miércoles, 16 de diciembre de 2015

LA VOCACION Y LA MISION DE LA FAMILIA EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO (2a. parte)




SÍNODO DE LOS OBISPOS

XIV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA VOCACIÓN Y LA MISIÓN DE LA FAMILIA
EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
INSTRUMENTUM LABORIS
CIUDAD DEL VATICANO
2015


Capítulo III
Familia e inclusión

17. Muchos destacan la condición de las personas en edad avanzada en el seno de las familias. En las sociedades evolucionadas el número de ancianos tiende a aumentar, mientras que decrece la natalidad. El recurso que representan los ancianos no siempre se aprecia de manera adecuada. Como recordó el Papa Francisco: «El número de ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado lo suficiente para hacerles espacio, con justo respeto y concreta consideración a su fragilidad y dignidad. Mientras somos jóvenes, somos propensos a ignorar la vejez, como si fuese una enfermedad que hay que mantener alejada; cuando luego llegamos a ancianos, especialmente si somos pobres, si estamos enfermos y solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada a partir de la eficiencia, que, como consecuencia, ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar» (Audiencia general, 4 de marzo de 2015).
18. La condición de los abuelos en la familia requiere una atención peculiar. Ellos constituyen el anillo de conjunción entre las generaciones, que asegura la transmisión de tradiciones y de costumbres en las cuales los más jóvenes pueden encontrar sus propias raíces. Además, con frecuencia, de manera discreta y gratuita, garantizan una preciosa ayuda económica a los esposos jóvenes y se hacen cargo de los nietos, a los que también transmiten la fe. Muchas personas, especialmente en nuestros días, pueden reconocer que precisamente a sus abuelos deben su iniciación a la vida cristiana. Esto testimonia que en la familia, en el sucederse de las generaciones, la fe se comunica y se custodia, lo que la convierte en una herencia insustituible para los nuevos núcleos familiares. A los ancianos corresponde, por tanto, un sincero tributo de reconocimiento, de aprecio y de hospitalidad, de parte de los jóvenes, de las familias y de la sociedad.



19. La viudez es una experiencia particularmente difícil para quien ha vivido la elección matrimonial y la vida familiar como un don en el Señor. Sin embargo, a los ojos de la fe también presenta algunas posibilidades para valorar. Así por ejemplo, algunos, cuando les toca vivir esta dolorosa experiencia, muestran que saben volcar sus energías todavía con más entrega en los hijos y los nietos, y encuentran en esta experiencia de amor una nueva misión educativa. El vacío que deja el cónyuge fallecido, en cierto sentido, se colma con el afecto de los familiares, quienes valoran a las personas viudas y les permiten de este modo custodiar la preciosa memoria de su matrimonio. En cambio, en el caso de quienes no cuentan con la presencia de familiares a los que dedicarse y de los cuales recibir afecto y cercanía, la comunidad cristiana debe sostenerlos, con particular atención y disponibilidad, sobre todo si son personas viudas en condiciones de indigencia.
20. Las personas en edad avanzada son conscientes de que se encuentran en la última fase de la existencia. Su condición repercute en toda la vida familiar. El hecho de tener que afrontar la enfermedad, que con frecuencia acompaña el prolongarse de la vejez, y sobre todo la muerte, sentida como próxima y experimentada en la pérdida de las personas más queridas (el cónyuge, los familiares, los amigos) constituyen los aspectos críticos de esta edad, que exponen a la persona y a toda la familia a la redefinición de su equilibrio.
Valorar la fase conclusiva de la vida hoy es todavía más necesario, ya que —por lo menos en los países ricos— se trata de cancelar de todos los modos posibles el momento del tránsito. Frente a una visión negativa de este período —que considera sólo los aspectos de decadencia y progresiva pérdida de capacidades, autonomías y afectos—, se puede afrontar los últimos años valorizando el sentido del cumplimiento y la integración de toda la existencia. Así también es posible descubrir una nueva declinación de lo que significa generar, ofreciendo una herencia ante todo moral a las nuevas generaciones. La dimensión de la espiritualidad y de la trascendencia, unida a la cercanía de los miembros de la familia, constituyen recursos esenciales para que también la vejez esté llena de un sentido de dignidad y de esperanza.
Por otra parte, exigen una atención especial las familias que pasan por la prueba de la experiencia del luto. Cuando la pérdida concierne a niños y jóvenes, el impacto sobre la familia es particularmente lacerante.
21. Es preciso dirigir una mirada especial a las familias de las personas con discapacidad, en las cuales dicho handicap —que irrumpe improvisamente en la vida— genera un desafío, profundo e inesperado, y desbarata los equilibrios, los deseos y las expectativas. Esto determina emociones contrastantes que hay que gobernar y elaborar, a la vez que impone tareas, urgencias y necesidades nuevas, funciones y responsabilidades diferentes. La imagen familiar y todo su ciclo vital se ven profundamente turbados. Sin embargo, la familia podrá descubrir, junto con la comunidad cristiana a la que pertenece, habilidades distintas, competencias imprevistas, nuevos gestos y lenguajes, formas de comprensión y de identidad, en el largo y difícil camino de acogida y cuidado del misterio de la fragilidad.
22. Este proceso, de por sí extraordinariamente complejo, llega a ser todavía más arduo en las sociedades en las que sobreviven formas despiadadas de estigma y de prejuicio, que impiden el encuentro fecundo con la discapacidad y el florecer de la solidaridad y el acompañamiento comunitario. En realidad este encuentro puede constituir, para cada uno y para toda la comunidad, una ocasión preciosa para crecer en la justicia, el amor y la defensa del valor de toda vida humana, a partir del reconocimiento de un profundo sentido de comunión en la vulnerabilidad. Cabe esperar que, en una comunidad realmente acogedora, la familia y la persona con necesidades especiales no se sientan solas y descartadas, sino que reciban alivio y sostén, especialmente cuando las energías y los recursos familiares disminuyen.
