SÍNODO
DE LOS OBISPOS
XIV
ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA
VOCACIÓN Y LA MISIÓN DE LA FAMILIA
EN
LA IGLESIA Y EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
INSTRUMENTUM
LABORIS
CIUDAD
DEL VATICANO
2015
Capítulo III
Familia e inclusión
Familia e inclusión
17. Muchos destacan la condición de las personas en edad avanzada en el seno
de las familias. En las sociedades evolucionadas el número de ancianos tiende a
aumentar, mientras que decrece la natalidad. El recurso que representan los
ancianos no siempre se aprecia de manera adecuada. Como recordó el Papa
Francisco: «El número de ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades
no se han organizado lo suficiente para hacerles espacio, con justo respeto y
concreta consideración a su fragilidad y dignidad. Mientras somos jóvenes,
somos propensos a ignorar la vejez, como si fuese una enfermedad que hay que
mantener alejada; cuando luego llegamos a ancianos, especialmente si somos
pobres, si estamos enfermos y solos, experimentamos las lagunas de una sociedad
programada a partir de la eficiencia, que, como consecuencia, ignora a los
ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar» (Audiencia general, 4 de marzo de 2015).
18. La condición de los abuelos en la familia requiere una atención
peculiar. Ellos constituyen el anillo de conjunción entre las generaciones, que
asegura la transmisión de tradiciones y de costumbres en las cuales los más
jóvenes pueden encontrar sus propias raíces. Además, con frecuencia, de manera
discreta y gratuita, garantizan una preciosa ayuda económica a los esposos
jóvenes y se hacen cargo de los nietos, a los que también transmiten la fe.
Muchas personas, especialmente en nuestros días, pueden reconocer que
precisamente a sus abuelos deben su iniciación a la vida cristiana. Esto
testimonia que en la familia, en el sucederse de las generaciones, la fe se
comunica y se custodia, lo que la convierte en una herencia insustituible para
los nuevos núcleos familiares. A los ancianos corresponde, por tanto, un
sincero tributo de reconocimiento, de aprecio y de hospitalidad, de parte de
los jóvenes, de las familias y de la sociedad.
19. La viudez es una experiencia particularmente difícil para quien ha
vivido la elección matrimonial y la vida familiar como un don en el Señor. Sin
embargo, a los ojos de la fe también presenta algunas posibilidades para
valorar. Así por ejemplo, algunos, cuando les toca vivir esta dolorosa
experiencia, muestran que saben volcar sus energías todavía con más entrega en
los hijos y los nietos, y encuentran en esta experiencia de amor una nueva misión
educativa. El vacío que deja el cónyuge fallecido, en cierto sentido, se colma
con el afecto de los familiares, quienes valoran a las personas viudas y les
permiten de este modo custodiar la preciosa memoria de su matrimonio. En
cambio, en el caso de quienes no cuentan con la presencia de familiares a los
que dedicarse y de los cuales recibir afecto y cercanía, la comunidad cristiana
debe sostenerlos, con particular atención y disponibilidad, sobre todo si son
personas viudas en condiciones de indigencia.
20. Las personas en edad avanzada son conscientes de que se encuentran en la
última fase de la existencia. Su condición repercute en toda la vida familiar.
El hecho de tener que afrontar la enfermedad, que con frecuencia acompaña el
prolongarse de la vejez, y sobre todo la muerte, sentida como próxima y
experimentada en la pérdida de las personas más queridas (el cónyuge, los
familiares, los amigos) constituyen los aspectos críticos de esta edad, que
exponen a la persona y a toda la familia a la redefinición de su equilibrio.
Valorar la fase conclusiva de la vida hoy es todavía más necesario, ya
que —por lo menos en los países ricos— se trata de cancelar de todos los modos
posibles el momento del tránsito. Frente a una visión negativa de este período
—que considera sólo los aspectos de decadencia y progresiva pérdida de
capacidades, autonomías y afectos—, se puede afrontar los últimos años
valorizando el sentido del cumplimiento y la integración de toda la existencia.
Así también es posible descubrir una nueva declinación de lo que significa
generar, ofreciendo una herencia ante todo moral a las nuevas generaciones. La
dimensión de la espiritualidad y de la trascendencia, unida a la cercanía de
los miembros de la familia, constituyen recursos esenciales para que también la
vejez esté llena de un sentido de dignidad y de esperanza.
Por otra parte, exigen una atención especial las familias que pasan por
la prueba de la experiencia del luto. Cuando la pérdida concierne a niños y
jóvenes, el impacto sobre la familia es particularmente lacerante.
