la oración y el testimonio acogedor la Iglesia. Fruto de dicha participación es la comunión del creyente con toda la comunidad, expresión de la inserción real en el Cuerpo eclesial de Cristo. Por lo que concierne a la comunión espiritual, hay que recordar que presupone la conversión y el estado de gracia y que está enlazada con la comunión sacramental. 


126. (54) Las intervenciones de los Padres sinodales hicieron referencia a menudo a las problemáticas relativas a los matrimonios mixtos. La diversidad de la disciplina matrimonial de las Iglesias ortodoxas en algunos contextos plantea problemas acerca de los cuales es necesario reflexionar en ámbito ecuménico. Análogamente para los matrimonios interreligiosos será importante la contribución del diálogo con las religiones.
127. Los matrimonios mixtos y los matrimonios con disparidad de culto presentan múltiples aspectos críticos que no tienen fácil solución, no tanto a nivel normativo sino más bien a nivel pastoral. Véase, por ejemplo, la problemática de la educación religiosa de los hijos; la participación en la vida litúrgica del cónyuge, en el caso de matrimonios mixtos con bautizados de otras confesiones cristianas; el hecho de compartir experiencias espirituales con el cónyuge perteneciente a otra religión o incluso no creyente en búsqueda. Por eso, haría falta elaborar un código de buena conducta, de modo que ningún cónyuge sea un obstáculo al camino de fe del otro. Para esto, a fin de afrontar de modo constructivo las diversidades en orden a la fe, es necesario prestar particular atención a las personas que se unen en tales matrimonios, no sólo en el período anterior a las nupcias.
128. Algunos sugieren que los matrimonios mixtos se consideren entre los casos de “grave necesidad” en los cuales es posible a bautizados fuera de la plena comunión con la Iglesia Católica, pero que comparten con ella la fe en la Eucaristía, ser admitidos a la recepción de tal sacramento en falta de los propios pastores (cfr. EdE, 45-46; Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio para la Aplicación de los Principios y Normas sobre el Ecumenismo, 25 de marzo de 1993, 122-128), teniendo en cuenta también los criterios propios de la comunidad eclesial a la cual pertenecen.


129. La referencia que algunos hacen a la praxis matrimonial de las Iglesias ortodoxas debe tener en cuenta la diversidad de concepción teológica de las nupcias. En la Ortodoxia existe la tendencia a relacionar la práctica de bendecir las segundas uniones con la noción de “economía” (oikonomia), entendida como condescendencia pastoral respecto a los matrimonios fracasados, sin poner en tela de juicio el ideal de la monogamia absoluta, o sea la unicidad del matrimonio. Esta bendición es de por sí una celebración penitencial para invocar la gracia del Espíritu Santo, a fin de que sane la debilidad humana y lleve de nuevo a los penitentes a la comunión con la Iglesia.


130. (55) Algunas familias viven la experiencia de tener en su seno personas con orientación homosexual. Al respecto, la Asamblea se interrogó sobre qué atención pastoral es oportuna frente a esta situación, refiriéndose a lo que enseña la Iglesia: «No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia». No obstante, los hombres y mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza. «Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, 4).
131. Se confirma que toda persona, independientemente de la propia orientación sexual, debe ser respetada en su dignidad y acogida con sensibilidad y delicadeza, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Sería deseable que los proyectos pastorales diocesanos reservaran una atención específica al acompañamiento de las familias en las que viven personas con orientación homosexual y de estas mismas personas.
132. (56) Es del todo inaceptable que los Pastores de la Iglesia sufran presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen las ayudas financieras a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el “matrimonio” entre personas del mismo sexo.



133. (57) No es difícil constatar que se está difundiendo una mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de los proyectos individuales o de los cónyuges. Los factores de orden económico ejercen un peso a veces determinante, contribuyendo a la fuerte disminución de la natalidad que debilita el tejido social, compromete la relación entre las generaciones y hace más incierta la mirada sobre el futuro. La apertura a la vida es exigencia intrínseca del amor conyugal. En esta perspectiva, la Iglesia sostiene a las familias que acogen, educan y rodean con su afecto a los hijos diversamente hábiles.
134. Se señala que es preciso seguir divulgando los documentos del Magisterio de la Iglesia que promueven la cultura de la vida frente a la cultura de muerte, cada vez más extendida. Se hace hincapié en la importancia de algunos centros que investigan sobre la fertilidad y la esterilidad humana, los cuales favorecen el diálogo entre especialistas de bioética católicos y científicos de las tecnologías biomédicas. La pastoral familiar debería tratar que los especialistas católicos en materia biomédica participaran más en los cursos de preparación al matrimonio y en el acompañamiento de los cónyuges.
135. Urge que los cristianos comprometidos en política promuevan opciones legislativas adecuadas y responsables en orden a la promoción y a la defensa de la vida. Al igual que la voz de la Iglesia se hace oír a nivel sociopolítico sobre estos temas, es necesario que se multipliquen los esfuerzos por entrar en concertación con los organismos internacionales y en las instancias de toma de decisiones políticas, a fin de promover el respeto de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, dedicando especial cuidado a las familias con hijos diversamente hábiles. 