23. A este propósito, hay que considerar el desafío llamado del “después de nosotros”: pensamos en las situaciones familiares de pobreza y soledad, o en el reciente fenómeno según el cual, en las sociedades económicamente más avanzadas, el aumento de la esperanza de vida permitirá a las personas con discapacidad, con una alta probabilidad, sobrevivir a sus padres. Si la familia logra aceptar con los ojos de la fe la presencia de personas con discapacidad, podrá también ayudarles a no vivir su discapacidad solamente como un límite y a reconocer su valor diferente y original. De este modo, se garantizará, defenderá y valorará la calidad posible de toda vida, individual y familiar, con sus necesidades, su derecho a igual dignidad y oportunidades, a servicios y cuidados, a compañía y afectividad, a espiritualidad, belleza y plenitud de sentido, en cada fase de la vida, desde su concepción hasta el envejecimiento y su fin natural.
24. Despierta preocupación en muchos el efecto sobre la familia del fenómeno migratorio, que atañe, en modalidades diversas, a poblaciones enteras en varias partes del mundo. El acompañamiento de los migrantes exige una pastoral específica, dirigida tanto a las familias en migración como a los miembros de los núcleos familiares que permanecen en los lugares de origen; esto se debe llevar a cabo respetando sus culturas, así como la formación religiosa y humana de la que provienen. Hoy el fenómeno migratorio conlleva trágicas heridas para masas de individuos y familias en “excedencia” de distintas poblaciones y territorios, que buscan legítimamente un futuro mejor, un “nuevo nacimiento”, cuando se da el caso de que donde nacieron no es posible vivir.
25. Las varias situaciones de guerra, persecución, pobreza, desigualdad, habitualmente motivo de la migración, junto con las peripecias de un viaje que a menudo pone en peligro incluso la vida, marcan traumáticamente a las personas y sus sistemas familiares. El proceso migratorio, en efecto, inevitablemente lacera las familias de los migrantes por las múltiples experiencias de abandono y división: en numerosos casos el cuerpo familiar se ve dramáticamente desmembrado entre quien se marcha para abrir camino y quien se queda a la espera de un regreso o de una reunificación. Quienes se marchan extrañan su tierra y su cultura, su lengua, los vínculos con la familia ampliada y con la comunidad, el pasado y el tradicional desarrollo del propio camino de vida.
26. El encuentro con un nuevo país y una nueva cultura es todavía más difícil cuando no encuentran condiciones de auténtica acogida y aceptación, que respeten los derechos de todos y ofrezcan una convivencia pacífica y solidaria. El sentido de desorientación, la nostalgia de los orígenes perdidos y las dificultades de una auténtica integración —que pasa por la creación de nuevos vínculos y la planificación de una vida que enlace pasado y presente, culturas y geografías, lenguas y mentalidades diferentes—hoy, en muchos contextos, no se han superado y desvelan sufrimientos nuevos incluso en la segunda y tercera generación de familias inmigrantes, alimentando fenómenos de fundamentalismo y de rechazo violento de la cultura del país de acogida.
Un recurso muy valioso para superar estas dificultades es precisamente el encuentro entre familias, y con frecuencia un papel clave en los procesos de integración lo desempeñan las madres, compartiendo la experiencia del crecimiento de sus hijos.
27. Por otra parte, las experiencias migratorias resultan especialmente dramáticas y devastadoras, tanto para las familias como para las personas, cuando tienen lugar fuera de la legalidad, cuando las sostienen los circuitos internacionales de la trata de personas, cuando conciernen a los niños no acompañados, cuando obligan a paradas prolongadas en lugares intermedios entre un país y otro, entre el pasado y el futuro, y a permanencias en campos de prófugos o centros de acogida, en los cuales no es posible iniciar un camino de arraigo ni delinear el propio nuevo porvenir.
28. (7) Existen contextos culturales y religiosos que plantean desafíos particulares. En algunas sociedades todavía está en vigor la práctica de la poligamia y en algunos contextos tradicionales la costumbre del “matrimonio por etapas”. En otros contextos permanece la práctica de los matrimonios combinados. En los países en que la presencia de la Iglesia Católica es minoritaria son numerosos los matrimonios mixtos y de disparidad de culto, con todas las dificultades que conllevan respecto a la configuración jurídica, al bautismo y a la educación de los hijos y al respeto mutuo desde el punto de vista de la diversidad de la fe. Estos matrimonios corren el riesgo del relativismo o de la indiferencia, pero a su vez pueden representar una buena posibilidad para favorecer el espíritu ecuménico y el diálogo interreligioso en una armoniosa convivencia de comunidades que viven en el mismo lugar. En numerosos contextos, y no sólo occidentales, se está ampliamente difundiendo la praxis de la convivencia que precede al matrimonio, así como convivencias no orientadas a asumir la forma de un vínculo institucional. A esto se añade a menudo una legislación civil que compromete el matrimonio y la familia. A causa de la secularización en muchas partes del mundo la referencia a Dios ha disminuido fuertemente y la fe ya no es un hecho socialmente compartido.