21. Es preciso dirigir una mirada especial a las familias de las personas
con discapacidad, en las cuales dicho handicap —que irrumpe improvisamente en
la vida— genera un desafío, profundo e inesperado, y desbarata los equilibrios,
los deseos y las expectativas. Esto determina emociones contrastantes que hay
que gobernar y elaborar, a la vez que impone tareas, urgencias y necesidades
nuevas, funciones y responsabilidades diferentes. La imagen familiar y todo su
ciclo vital se ven profundamente turbados. Sin embargo, la familia podrá
descubrir, junto con la comunidad cristiana a la que pertenece, habilidades
distintas, competencias imprevistas, nuevos gestos y lenguajes, formas de
comprensión y de identidad, en el largo y difícil camino de acogida y cuidado
del misterio de la fragilidad.
22. Este proceso, de por sí extraordinariamente complejo, llega a ser
todavía más arduo en las sociedades en las que sobreviven formas despiadadas de
estigma y de prejuicio, que impiden el encuentro fecundo con la discapacidad y
el florecer de la solidaridad y el acompañamiento comunitario. En realidad este
encuentro puede constituir, para cada uno y para toda la comunidad, una ocasión
preciosa para crecer en la justicia, el amor y la defensa del valor de toda
vida humana, a partir del reconocimiento de un profundo sentido de comunión en
la vulnerabilidad. Cabe esperar que, en una comunidad realmente acogedora, la
familia y la persona con necesidades especiales no se sientan solas y
descartadas, sino que reciban alivio y sostén, especialmente cuando las
energías y los recursos familiares disminuyen.
23. A este propósito, hay que considerar el desafío llamado del “después de
nosotros”: pensamos en las situaciones familiares de pobreza y soledad, o en el
reciente fenómeno según el cual, en las sociedades económicamente más
avanzadas, el aumento de la esperanza de vida permitirá a las personas con
discapacidad, con una alta probabilidad, sobrevivir a sus padres. Si la familia
logra aceptar con los ojos de la fe la presencia de personas con discapacidad,
podrá también ayudarles a no vivir su discapacidad solamente como un límite y a
reconocer su valor diferente y original. De este modo, se garantizará,
defenderá y valorará la calidad posible de toda vida, individual y familiar,
con sus necesidades, su derecho a igual dignidad y oportunidades, a servicios y
cuidados, a compañía y afectividad, a espiritualidad, belleza y plenitud de
sentido, en cada fase de la vida, desde su concepción hasta el envejecimiento y
su fin natural.
24. Despierta preocupación en muchos el efecto sobre la familia del fenómeno
migratorio, que atañe, en modalidades diversas, a poblaciones enteras en varias
partes del mundo. El acompañamiento de los migrantes exige una pastoral
específica, dirigida tanto a las familias en migración como a los miembros de
los núcleos familiares que permanecen en los lugares de origen; esto se debe
llevar a cabo respetando sus culturas, así como la formación religiosa y humana
de la que provienen. Hoy el fenómeno migratorio conlleva trágicas heridas para
masas de individuos y familias en “excedencia” de distintas poblaciones y
territorios, que buscan legítimamente un futuro mejor, un “nuevo nacimiento”,
cuando se da el caso de que donde nacieron no es posible vivir.
25. Las varias situaciones de guerra, persecución, pobreza, desigualdad,
habitualmente motivo de la migración, junto con las peripecias de un viaje que
a menudo pone en peligro incluso la vida, marcan traumáticamente a las personas
y sus sistemas familiares. El proceso migratorio, en efecto, inevitablemente
lacera las familias de los migrantes por las múltiples experiencias de abandono
y división: en numerosos casos el cuerpo familiar se ve dramáticamente
desmembrado entre quien se marcha para abrir camino y quien se queda a la
espera de un regreso o de una reunificación. Quienes se marchan extrañan su
tierra y su cultura, su lengua, los vínculos con la familia ampliada y con la
comunidad, el pasado y el tradicional desarrollo del propio camino de vida.
26. El encuentro con un nuevo país y una nueva cultura es todavía más
difícil cuando no encuentran condiciones de auténtica acogida y aceptación, que
respeten los derechos de todos y ofrezcan una convivencia pacífica y solidaria.
El sentido de desorientación, la nostalgia de los orígenes perdidos y las
dificultades de una auténtica integración —que pasa por la creación de nuevos
vínculos y la planificación de una vida que enlace pasado y presente, culturas
y geografías, lenguas y mentalidades diferentes—hoy, en muchos contextos, no se
han superado y desvelan sufrimientos nuevos incluso en la segunda y tercera
generación de familias inmigrantes, alimentando fenómenos de fundamentalismo y
de rechazo violento de la cultura del país de acogida.
Un recurso muy valioso para superar estas dificultades es precisamente
el encuentro entre familias, y con frecuencia un papel clave en los procesos de
integración lo desempeñan las madres, compartiendo la experiencia del
crecimiento de sus hijos.