136. (58) También en este ámbito es necesario partir de la escucha de las personas y dar razón de la belleza y de la verdad de una apertura incondicional a la vida, necesaria para que el amor humano sea vivido en plenitud. Sobre esta base puede apoyarse una enseñanza adecuada sobre los métodos naturales para la procreación responsable. Dicha enseñanza ayuda a vivir de manera armoniosa y consciente la comunión entre los cónyuges, en todas sus dimensiones, junto a la responsabilidad generativa. Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, que hace hincapié en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad. La adopción de niños, huérfanos y abandonados, acogidos como hijos propios, es una forma específica de apostolado familiar (cfr. AA, 11), repetidamente recordada y alentada por el magisterio (cfr. FC, 41; EV, 93). La opción de la adopción y de la acogida expresa una fecundidad particular de la experiencia conyugal, no sólo cuando se ve marcada por la esterilidad. Esta opción es signo elocuente del amor familiar, ocasión para testimoniar la propia fe y devolver dignidad filial a quien ha sido privado de ella.
137. Teniendo presente la riqueza de sabiduría contenida en la Humanae Vitae, en relación a las cuestiones tratadas en el documento, surgen dos polos que deben ser constantemente conjugados. Por una parte, el papel de la conciencia entendida como voz de Dios que resuena en el corazón del hombre educado a escucharla; por otra, la indicación moral objetiva, que impide considerar la procreación una realidad sobre la cual decidir arbitrariamente, prescindiendo del designio divino sobre la procreación humana. Cuando prevalece la referencia al polo subjetivo, es fácil caer en opciones egoístas; en el otro caso, se percibe la norma moral como un peso insoportable, que no responde a las exigencias y a las posibilidades de la persona. La combinación de los dos aspectos, vivida con el acompañamiento de un director espiritual competente, ayudará a los cónyuges a escoger opciones plenamente humanizadoras y conformes a la voluntad del Señor.


138. Para dar una familia a tantos niños abandonados, muchos han pedido resaltar más la importancia de la adopción y de la acogida. Al respecto se pone de relieve la necesidad de afirmar que la educación de un hijo debe basarse en la diferencia sexual, así como la procreación. Por tanto, también ésta tiene su fundamento en el amor conyugal entre un hombre y una mujer, que constituye la base indispensable para la formación integral del niño.
Frente a situaciones en las que el hijo es querido a veces “para sí mismos” y en cualquier modo —como si fuese una prolongación de los propios deseos—, la adopción y la acogida entendidas correctamente muestran un aspecto importante del ser padres y del ser hijos, en cuanto ayudan a reconocer que los hijos, tanto naturales como adoptados o acogidos, son “otro respecto a mí” y hace falta recibirlos, amarlos, hacerse cargo de ellos y no sólo “traerlos al mundo”.
Partiendo de estos presupuestos, es preciso valorar y profundizar la realidad de la adopción y de la acogida, incluso en el ámbito de la teología del matrimonio y de la familia.


139. (59) Es necesario ayudar a vivir la afectividad, también en el vínculo conyugal, como un camino de maduración, siempre en la más profunda acogida del otro y en una entrega cada vez más plena. En ese sentido, cabe subrayar la necesidad de ofrecer itinerarios formativos que alimenten la vida conyugal y la importancia de un laicado que ofrezca un acompañamiento a partir de un testimonio vivo. Es de gran ayuda el ejemplo de un amor fiel y profundo lleno de ternura y respeto, capaz de crecer en el tiempo y que en su apertura concreta a la generación de la vida haga experiencia de un misterio que nos trasciende.
140. La vida es don de Dios y misterio que nos trasciende. Por esto, de ningún modo se deben “descartar” sus inicios y su etapa final. Al contrario, es necesario asegurar a estas fases una especial atención. Hoy, con demasiada facilidad «se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte” que, además, se promueve» (EG, 53). Al respecto, es tarea de la familia, sostenida por toda la sociedad, acoger la vida naciente y hacerse cargo de su última fase.
141. Respecto al drama del aborto, la Iglesia ante todo afirma el carácter sagrado e inviolable de la vida humana y se compromete concretamente en favor de ésta. Gracias a sus instituciones, ofrece asesoramiento a las embarazadas, sostiene a las madres solteras, asiste a los niños abandonados, está cerca de quienes han sufrido el aborto. A quienes trabajan en las estructuras sanitarias se recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia.
Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia, sino que también se hace cargo de los ancianos, protege a las personas con discapacidad, asiste a los enfermos terminales, consuela a los moribundos.