29. (8) Son muchos los niños que nacen fuera del matrimonio, especialmente en algunos países, y muchos los que después crecen con uno solo de los padres o en un contexto familiar ampliado o reconstituido. El número de divorcios es creciente y no es raro el caso de opciones determinadas únicamente por factores de orden económico. Con frecuencia los niños son motivo de contienda entre los padres y además los hijos son las verdaderas víctimas de las laceraciones familiares. Los padres a menudo están ausentes —no sólo por causas económicas— precisamente allí donde se percibe la necesidad de que ellos asuman más claramente la responsabilidad de los hijos y de la familia. Todavía es preciso defender y promover la dignidad de la mujer. En efecto, hoy en muchos contextos ser mujer es objeto de discriminación, y con frecuencia se penaliza el don de la maternidad en lugar de presentarlo como un valor. Tampoco hay que olvidar los crecientes fenómenos de violencia de los que son víctimas las mujeres, a veces lamentablemente también en el seno de las familias, ni la grave y difundida mutilación genital de la mujer en algunas culturas. Por otro lado, la explotación sexual de la infancia constituye una de las realidades más escandalosas y perversas de la sociedad actual. Asimismo, en las sociedades golpeadas por la violencia a causa de la guerra, del terrorismo o de la presencia del crimen organizado, se dan situaciones familiares deterioradas y sobre todo en las grandes metrópolis y en sus periferias crece el llamado fenómeno de los niños de la calle. Las migraciones, por su parte, representan otro signo de los tiempos que hay que afrontar y comprender con toda la carga de consecuencias sobre la vida familiar.
30. Desde diversas partes se ha observado que los procesos de emancipación de la mujer han puesto muy bien de relieve su papel determinante en el crecimiento de la familia y de la sociedad. Sin embargo, sigue siendo cierto que la condición femenina en el mundo está sujeta a grandes diferencias que derivan principalmente de factores culturales. No se puede pensar que situaciones problemáticas se resuelvan fácilmente con el fin de la emergencia económica y la llegada de una cultura moderna, como demuestran las difíciles condiciones de las mujeres en varios países de reciente desarrollo.
En los países occidentales la emancipación femenina requiere una redefinición de las tareas de los cónyuges en su reciprocidad y en la común responsabilidad respecto a la vida familiar. En los países en vías de desarrollo, a la explotación y la violencia ejercidas sobre el cuerpo de las mujeres y a la fatiga que se les impone incluso durante el embarazo, a menudo se añaden abortos y esterilizaciones forzadas, así como las consecuencias extremadamente negativas de prácticas conexas con la procreación (por ejemplo, alquiler del útero o mercado de los gametos embrionales). En los países avanzados, el deseo del hijo “a toda costa” no ha llevado a relaciones familiares más felices y sólidas, sino que en muchos casos de hecho ha agravado la desigualdad entre mujeres y hombres. La esterilidad de la mujer representa, según los prejuicios presentes en varias culturas, una condición socialmente discriminatoria.
Puede contribuir al reconocimiento del papel determinante de las mujeres una mayor valorización de su responsabilidad en la Iglesia: su intervención en los procesos de decisión; su participación, no sólo formal, en el gobierno de algunas instituciones; su participación en la formación de los ministros ordenados.




Capítulo IV
Familia, afectividad y vida
31. (9) Frente al cuadro social delineado, en muchas partes del mundo, se observa en los individuos una mayor necesidad de cuidar la propia persona, de conocerse interiormente, de vivir mejor en sintonía con las propias emociones y los propios sentimientos, de buscar relaciones afectivas de calidad. Esta justa aspiración puede abrir al deseo de comprometerse en construir relaciones de entrega y reciprocidad creativas, solidarias y que responsabilicen, como las familiares. El peligro individualista y el riesgo de vivir en clave egoísta son relevantes. El desafío para la Iglesia es ayudar a los esposos a una maduración de la dimensión emocional y al desarrollo afectivo promoviendo el diálogo, la virtud y la confianza en el amor misericordioso de Dios. El pleno compromiso que se requiere en el matrimonio cristiano puede ser un fuerte antídoto a la tentación de un individualismo egoísta.
32. Se requiere que las familias se sientan responsables directamente de la formación afectiva de las generaciones jóvenes. La velocidad con la cual tienen lugar los cambios de la sociedad contemporánea hace más difícil el acompañamiento en la formación de la afectividad para la maduración de toda la persona. Este hecho exige también agentes pastorales que estén formados apropiadamente, que posean no sólo un conocimiento en profundidad de la Escritura y de la doctrina católica, sino que a su vez estén dotados de instrumentos pedagógicos, psicológicos y médicos adecuados. El conocimiento de la psicología de la familia será una ayuda para transmitir la visión cristiana de modo eficaz: se debe comenzar este esfuerzo educativo ya con la catequesis de la iniciación cristiana.
33. (10). En el mundo actual no faltan tendencias culturales que parece que impongan una afectividad sin límites de la que se quieren explorar todos los aspectos, incluso los más complejos. De hecho, la cuestión de la fragilidad afectiva es de gran actualidad: una afectividad narcisista, inestable y cambiante que no siempre ayuda a los sujetos a alcanzar una mayor madurez. Preocupa una cierta difusión de la pornografía y de la comercialización del cuerpo, favorecida entre otras cosas por un uso desequilibrado de Internet, al igual que hay que denunciar la situación de las personas que se ven obligadas a practicar la prostitución. En este contexto, a menudo los cónyuges se sienten inseguros, indecisos y les cuesta encontrar los modos para crecer. Son numerosos los que suelen quedarse en los estadios primarios de la vida emocional y sexual. La crisis de los esposos desestabiliza la familia y a través de las separaciones y los divorcios puede llegar a tener serias consecuencias para los adultos, los hijos y la sociedad, debilitando al individuo y los vínculos sociales. Asimismo, el descenso demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud reproductiva, no sólo determina una situación en la cual el sucederse de las generaciones ya no está asegurado, sino que se corre el riesgo de que con el tiempo lleve a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el futuro. El avance de las biotecnologías también ha tenido un fuerte impacto sobre la natalidad.