27. Por otra parte, las experiencias migratorias resultan especialmente
dramáticas y devastadoras, tanto para las familias como para las personas,
cuando tienen lugar fuera de la legalidad, cuando las sostienen los circuitos
internacionales de la trata de personas, cuando conciernen a los niños no
acompañados, cuando obligan a paradas prolongadas en lugares intermedios entre
un país y otro, entre el pasado y el futuro, y a permanencias en campos de
prófugos o centros de acogida, en los cuales no es posible iniciar un camino de
arraigo ni delinear el propio nuevo porvenir.
28. (7) Existen contextos culturales y religiosos que plantean desafíos
particulares. En algunas sociedades todavía está en vigor la práctica de la
poligamia y en algunos contextos tradicionales la costumbre del “matrimonio por
etapas”. En otros contextos permanece la práctica de los matrimonios
combinados. En los países en que la presencia de la Iglesia Católica es
minoritaria son numerosos los matrimonios mixtos y de disparidad de culto, con
todas las dificultades que conllevan respecto a la configuración jurídica, al
bautismo y a la educación de los hijos y al respeto mutuo desde el punto de
vista de la diversidad de la fe. Estos matrimonios corren el riesgo del
relativismo o de la indiferencia, pero a su vez pueden representar una buena
posibilidad para favorecer el espíritu ecuménico y el diálogo interreligioso en
una armoniosa convivencia de comunidades que viven en el mismo lugar. En
numerosos contextos, y no sólo occidentales, se está ampliamente difundiendo la
praxis de la convivencia que precede al matrimonio, así como convivencias no
orientadas a asumir la forma de un vínculo institucional. A esto se añade a
menudo una legislación civil que compromete el matrimonio y la familia. A causa
de la secularización en muchas partes del mundo la referencia a Dios ha
disminuido fuertemente y la fe ya no es un hecho socialmente compartido.
29. (8) Son muchos los niños que nacen fuera del matrimonio, especialmente en
algunos países, y muchos los que después crecen con uno solo de los padres o en
un contexto familiar ampliado o reconstituido. El número de divorcios es
creciente y no es raro el caso de opciones determinadas únicamente por factores
de orden económico. Con frecuencia los niños son motivo de contienda entre los
padres y además los hijos son las verdaderas víctimas de las laceraciones familiares.
Los padres a menudo están ausentes —no sólo por causas económicas— precisamente
allí donde se percibe la necesidad de que ellos asuman más claramente la
responsabilidad de los hijos y de la familia. Todavía es preciso defender y
promover la dignidad de la mujer. En efecto, hoy en muchos contextos ser mujer
es objeto de discriminación, y con frecuencia se penaliza el don de la
maternidad en lugar de presentarlo como un valor. Tampoco hay que olvidar los
crecientes fenómenos de violencia de los que son víctimas las mujeres, a veces
lamentablemente también en el seno de las familias, ni la grave y difundida
mutilación genital de la mujer en algunas culturas. Por otro lado, la
explotación sexual de la infancia constituye una de las realidades más escandalosas
y perversas de la sociedad actual. Asimismo, en las sociedades golpeadas por la
violencia a causa de la guerra, del terrorismo o de la presencia del crimen
organizado, se dan situaciones familiares deterioradas y sobre todo en las
grandes metrópolis y en sus periferias crece el llamado fenómeno de los niños
de la calle. Las migraciones, por su parte, representan otro signo de los
tiempos que hay que afrontar y comprender con toda la carga de consecuencias
sobre la vida familiar.
30. Desde diversas partes se ha observado que los procesos de emancipación
de la mujer han puesto muy bien de relieve su papel determinante en el
crecimiento de la familia y de la sociedad. Sin embargo, sigue siendo cierto
que la condición femenina en el mundo está sujeta a grandes diferencias que
derivan principalmente de factores culturales. No se puede pensar que
situaciones problemáticas se resuelvan fácilmente con el fin de la emergencia
económica y la llegada de una cultura moderna, como demuestran las difíciles
condiciones de las mujeres en varios países de reciente desarrollo.
En los países occidentales la emancipación femenina requiere una
redefinición de las tareas de los cónyuges en su reciprocidad y en la común
responsabilidad respecto a la vida familiar. En los países en vías de
desarrollo, a la explotación y la violencia ejercidas sobre el cuerpo de las
mujeres y a la fatiga que se les impone incluso durante el embarazo, a menudo
se añaden abortos y esterilizaciones forzadas, así como las consecuencias
extremadamente negativas de prácticas conexas con la procreación (por ejemplo,
alquiler del útero o mercado de los gametos embrionales). En los países
avanzados, el deseo del hijo “a toda costa” no ha llevado a relaciones
familiares más felices y sólidas, sino que en muchos casos de hecho ha agravado
la desigualdad entre mujeres y hombres. La esterilidad de la mujer representa,
según los prejuicios presentes en varias culturas, una condición socialmente
discriminatoria.