142. (60) Uno de los desafíos fundamentales frente al que se encuentran las familias de hoy es seguramente el desafío educativo, todavía más arduo y complejo a causa de la realidad cultural actual y de la gran influencia de los medios de comunicación. Hay que tener en debida cuenta las exigencias y expectativas de familias capaces de ser en la vida cotidiana, lugares de crecimiento, de concreta y esencial transmisión de las virtudes que dan forma a la existencia. Esto indica que los padres puedan elegir libremente el tipo de educación que dar a sus hijos según sus convicciones.
143. Existe unánime consenso a la hora de afirmar que la primera escuela de educación es la familia y que la comunidad cristiana representa un apoyo y una integración de esta insustituible función formativa. Desde muchas partes, se considera necesario individuar espacios y momentos de encuentro para alentar la formación de los padres y la puesta en común de experiencias entre familias. Es importante que los padres participen activamente en los itinerarios de preparación a los sacramentos de la iniciación cristiana, en calidad de primeros educadores y testigos de fe para sus hijos.
144. En las diversas culturas, los adultos de la familia conservan una función educativa insustituible. Sin embargo, en muchos contextos, estamos asistiendo a un progresivo debilitamiento del rol educativo de los padres, con motivo de una presencia invasiva de los medios de comunicación dentro de la esfera familiar, además que por la tendencia a delegar a otros sujetos este tarea. Se requiere que la Iglesia aliente y sostenga a las familias en su obra de participación atenta y responsable respecto a los programas escolares y educativos que atañen a sus hijos.
145. (61) La Iglesia desempeña un rol precioso de apoyo a las familias, partiendo de la iniciación cristiana, a través de comunidades acogedoras. Se le pide, hoy más que nunca, tanto en las situaciones complejas como en las ordinarias, que sostenga a los padres en su empeño educativo, acompañando a los niños, muchachos y jóvenes en su crecimiento mediante itinerarios personalizados, que introduzcan al sentido pleno de la vida y susciten decisiones y responsabilidad, vividas a la luz del Evangelio. María, en su ternura, misericordia, sensibilidad materna puede alimentar el hambre de humanidad y vida; por eso la invocan las familias y el pueblo cristiano. La pastoral y una devoción mariana son un punto de partida oportuno para anunciar el Evangelio de la familia.
146. Pertenece a la familia cristiana el deber de transmitir la fe a los hijos, fundado sobre el compromiso asumido en la celebración del matrimonio. Este se debe poner en práctica a lo largo de la vida familiar con el apoyo de la comunidad cristiana. De modo particular, las circunstancias de la preparación de los hijos a los sacramentos de la iniciación cristiana son preciosas ocasiones para redescubrir la fe de parte de los padres, que vuelven al fundamento de su vocación cristiana, reconociendo en Dios la fuente de su amor, que Él consagró con el sacramento nupcial.
El papel de los abuelos en la transmisión de la fe y de las prácticas religiosas no se debe olvidar: son apóstoles insustituibles en las familias, con el consejo sabio, la oración y el buen ejemplo. Mediante la participación en la liturgia dominical, la escucha de la Palabra de Dios, la frecuencia en los sacramentos y la caridad vivida los padres darán testimonio claro y creíble de Cristo a sus hijos.

147. El presente “Instrumentum Laboris” es el fruto del camino intersinodal nacido de la creatividad pastoral del Papa Francisco, quien, en coincidencia con el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II y de la institución del Sínodo de los Obispos de parte del Beato Pablo VI, convocó a distancia de un año dos diversas Asambleas sinodales sobre el mismo tema. La III Asamblea General Extraordinaria de otoño de 2014 ayudó a la Iglesia entera a concentrarse en “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, mientras que la XIV Asamblea General Ordinaria, en programa para octubre de 2015, será llamada a reflexionar sobre “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. Además no hay que olvidar que la celebración del próximo Sínodo se sitúa en la luz del Jubileo Extraordinario de la Misericordia convocado por el Papa Francisco, que comenzará el 8 de diciembre de 2015.
También en este caso el gran número de aportaciones llegadas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos ha demostrado el extraordinario interés y la activa participación de todos los componentes del Pueblo de Dios. Aunque la síntesis propuesta no llegue a manifestar plenamente la riqueza del material proveniente de cada continente, el texto es capaz de ofrecer un panorama fiable de la percepción y de las esperanzas de toda la Iglesia sobre el tema decisivo de la familia.
Ponemos los trabajos de la próxima Asamblea sinodal bajo la protección de la Santa Familia de Nazaret que «nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia» (Francisco, Audiencia general, 17 de diciembre de 2014).


Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.

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