34. Desde varias partes se señala que la llamada revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad técnica de manipular el acto de engendrar, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana así como la paternidad y la maternidad se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas, no necesariamente heterosexuales y regularmente casadas. En los últimos tiempos este fenómeno se ha presentado como una novedad absoluta en el escenario de la humanidad, y está adquiriendo una difusión cada vez mayor. Todo esto tiene profundas repercusiones en la dinámica de las relaciones, en la estructura de la vida social y en los ordenamientos jurídicos, que intervienen para tratar de regular prácticas que ya están en curso y situaciones diferenciadas.
35. (11) En este contexto la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza. Es preciso partir de la convicción de que el hombre viene de Dios y, por tanto, de que una reflexión capaz de volver a proponer las grandes preguntas acerca del significado del ser hombres, encontrará un terreno fértil en las expectativas más profundas de la humanidad. Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana también en este tiempo marcado por el individualismo y el hedonismo. Hay que acoger a las personas con su existencia concreta, saber sostener su búsqueda, alentar el deseo de Dios y la voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia, incluso en quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones más disparatadas. El mensaje cristiano siempre lleva en sí mismo la realidad y la dinámica de la misericordia y de la verdad, que en Cristo convergen.
36. En la formación a la vida conyugal y familiar, los agentes pastorales deberán tener en cuenta la pluralidad de las situaciones concretas. Por una parte, es preciso promover realidades que garanticen la formación de los jóvenes al matrimonio, pero por otra, es preciso seguir a quienes viven sin formar un nuevo núcleo familiar y con frecuencia permanecen vinculados a la familia de origen. También los esposos que no pueden tener hijos deben ser objeto de una atención pastoral particular de parte de la Iglesia, que los ayude a descubrir el designio de Dios sobre su situación, al servicio de toda la comunidad.
Hay una solicitud, ampliamente compartida, de que se precise que con la categoría de “lejanos” no cabe entender una realidad de excluidos o de alejados: se trata de personas amadas por Dios y a ellas la Iglesia desea llegar con su acción pastoral. Es necesario tener hacia todos una mirada de comprensión, considerando que las situaciones de distancia de la vida eclesial no siempre son queridas, con frecuencia son inducidas y a veces incluso sufridas, a causa de los comportamientos de terceros.


Capítulo I
Familia y pedagogía divina
37. (12) A fin de «verificar nuestro paso en el terreno de los desafíos contemporáneos, la condición decisiva es mantener la mirada fija en Jesucristo, detenerse en la contemplación y en la adoración de su rostro [...]. En efecto, cada vez que volvemos a la fuente de la experiencia cristiana se abren caminos nuevos y posibilidades inesperadas» (Papa Francisco, Discurso del 4 de octubre de 2014). Jesús miró a las mujeres y a los hombres con los que se encontró con amor y ternura, acompañando sus pasos con verdad, paciencia y misericordia, al anunciar las exigencias del Reino de Dios.
38. Dirigir la mirada a Cristo significa ante todo escuchar su Palabra: la lectura de la Sagrada Escritura, no sólo en las comunidades, sino también en las casas, ayuda a percibir la centralidad de los esposos y de la familia en el proyecto de Dios, y permite reconocer que Dios entra en los aspectos concretos de la vida familiar haciéndola más bella y vital.
A pesar de las diversas iniciativas, sin embargo, en las familias católicas todavía se observa la falta de un contacto más directo con la Biblia. En la pastoral de la familia siempre es preciso hacer hincapié en el valor central del encuentro con Cristo, que emerge naturalmente si hay un arraigo a la Sagrada Escritura. Por eso, sería deseable que sobre todo en las familias se aliente a una relación vital con la Palabra de Dios, que oriente a un auténtico encuentro personal con Jesucristo. Como modalidad para acercarse a la Escritura se aconseja la “lectio divina”, que representa una lectura orante de la Palabra de Dios y una fuente de inspiración para el actuar cotidiano.
39. (13) Puesto que el orden de la creación está determinado por la orientación a Cristo, hay que distinguir sin separar los diversos grados mediante los cuales Dios comunica a la humanidad la gracia de la alianza. En razón de la pedagogía divina, según la cual el orden de la creación evoluciona en el de la redención mediante etapas sucesivas, es necesario comprender la novedad del sacramento nupcial cristiano en continuidad con el matrimonio natural de los orígenes. Así aquí se entiende el modo de actuar salvífico de Dios, tanto en la creación como en la vida cristiana. En la creación: puesto que todas las cosas fueron creadas por medio de Cristo y para Cristo (cfr. Col 1,16), los cristianos deben «descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo latentes en ellas; pero, al mismo tiempo, deben estar atentos a la profunda transformación que se produce entre las gentes» (AG, 11). En la vida cristiana: en cuanto con el bautismo el creyente es introducido en la Iglesia mediante la Iglesia doméstica, que es su familia, él emprende ese «proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios» (FC, 9), mediante la conversión continua al amor que salva del pecado y dona plenitud de vida.
40. Teniendo presente que las realidades naturales se deben comprender a la luz de la gracia, no se ha de olvidar que el orden de la redención ilumina y cumple el de la creación. El matrimonio natural, por tanto, se comprende plenamente a la luz de su cumplimiento sacramental; sólo fijando la mirada en Cristo se conoce profundamente la verdad de las relaciones humanas. «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. […] Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación» (GS, 22). En esta perspectiva, resulta particularmente oportuno comprender en clave cristo céntrica las propiedades naturales del matrimonio, que son ricas y múltiples.