Puede contribuir al reconocimiento del papel determinante de las mujeres
una mayor valorización de su responsabilidad en la Iglesia: su intervención en
los procesos de decisión; su participación, no sólo formal, en el gobierno de
algunas instituciones; su participación en la formación de los ministros
ordenados.
Familia, afectividad y vida
31. (9) Frente al cuadro social delineado, en muchas partes del mundo, se
observa en los individuos una mayor necesidad de cuidar la propia persona, de
conocerse interiormente, de vivir mejor en sintonía con las propias emociones y
los propios sentimientos, de buscar relaciones afectivas de calidad. Esta justa
aspiración puede abrir al deseo de comprometerse en construir relaciones de
entrega y reciprocidad creativas, solidarias y que responsabilicen, como las
familiares. El peligro individualista y el riesgo de vivir en clave egoísta son
relevantes. El desafío para la Iglesia es ayudar a los esposos a una maduración
de la dimensión emocional y al desarrollo afectivo promoviendo el diálogo, la
virtud y la confianza en el amor misericordioso de Dios. El pleno compromiso
que se requiere en el matrimonio cristiano puede ser un fuerte antídoto a la
tentación de un individualismo egoísta.
32. Se requiere que las familias se sientan responsables directamente de la
formación afectiva de las generaciones jóvenes. La velocidad con la cual tienen
lugar los cambios de la sociedad contemporánea hace más difícil el acompañamiento
en la formación de la afectividad para la maduración de toda la persona. Este
hecho exige también agentes pastorales que estén formados apropiadamente, que
posean no sólo un conocimiento en profundidad de la Escritura y de la doctrina
católica, sino que a su vez estén dotados de instrumentos pedagógicos,
psicológicos y médicos adecuados. El conocimiento de la psicología de la
familia será una ayuda para transmitir la visión cristiana de modo eficaz: se
debe comenzar este esfuerzo educativo ya con la catequesis de la iniciación
cristiana.
33. (10). En el mundo actual no faltan tendencias culturales que parece que
impongan una afectividad sin límites de la que se quieren explorar todos los
aspectos, incluso los más complejos. De hecho, la cuestión de la fragilidad
afectiva es de gran actualidad: una afectividad narcisista, inestable y
cambiante que no siempre ayuda a los sujetos a alcanzar una mayor madurez.
Preocupa una cierta difusión de la pornografía y de la comercialización del
cuerpo, favorecida entre otras cosas por un uso desequilibrado de Internet, al
igual que hay que denunciar la situación de las personas que se ven obligadas a
practicar la prostitución. En este contexto, a menudo los cónyuges se sienten
inseguros, indecisos y les cuesta encontrar los modos para crecer. Son
numerosos los que suelen quedarse en los estadios primarios de la vida
emocional y sexual. La crisis de los esposos desestabiliza la familia y a
través de las separaciones y los divorcios puede llegar a tener serias
consecuencias para los adultos, los hijos y la sociedad, debilitando al
individuo y los vínculos sociales. Asimismo, el descenso demográfico, debido a
una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud
reproductiva, no sólo determina una situación en la cual el sucederse de las
generaciones ya no está asegurado, sino que se corre el riesgo de que con el
tiempo lleve a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el
futuro. El avance de las biotecnologías también ha tenido un fuerte impacto
sobre la natalidad.
34. Desde varias partes se señala que la llamada revolución biotecnológica
en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad técnica de
manipular el acto de engendrar, convirtiéndolo en independiente de la relación
sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana así como la
paternidad y la maternidad se han convertido en realidades componibles y
descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las
parejas, no necesariamente heterosexuales y regularmente casadas. En los
últimos tiempos este fenómeno se ha presentado como una novedad absoluta en el
escenario de la humanidad, y está adquiriendo una difusión cada vez mayor. Todo
esto tiene profundas repercusiones en la dinámica de las relaciones, en la
estructura de la vida social y en los ordenamientos jurídicos, que intervienen
para tratar de regular prácticas que ya están en curso y situaciones
diferenciadas.
35. (11) En este contexto la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de
verdad y de esperanza. Es preciso partir de la convicción de que el hombre
viene de Dios y, por tanto, de que una reflexión capaz de volver a proponer las
grandes preguntas acerca del significado del ser hombres, encontrará un terreno
fértil en las expectativas más profundas de la humanidad. Los grandes valores
del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que
impregna la existencia humana también en este tiempo marcado por el
individualismo y el hedonismo. Hay que acoger a las personas con su existencia
concreta, saber sostener su búsqueda, alentar el deseo de Dios y la voluntad de
sentirse plenamente parte de la Iglesia, incluso en quien ha experimentado el
fracaso o se encuentra en las situaciones más disparatadas. El mensaje
cristiano siempre lleva en sí mismo la realidad y la dinámica de la
misericordia y de la verdad, que en Cristo convergen.
36. En la formación a la vida conyugal y familiar, los agentes pastorales
deberán tener en cuenta la pluralidad de las situaciones concretas. Por una
parte, es preciso promover realidades que garanticen la formación de los
jóvenes al matrimonio, pero por otra, es preciso seguir a quienes viven sin formar
un nuevo núcleo familiar y con frecuencia permanecen vinculados a la familia de
origen. También los esposos que no pueden tener hijos deben ser objeto de una
atención pastoral particular de parte de la Iglesia, que los ayude a descubrir
el designio de Dios sobre su situación, al servicio de toda la comunidad.
Hay una solicitud, ampliamente compartida, de que se precise que con la
categoría de “lejanos” no cabe entender una realidad de excluidos o de
alejados: se trata de personas amadas por Dios y a ellas la Iglesia desea
llegar con su acción pastoral. Es necesario tener hacia todos una mirada de
comprensión, considerando que las situaciones de distancia de la vida eclesial
no siempre son queridas, con frecuencia son inducidas y a veces incluso
sufridas, a causa de los comportamientos de terceros.
Familia y pedagogía divina
37. (12) A fin de «verificar nuestro paso en el terreno de los desafíos
contemporáneos, la condición decisiva es mantener la mirada fija en Jesucristo,
detenerse en la contemplación y en la adoración de su rostro [...]. En efecto,
cada vez que volvemos a la fuente de la experiencia cristiana se abren caminos
nuevos y posibilidades inesperadas» (Papa Francisco, Discurso del 4 de octubre de 2014). Jesús miró a las mujeres y a los
hombres con los que se encontró con amor y ternura, acompañando sus pasos con
verdad, paciencia y misericordia, al anunciar las exigencias del Reino de Dios.
38. Dirigir la mirada a Cristo significa ante todo escuchar su Palabra: la
lectura de la Sagrada Escritura, no sólo en las comunidades, sino también en
las casas, ayuda a percibir la centralidad de los esposos y de la familia en el
proyecto de Dios, y permite reconocer que Dios entra en los aspectos concretos
de la vida familiar haciéndola más bella y vital.
A pesar de las diversas iniciativas, sin embargo, en las familias
católicas todavía se observa la falta de un contacto más directo con la Biblia.
En la pastoral de la familia siempre es preciso hacer hincapié en el valor
central del encuentro con Cristo, que emerge naturalmente si hay un arraigo a
la Sagrada Escritura. Por eso, sería deseable que sobre todo en las familias se
aliente a una relación vital con la Palabra de Dios, que oriente a un auténtico
encuentro personal con Jesucristo. Como modalidad para acercarse a la Escritura
se aconseja la “lectio divina”, que representa una lectura orante de la
Palabra de Dios y una fuente de inspiración para el actuar cotidiano.
39. (13) Puesto que el orden de la creación está determinado por la orientación a
Cristo, hay que distinguir sin separar los diversos grados mediante los cuales
Dios comunica a la humanidad la gracia de la alianza. En razón de la pedagogía
divina, según la cual el orden de la creación evoluciona en el de la redención mediante
etapas sucesivas, es necesario comprender la novedad del sacramento nupcial
cristiano en continuidad con el matrimonio natural de los orígenes. Así aquí se
entiende el modo de actuar salvífico de Dios, tanto en la creación como en la
vida cristiana. En la creación: puesto que todas las cosas fueron creadas por
medio de Cristo y para Cristo (cfr. Col 1,16), los cristianos deben «descubrir
gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo latentes en ellas; pero, al
mismo tiempo, deben estar atentos a la profunda transformación que se produce
entre las gentes» (AG, 11). En la vida cristiana: en cuanto con el bautismo el creyente
es introducido en la Iglesia mediante la Iglesia doméstica, que es su familia,
él emprende ese «proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva
integración de los dones de Dios» (FC, 9), mediante la conversión
continua al amor que salva del pecado y dona plenitud de vida.
40. Teniendo presente que las realidades naturales se deben comprender a la
luz de la gracia, no se ha de olvidar que el orden de la redención ilumina y
cumple el de la creación. El matrimonio natural, por tanto, se comprende
plenamente a la luz de su cumplimiento sacramental; sólo fijando la mirada en
Cristo se conoce profundamente la verdad de las relaciones humanas. «En
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. […] Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del
Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le
descubre la grandeza de su vocación» (GS, 22). En esta perspectiva,
resulta particularmente oportuno comprender en clave cristo céntrica las
propiedades naturales del matrimonio, que son ricas y múltiples.