41. (14) Jesús mismo, refiriéndose al designio primigenio sobre el hombre y la mujer, reafirma la unión indisoluble entre ellos, si bien diciendo que «por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así» (Mt 19,8). La indisolubilidad del matrimonio («Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» Mt 19,6), no hay que entenderla ante todo como un “yugo” impuesto a los hombres sino como un “don” hecho a las personas unidas en matrimonio. De ese modo, Jesús muestra que la condescendencia divina acompaña siempre el camino humano, sana y transforma el corazón endurecido con su gracia, orientándolo hacia su principio, a través del camino de la cruz. De los Evangelios emerge claramente el ejemplo de Jesús, que es paradigmático para la Iglesia. Jesús, en efecto, asumió una familia, inició sus milagros en la fiesta nupcial en Caná, anunció el mensaje concerniente al significado del matrimonio como plenitud de la revelación que recupera el proyecto originario de Dios (cfr. Mt 19,3). Sin embargo, al mismo tiempo puso en práctica la doctrina enseñada, manifestando así el verdadero significado de la misericordia. Esto se ve claramente en los encuentros con la samaritana (cfr. Jn 4,1-30) y con la adultera (cfr. Jn 8,1-11) en los que Jesús, con una actitud de amor hacia la persona pecadora, lleva al arrepentimiento y a la conversión («Anda, y en adelante no peques más»), condición para el perdón.
42. El testimonio de esposos que viven con plenitud el matrimonio cristiano muestra el valor de esta unión indisoluble y suscita el deseo de emprender siempre nuevos caminos de fidelidad conyugal. La indisolubilidad representa la respuesta del hombre al deseo profundo de amor mutuo y duradero: un amor “para siempre” que es una elección y un don de cada uno de los cónyuges al otro, de la pareja respecto a Dios mismo y a cuantos Dios les confía. En esta perspectiva, es importante celebrar en la comunidad cristiana los aniversarios de matrimonio para recordar que en Cristo es posible y bello vivir juntos para siempre.
El Evangelio de la familia ofrece un ideal de vida que debe tener en cuenta la sensibilidad de nuestro tiempo y las efectivas dificultades para mantener los compromisos para siempre. Aquí es preciso un anuncio que dé esperanza y que no aplaste: que toda familia sepa que la Iglesia nunca la abandona, en virtud del «vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana» (Francisco, Audiencia general, 6 de mayo de 2015).
43. Desde varias partes llega la invitación a promover una moral de la gracia que permita descubrir y hacer florecer la belleza de las virtudes propias de la vida matrimonial, entre las cuales: respeto y confianza mutuas, acogida y gratitud recíprocas, paciencia y perdón. En la puerta de entrada de la vida de la familia, afirma el Papa Francisco, «están escritas tres palabras […]: “permiso”, “gracias”, “perdón”. En efecto, estas palabras abren camino para vivir bien en la familia, para vivir en paz. Son palabras sencillas, pero no tan sencillas de llevar a la práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de custodiar la casa, incluso a través de miles de dificultades y pruebas; en cambio si faltan, poco a poco se abren grietas que pueden hasta hacer que se derrumbe» (Francisco, Audiencia general, 13 de mayo de 2015). El sacramento del matrimonio, en definitiva, abre un dinamismo que incluye y sostiene los tiempos y las pruebas del amor, que requieren una maduración gradual alimentada por la gracia.
44. (15) Las palabras de vida eterna que Jesús dejó a sus discípulos comprendían la enseñanza sobre el matrimonio y la familia. Esta enseñanza de Jesús nos permite distinguir tres etapas fundamentales en el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia. Al inicio, está la familia de los orígenes, cuando Dios creador instituyó el matrimonio primordial entre Adán y Eva, como sólido fundamento de la familia. Dios no sólo creó al ser humano hombre y mujer (cfr. Gén 1,27), sino que los bendijo para que fueran fecundos y se multiplicaran (cfr. Gén 1,28). Por esto, «abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gén 2,24). Esta unión, dañada por el pecado, se convirtió en la forma histórica de matrimonio en el Pueblo de Dios, por lo cual Moisés concedió la posibilidad de escribir un acta de divorcio (cfr. Dt 24, 1ss). Dicha forma era predominante en tiempos de Jesús. Con su venida y la reconciliación del mundo caído gracias a la redención que Él obró, terminó la era inaugurada con Moisés.
45. Se ha señalado que la valorización de la enseñanza contenida en la Sagrada Escritura podría ayudar a mostrar cómo, desde el Génesis, Dios imprimió en la pareja su imagen y semejanza. En esta línea, el Papa Francisco ha recordado que «no sólo el hombre en su individualidad es imagen de Dios, no sólo la mujer en su individualidad es imagen de Dios, sino también el hombre y la mujer, como pareja, son imagen de Dios. La diferencia entre hombre y mujer no es para la contraposición, o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios» (Audiencia general, 15 de abril de 2015). Algunos ponen de relieve que en el designio creador está inscrita la complementariedad del carácter unitivo del matrimonio con el procreativo: el unitivo, fruto de un libre consenso consciente y meditado, predispone a la realización del procreativo. Además, la acción de engendrar se debe comprender en la perspectiva de la procreación responsable y del compromiso a hacerse cargo de los hijos con fidelidad.