41. (14) Jesús mismo, refiriéndose al designio primigenio sobre el hombre y la
mujer, reafirma la unión indisoluble entre ellos, si bien diciendo que «por la
dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero,
al principio, no era así» (Mt 19,8). La indisolubilidad del matrimonio («Lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre» Mt 19,6), no hay que entenderla ante
todo como un “yugo” impuesto a los hombres sino como un “don” hecho a las
personas unidas en matrimonio. De ese modo, Jesús muestra que la
condescendencia divina acompaña siempre el camino humano, sana y transforma el
corazón endurecido con su gracia, orientándolo hacia su principio, a través del
camino de la cruz. De los Evangelios emerge claramente el ejemplo de Jesús, que
es paradigmático para la Iglesia. Jesús, en efecto, asumió una familia, inició
sus milagros en la fiesta nupcial en Caná, anunció el mensaje concerniente al
significado del matrimonio como plenitud de la revelación que recupera el
proyecto originario de Dios (cfr. Mt 19,3). Sin embargo, al mismo tiempo puso
en práctica la doctrina enseñada, manifestando así el verdadero significado de
la misericordia. Esto se ve claramente en los encuentros con la samaritana
(cfr. Jn 4,1-30) y con la adultera (cfr. Jn 8,1-11) en los que Jesús, con una
actitud de amor hacia la persona pecadora, lleva al arrepentimiento y a la
conversión («Anda, y en adelante no peques más»), condición para el perdón.
42. El testimonio de esposos que viven con plenitud el matrimonio cristiano
muestra el valor de esta unión indisoluble y suscita el deseo de emprender
siempre nuevos caminos de fidelidad conyugal. La indisolubilidad representa la
respuesta del hombre al deseo profundo de amor mutuo y duradero: un amor “para
siempre” que es una elección y un don de cada uno de los cónyuges al otro, de
la pareja respecto a Dios mismo y a cuantos Dios les confía. En esta
perspectiva, es importante celebrar en la comunidad cristiana los aniversarios
de matrimonio para recordar que en Cristo es posible y bello vivir juntos para
siempre.
El Evangelio de la familia ofrece un ideal de vida que debe tener en
cuenta la sensibilidad de nuestro tiempo y las efectivas dificultades para
mantener los compromisos para siempre. Aquí es preciso un anuncio que dé
esperanza y que no aplaste: que toda familia sepa que la Iglesia nunca la
abandona, en virtud del «vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la
Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana» (Francisco, Audiencia general, 6 de mayo de 2015).
43. Desde varias partes llega la invitación a promover una moral de la
gracia que permita descubrir y hacer florecer la belleza de las virtudes
propias de la vida matrimonial, entre las cuales: respeto y confianza mutuas,
acogida y gratitud recíprocas, paciencia y perdón. En la puerta de entrada de la
vida de la familia, afirma el Papa Francisco, «están escritas tres palabras
[…]: “permiso”, “gracias”, “perdón”. En efecto, estas palabras abren camino
para vivir bien en la familia, para vivir en paz. Son palabras sencillas, pero
no tan sencillas de llevar a la práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza
de custodiar la casa, incluso a través de miles de dificultades y pruebas; en
cambio si faltan, poco a poco se abren grietas que pueden hasta hacer que se
derrumbe» (Francisco, Audiencia general, 13 de mayo de 2015). El sacramento
del matrimonio, en definitiva, abre un dinamismo que incluye y sostiene los
tiempos y las pruebas del amor, que requieren una maduración gradual alimentada
por la gracia.
44. (15) Las palabras de vida eterna que Jesús dejó a sus discípulos comprendían
la enseñanza sobre el matrimonio y la familia. Esta enseñanza de Jesús nos
permite distinguir tres etapas fundamentales en el proyecto de Dios sobre el
matrimonio y la familia. Al inicio, está la familia de los orígenes, cuando
Dios creador instituyó el matrimonio primordial entre Adán y Eva, como sólido
fundamento de la familia. Dios no sólo creó al ser humano hombre y mujer (cfr.
Gén 1,27), sino que los bendijo para que fueran fecundos y se multiplicaran
(cfr. Gén 1,28). Por esto, «abandonará el hombre a su padre y a su madre, se
unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gén 2,24). Esta unión, dañada
por el pecado, se convirtió en la forma histórica de matrimonio en el Pueblo de
Dios, por lo cual Moisés concedió la posibilidad de escribir un acta de
divorcio (cfr. Dt 24, 1ss). Dicha forma era predominante en tiempos de Jesús.
Con su venida y la reconciliación del mundo caído gracias a la redención que Él
obró, terminó la era inaugurada con Moisés.
45. Se ha señalado que la valorización de la enseñanza contenida en la
Sagrada Escritura podría ayudar a mostrar cómo, desde el Génesis, Dios imprimió
en la pareja su imagen y semejanza. En esta línea, el Papa Francisco ha
recordado que «no sólo el hombre en su individualidad es imagen de Dios, no
sólo la mujer en su individualidad es imagen de Dios, sino también el hombre y
la mujer, como pareja, son imagen de Dios. La diferencia entre hombre y mujer
no es para la contraposición, o subordinación, sino para la comunión y la
generación, siempre a imagen y semejanza de Dios» (Audiencia general, 15 de abril de 2015). Algunos ponen
de relieve que en el designio creador está inscrita la complementariedad del
carácter unitivo del matrimonio con el procreativo: el unitivo, fruto de un
libre consenso consciente y meditado, predispone a la realización del
procreativo. Además, la acción de engendrar se debe comprender en la
perspectiva de la procreación responsable y del compromiso a hacerse cargo de
los hijos con fidelidad.
46. (16) Jesús, que reconcilió cada cosa en sí misma, volvió a llevar el
matrimonio y la familia a su forma original (cfr. Mc 10,1-12). La familia y el
matrimonio fueron redimidos por Cristo (cfr. Ef 5,21-32), restaurados a imagen
de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La
alianza esponsal, inaugurada en la creación y revelada en la historia de la
salvación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su
Iglesia. De Cristo mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la
gracia necesaria para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión.
El Evangelio de la familia atraviesa la historia del mundo desde la creación
del hombre a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gén 1, 26-27) hasta el
cumplimiento del misterio de la Alianza en Cristo al final de los siglos con
las bodas del Cordero (cfr. Ap 19,9; Juan Pablo II, Catequesis sobre el amor
humano).
Familia y vida de la Iglesia
47. (17) «A lo largo de los siglos, la Iglesia no ha dejado de ofrecer su
enseñanza constante sobre el matrimonio y la familia. Una de las expresiones
más altas de este Magisterio la propuso el Concilio Ecuménico Vaticano II, en
la Constitución pastoral Gaudium et Spes, que dedica un capítulo entero a la
promoción de la dignidad del matrimonio y la familia (cfr. GS, 47-52). Define el matrimonio
como comunidad de vida y de amor (cfr. GS, 48), poniendo el amor en el
centro de la familia, mostrando, al mismo tiempo, la verdad de ese amor frente
a las diversas formas de reduccionismo presentes en la cultura contemporánea.
El “verdadero amor entre marido y mujer” (GS, 49) implica la entrega
mutua, incluye e integra la dimensión sexual y la afectividad, conformemente al
designio divino (cfr. GS, 48-49). Además, Gaudium et Spes 48 subraya el arraigo en Cristo de los
esposos: Cristo Señor “sale al encuentro de los esposos cristianos en el
sacramento del matrimonio”, y permanece con ellos. En la encarnación, Él asume
el amor humano, lo purifica, lo lleva a plenitud, y dona a los esposos, con su
Espíritu, la capacidad de vivirlo, impregnando toda su vida de fe, esperanza y
caridad. De este modo, los esposos son consagrados y, mediante una gracia
propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una Iglesia doméstica (cfr. LG, 11), de manera que la Iglesia, para
comprender plenamente su misterio, mira a la familia cristiana, que lo
manifiesta de modo genuino» (IL, 4).
48. A la luz de las enseñanzas conciliares y magisteriales sucesivas, se
sugiere profundizar en la dimensión misionera de la familia como Iglesia
doméstica, arraigada en el sacramento del Bautismo y que realiza desempeñando
el propio servicio ministerial en la comunidad cristiana. La familia es por
naturaleza misionera y acrece su fe dándola a los demás. Para emprender
recorridos de valorización del papel misionero que les ha sido confiado, es
urgente que las familias cristianas redescubran la llamada a dar testimonio del
Evangelio con la vida sin esconder aquello en lo que creen. El hecho mismo de
vivir la comunión familiar es una forma de anuncio misionero. Desde este punto
de vista, es necesario promover la familia como sujeto de la acción pastoral
mediante algunas formas de testimonio, entre las cuales: la solidaridad con los
pobres, la apertura a la diversidad de las personas, la custodia de la
creación, el compromiso por la promoción del bien común a partir del territorio
en el cual la familia vive.
49. (18) «Siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II, el Magisterio pontificio
ha ido profundizando la doctrina sobre el matrimonio y la familia. En
particular Pablo VI, con la Encíclica Humanae Vitae, puso de relieve el vínculo íntimo
entre amor conyugal y engendramiento de la vida. San Juan Pablo II dedicó
especial atención a la familia mediante sus catequesis sobre el amor humano, la
Carta a las familias (Gratissimam Sane) y sobre todo con la
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio. En esos documentos, el Pontífice
definió a la familia “camino de la Iglesia”; ofreció una visión de conjunto
sobre la vocación al amor del hombre y la mujer; propuso las líneas
fundamentales para la pastoral de la familia y para la presencia de la familia
en la sociedad. En particular, tratando de la caridad conyugal (cfr. FC, 13), describió el modo como los
cónyuges, en su mutuo amor, reciben el don del Espíritu de Cristo y viven su
llamada a la santidad» (IL, 5).