46. (16) Jesús, que reconcilió cada cosa en sí misma, volvió a llevar el matrimonio y la familia a su forma original (cfr. Mc 10,1-12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (cfr. Ef 5,21-32), restaurados a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La alianza esponsal, inaugurada en la creación y revelada en la historia de la salvación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Iglesia. De Cristo mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión. El Evangelio de la familia atraviesa la historia del mundo desde la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gén 1, 26-27) hasta el cumplimiento del misterio de la Alianza en Cristo al final de los siglos con las bodas del Cordero (cfr. Ap 19,9; Juan Pablo II, Catequesis sobre el amor humano).

Capítulo II
Familia y vida de la Iglesia
47. (17) «A lo largo de los siglos, la Iglesia no ha dejado de ofrecer su enseñanza constante sobre el matrimonio y la familia. Una de las expresiones más altas de este Magisterio la propuso el Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes, que dedica un capítulo entero a la promoción de la dignidad del matrimonio y la familia (cfr. GS, 47-52). Define el matrimonio como comunidad de vida y de amor (cfr. GS, 48), poniendo el amor en el centro de la familia, mostrando, al mismo tiempo, la verdad de ese amor frente a las diversas formas de reduccionismo presentes en la cultura contemporánea. El “verdadero amor entre marido y mujer” (GS, 49) implica la entrega mutua, incluye e integra la dimensión sexual y la afectividad, conformemente al designio divino (cfr. GS, 48-49). Además, Gaudium et Spes 48 subraya el arraigo en Cristo de los esposos: Cristo Señor “sale al encuentro de los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio”, y permanece con ellos. En la encarnación, Él asume el amor humano, lo purifica, lo lleva a plenitud, y dona a los esposos, con su Espíritu, la capacidad de vivirlo, impregnando toda su vida de fe, esperanza y caridad. De este modo, los esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una Iglesia doméstica (cfr. LG, 11), de manera que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira a la familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino» (IL, 4).



48. A la luz de las enseñanzas conciliares y magisteriales sucesivas, se sugiere profundizar en la dimensión misionera de la familia como Iglesia doméstica, arraigada en el sacramento del Bautismo y que realiza desempeñando el propio servicio ministerial en la comunidad cristiana. La familia es por naturaleza misionera y acrece su fe dándola a los demás. Para emprender recorridos de valorización del papel misionero que les ha sido confiado, es urgente que las familias cristianas redescubran la llamada a dar testimonio del Evangelio con la vida sin esconder aquello en lo que creen. El hecho mismo de vivir la comunión familiar es una forma de anuncio misionero. Desde este punto de vista, es necesario promover la familia como sujeto de la acción pastoral mediante algunas formas de testimonio, entre las cuales: la solidaridad con los pobres, la apertura a la diversidad de las personas, la custodia de la creación, el compromiso por la promoción del bien común a partir del territorio en el cual la familia vive.
49. (18) «Siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II, el Magisterio pontificio ha ido profundizando la doctrina sobre el matrimonio y la familia. En particular Pablo VI, con la Encíclica Humanae Vitae, puso de relieve el vínculo íntimo entre amor conyugal y engendramiento de la vida. San Juan Pablo II dedicó especial atención a la familia mediante sus catequesis sobre el amor humano, la Carta a las familias (Gratissimam Sane) y sobre todo con la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio. En esos documentos, el Pontífice definió a la familia “camino de la Iglesia”; ofreció una visión de conjunto sobre la vocación al amor del hombre y la mujer; propuso las líneas fundamentales para la pastoral de la familia y para la presencia de la familia en la sociedad. En particular, tratando de la caridad conyugal (cfr. FC, 13), describió el modo como los cónyuges, en su mutuo amor, reciben el don del Espíritu de Cristo y viven su llamada a la santidad» (IL, 5).
50. (19) «Benedicto XVI, en la Encíclica Deus Caritas Est, retomó el tema de la verdad del amor entre hombre y mujer, que se ilumina plenamente sólo a la luz del amor de Cristo crucificado (cfr. DCE, 2). Él recalca que: “El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (DCE, 11). Además, en la Encíclica Caritas in Veritate, pone de relieve la importancia del amor como principio de vida en la sociedad (cfr. CiV, 44), lugar en el que se aprende la experiencia del bien común» (IL, 6).
51. Las enseñanzas de los Pontífices invitan a profundizar en la dimensión espiritual de la vida familiar a partir del redescubrimiento de la oración en familia y de la escucha en común de la Palabra de Dios, de las que brota el compromiso de caridad. Para la vida de la familia es de fundamental importancia redescubrir el día del Señor, como signo de su profundo arraigo en la comunidad eclesial. Además, se debe proponer un acompañamiento pastoral adecuado para hacer crecer una espiritualidad familiar encarnada, en respuesta a las preguntas que nacen de la vida cotidiana. Se considera útil que la espiritualidad de la familia sea alimentada por fuertes experiencias de fe y, en particular, por la participación fiel a la Eucaristía, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG, 11).
52. (20) «El Papa Francisco, en la Encíclica Lumen Fidei, al afrontar el vínculo entre la familia y la fe, escribe: “El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (LF, 53)» (IL, 7).
53. Muchos consideran necesaria una renovación de los itinerarios catequísticos para la familia. Al respecto, han de ser valorados los cónyuges como sujetos activos de la catequesis, especialmente respecto a los propios hijos, en colaboración con sacerdotes, diáconos y personas consagradas. Dicha colaboración ayuda a considerar la vocación al matrimonio como una realidad importante, para la que es necesario prepararse adecuadamente durante un congruente período de tiempo. La integración de familias cristianas sólidas y ministros fiables hace creíble el testimonio de una comunidad que se dirige a los jóvenes en camino hacia las grandes decisiones de la vida.
La comunidad cristiana debe renunciar a ser una agencia de servicios, para convertirse, en cambio, en el lugar en el cual las familias nacen, se encuentran y se confrontan juntas, caminando en la fe y compartiendo caminos de crecimiento y de intercambio mutuo.
54. (21) El don recíproco constitutivo del matrimonio sacramental arraiga en la gracia del bautismo, que establece la alianza fundamental de toda persona con Cristo en la Iglesia. En la acogida mutua y con la gracia de Cristo los novios se prometen entrega total, fidelidad y apertura a la vida, y además reconocen como elementos constitutivos del matrimonio los dones que Dios les ofrece, tomando en serio su mutuo compromiso, en su nombre y frente a la Iglesia. Ahora bien, la fe permite asumir los bienes del matrimonio como compromisos que se pueden sostener mejor mediante la ayuda de la gracia del sacramento. Dios consagra el amor de los esposos y confirma su indisolubilidad, ofreciéndoles la ayuda para vivir la fidelidad, la integración recíproca y la apertura a la vida. Por tanto, la mirada de la Iglesia se dirige a los esposos como al corazón de toda la familia, que a su vez dirige su mirada hacia Jesús.
55. El gozo del hombre es expresión de la realización plena de la propia persona. Para proponer la unicidad del gozo que viene de la unión de los cónyuges y de la formación de un nuevo núcleo familiar, es oportuno presentar la familia como un lugar de relaciones personales y gratuitas, algo que no sucede en otros grupos sociales. El don recíproco y gratuito, la vida que nace y el cuidado de todos sus miembros, desde los pequeños a los ancianos, son sólo algunos de los aspectos gracias a los cuales la familia posee una belleza única. Es importante hacer madurar la idea de que el matrimonio es una elección para toda la vida que no limita nuestra existencia, sino que la hace más rica y plena, incluso en las dificultades.
A través de esta elección de vida, la familia edifica la sociedad no como suma de habitantes de un territorio, ni como conjunto de ciudadanos de un Estado, sino como auténtica experiencia de pueblo, y de Pueblo de Dios.

Capítulo III
Familia y camino hacia su plenitud
56. (22) En la misma perspectiva, haciendo nuestra la enseñanza del Apóstol según el cual todo fue creado por Cristo y para Cristo (cfr. Col 1,16), el Concilio Vaticano II quiso expresar su estima por el matrimonio natural y por los elementos válidos presentes en las otras religiones (cfr. NA, 2) y en las culturas, a pesar de sus límites e insuficiencias (cfr. RM, 55). La presencia de los semina Verbi en las culturas (cfr. AG, 11) también se podría aplicar, en ciertos aspectos, a la realidad matrimonial y familiar de numerosas culturas y de personas no cristianas. Por tanto, también hay elementos válidos en algunas formas fuera del matrimonio cristiano —siempre fundado en la relación estable y verdadera entre un hombre y una mujer—, que en cualquier caso consideramos orientadas a éste. Con la mirada puesta en la sabiduría humana de pueblos y culturas, la Iglesia reconoce también esta familia como la célula básica necesaria y fecunda de la convivencia humana.
57. La Iglesia es consciente del alto perfil del misterio creatural del matrimonio entre hombre y mujer. Por tanto, desea valorar la gracia originaria creatural que envuelve la experiencia de una alianza conyugal sinceramente intencionada a corresponder a esta vocación original, y a practicar su justicia. La seriedad de la adhesión a este proyecto y la valentía que requiere se dejan apreciar de modo especial precisamente hoy, ya que el valor de esta inspiración, que concierne a todos los vínculos construidos por la familia, se pone en duda, o incluso es censurado y eliminado.
Por eso, aun en el caso en que la maduración de la decisión de llegar al matrimonio sacramental de parte de convivientes o casados civilmente todavía se encuentre en un estado virtual, incipiente, o de aproximación gradual, se pide que la Iglesia no falte a la tarea de alentar y sostener este desarrollo. Al mismo tiempo, será bueno que muestre aprecio y amistad respecto del compromiso ya adquirido, del cual reconocerá los elementos de coherencia con el designio de la creación de Dios.
Se señala la importancia de desarrollar una solicitud pastoral adecuada para las familias compuestas por uniones conyugales con disparidad de culto, cuyo número está creciendo, tanto en los territorios de misión como en los países de larga tradición cristiana.
58. (23) Con íntimo gozo y profunda consolación, la Iglesia mira a las familias que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas, en efecto, se hace creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre. En la familia, «que se podría llamar Iglesia doméstica» (LG, 11), madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa Trinidad. «Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida» (CCC, 1657). En esto la Santa Familia de Nazaret es el modelo admirable, en cuya escuela «se comprende la necesidad de tener una disciplina espiritual, si se quiere seguir la doctrina del Evangelio y llegar a ser discípulos de Cristo» (Pablo VI, Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964). El Evangelio de la familia, alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide.
59. La bendición y la responsabilidad de una nueva familia, sellada en el sacramento eclesial, conlleva la disponibilidad a ser en el seno de la comunidad cristiana defensores y promotores del carácter general de la alianza entre hombre y mujer: en el ámbito del vínculo social, de la generación de los hijos, de la protección de los más débiles, de la vida común. Esta disponibilidad requiere una responsabilidad que tiene derecho a ser sostenida, reconocida y apreciada.
En virtud del sacramento cristiano cada familia se convierte, a todos los efectos, en un bien para la Iglesia, que por su parte pide ser considerada un bien para la misma familia que nace. En esta perspectiva ciertamente será un don precioso, para el hoy de la Iglesia, la humilde disposición a considerar más equitativamente esta reciprocidad del “bonum ecclesiae”: la Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. La custodia del don sacramental del Señor afecta a la responsabilidad de la pareja cristiana por un lado y a la de la comunidad cristiana por otro, cada una en el modo que le compete. Al surgir la dificultad, incluso grave, de salvaguardar la unión matrimonial, la pareja deberá profundizar lealmente —con la ayuda de la comunidad— el discernimiento de los respectivos cumplimientos y los relativos incumplimientos, a fin de comprender, evaluar y reparar lo que fue omitido o descuidado por ambas partes.
60. (24) La Iglesia, maestra segura y madre atenta, aunque reconozca que para los bautizados no hay otro vínculo nupcial que no sea el sacramental, y que toda ruptura de éste va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos, a los que les cuesta el camino de la fe. «Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. […]. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas» (EG, 44).
61. La actitud de los fieles respecto a las personas que todavía no han llegado a la comprensión de la importancia del sacramento nupcial debe expresarse sobre todo mediante una relación de amistad personal, acogiendo al otro tal como es, sin juzgarlo, respondiendo a sus necesidades fundamentales y al mismo tiempo testimoniando el amor y la misericordia de Dios. Es importante tener conciencia de que todos somos débiles, pecadores como los demás, sin por ello renunciar a sostener los bienes y los valores del matrimonio cristiano. Además, es preciso adquirir la conciencia de que la familia en el designio de Dios no es un deber sino un don, y que hoy la decisión de acceder al sacramento no es algo ya dado desde el inicio, sino un paso a madurar y una meta a alcanzar.
62. (25)Respecto a un enfoque pastoral dirigido a las personas que han contraído matrimonio civil, que son divorciados y vueltos a casar, o que simplemente conviven, compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para ellos. Siguiendo la mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre (cfr. Jn 1,9; GS, 22) la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan.
63. La comunidad cristiana debe mostrarse acogedora respecto a las parejas que pasan por dificultades, entre otras cosas mediante la proximidad de familias que viven el matrimonio cristiano. La Iglesia camina al lado de los cónyuges que corren el riesgo de llegar a la separación, para que redescubran la belleza y la fuerza de su vida conyugal. En el caso de que se llegue a un doloroso fin de la relación, la Iglesia siente el deber de acompañarles en ese momento de sufrimiento, para que no estallen contraposiciones ruinosas entre los cónyuges y, sobre todo, los hijos sufran lo menos posible.
Sería deseable que en las Diócesis se promuevan itinerarios de participación progresiva para las personas convivientes o unidas civilmente. A partir del matrimonio civil, se debería llegar al matrimonio cristiano después de un período de discernimiento que lleve al final a una decisión verdaderamente consciente.
64. (26) La Iglesia ve con preocupación la desconfianza de tantos jóvenes hacia el compromiso conyugal, sufre por la precipitación con la que tantos fieles deciden poner fin al vínculo asumido, instaurando otro. Estos fieles, que forman parte de la Iglesia, necesitan una atención pastoral misericordiosa y alentadora, distinguiendo adecuadamente las situaciones. Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia.
65. Muchos jóvenes tienen miedo de fracasar ante la perspectiva matrimonial, entre otras cosas a causa de numerosos casos de fracaso matrimonial. Por eso, es necesario discernir más atentamente las motivaciones profundas de la renuncia y del desaliento. En efecto, hay que pensar que, en muchos casos, esas motivaciones dependen precisamente de la conciencia de un objetivo, que —aunque sea apreciado e incluso deseado— parece desproporcionado respecto a un cálculo razonable de las propias fuerzas, o de la duda insuperable respecto a la constancia de los propios sentimientos. Más que un rechazo de la fidelidad y la estabilidad del amor, que siguen siendo objeto de deseo, con frecuencia es la ansiedad —o incluso la angustia— de no poderlas asegurar lo que induce a desistir. La dificultad, de por sí superable, se aduce como prueba de la imposibilidad radical. Por otra parte, a veces aspectos de conveniencia social y problemas económicos relacionados con la celebración de las nupcias influyen en la decisión de no casarse.
66. (27) En ese sentido, una dimensión nueva de la pastoral familiar hodierna consiste en prestar atención a la realidad de los matrimonios civiles entre hombre y mujer, a los matrimonios tradicionales y, salvando las debidas diferencias, también a las convivencias. Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión de acompañamiento en la evolución hacia el sacramento del matrimonio. En cambio, con mucha frecuencia, la convivencia no se establece con vistas a un posible futuro matrimonio, sino más bien sin ninguna intención de entablar una relación institucional.
67. (28) Conforme a la mirada misericordiosa de Jesús, la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad. Conscientes de que la mayor misericordia es decir la verdad con amor, vayamos más allá de la compasión. El amor misericordioso, al igual que atrae y une, transforma y eleva. Invita a la conversión. Así entendemos la enseñanza del Señor, que no condena a la mujer adúltera, pero le pide que no peque más (cfr. Jn 8,1-11).
68. Para la Iglesia se trata de partir de las situaciones concretas de las familias de hoy, necesitadas todas de misericordia, comenzando por las que más sufren. En la misericordia, en efecto, resplandece la soberanía de Dios, con la que Él es fiel siempre de nuevo a su ser, que es amor (cfr. 1 Jn 4, 8), y a su alianza. La misericordia es la revelación de la fidelidad y de la identidad de Dios consigo mismo y así, al mismo tiempo, demostración de la identidad cristiana. Por eso, la misericordia no quita a nada a la verdad. Ella misma es verdad revelada y está estrechamente vinculada a las verdades fundamentales de la fe —la encarnación, la muerte y resurrección del Señor— y sin ellas caería en la nada. La misericordia es «el centro de la revelación de Jesucristo» (MV, 25).

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