50. (19) «Benedicto XVI, en la Encíclica Deus Caritas Est, retomó el tema de la verdad del amor
entre hombre y mujer, que se ilumina plenamente sólo a la luz del amor de
Cristo crucificado (cfr. DCE, 2). Él recalca que: “El matrimonio basado en un amor exclusivo y
definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y,
viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (DCE,
11). Además, en la Encíclica Caritas in Veritate, pone de relieve la importancia del
amor como principio de vida en la sociedad (cfr. CiV, 44), lugar en el que se aprende
la experiencia del bien común» (IL, 6).
51. Las enseñanzas de los Pontífices invitan a profundizar en la dimensión
espiritual de la vida familiar a partir del redescubrimiento de la oración en
familia y de la escucha en común de la Palabra de Dios, de las que brota el
compromiso de caridad. Para la vida de la familia es de fundamental importancia
redescubrir el día del Señor, como signo de su profundo arraigo en la comunidad
eclesial. Además, se debe proponer un acompañamiento pastoral adecuado para
hacer crecer una espiritualidad familiar encarnada, en respuesta a las
preguntas que nacen de la vida cotidiana. Se considera útil que la
espiritualidad de la familia sea alimentada por fuertes experiencias de fe y,
en particular, por la participación fiel a la Eucaristía, «fuente y cumbre de
toda la vida cristiana» (LG, 11).
52. (20) «El Papa Francisco, en la Encíclica Lumen Fidei, al afrontar el vínculo entre la
familia y la fe, escribe: “El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar
por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida
que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que
ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y
asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos,
porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras
debilidades” (LF, 53)» (IL, 7).
53. Muchos consideran necesaria una renovación de los itinerarios
catequísticos para la familia. Al respecto, han de ser valorados los cónyuges
como sujetos activos de la catequesis, especialmente respecto a los propios hijos,
en colaboración con sacerdotes, diáconos y personas consagradas. Dicha
colaboración ayuda a considerar la vocación al matrimonio como una realidad
importante, para la que es necesario prepararse adecuadamente durante un
congruente período de tiempo. La integración de familias cristianas sólidas y
ministros fiables hace creíble el testimonio de una comunidad que se dirige a
los jóvenes en camino hacia las grandes decisiones de la vida.
La comunidad cristiana debe renunciar a ser una agencia de servicios,
para convertirse, en cambio, en el lugar en el cual las familias nacen, se
encuentran y se confrontan juntas, caminando en la fe y compartiendo caminos de
crecimiento y de intercambio mutuo.
54. (21) El don recíproco constitutivo del matrimonio sacramental arraiga en la
gracia del bautismo, que establece la alianza fundamental de toda persona con
Cristo en la Iglesia. En la acogida mutua y con la gracia de Cristo los novios
se prometen entrega total, fidelidad y apertura a la vida, y además reconocen
como elementos constitutivos del matrimonio los dones que Dios les ofrece,
tomando en serio su mutuo compromiso, en su nombre y frente a la Iglesia. Ahora
bien, la fe permite asumir los bienes del matrimonio como compromisos que se
pueden sostener mejor mediante la ayuda de la gracia del sacramento. Dios
consagra el amor de los esposos y confirma su indisolubilidad, ofreciéndoles la
ayuda para vivir la fidelidad, la integración recíproca y la apertura a la
vida. Por tanto, la mirada de la Iglesia se dirige a los esposos como al
corazón de toda la familia, que a su vez dirige su mirada hacia Jesús.
55. El gozo del hombre es expresión de la realización plena de la propia
persona. Para proponer la unicidad del gozo que viene de la unión de los
cónyuges y de la formación de un nuevo núcleo familiar, es oportuno presentar
la familia como un lugar de relaciones personales y gratuitas, algo que no
sucede en otros grupos sociales. El don recíproco y gratuito, la vida que nace
y el cuidado de todos sus miembros, desde los pequeños a los ancianos, son sólo
algunos de los aspectos gracias a los cuales la familia posee una belleza
única. Es importante hacer madurar la idea de que el matrimonio es una elección
para toda la vida que no limita nuestra existencia, sino que la hace más rica y
plena, incluso en las dificultades.
A través de esta elección de vida, la familia edifica la sociedad no
como suma de habitantes de un territorio, ni como conjunto de ciudadanos de un
Estado, sino como auténtica experiencia de pueblo, y de Pueblo de Dios.
Familia y camino hacia su plenitud
56. (22) En la misma perspectiva, haciendo nuestra la enseñanza del Apóstol según
el cual todo fue creado por Cristo y para Cristo (cfr. Col 1,16), el Concilio Vaticano II
quiso expresar su estima por el matrimonio natural y por los elementos válidos
presentes en las otras religiones (cfr. NA, 2) y en las culturas, a
pesar de sus límites e insuficiencias (cfr. RM, 55). La presencia de los
semina Verbi en las culturas (cfr. AG, 11) también se podría
aplicar, en ciertos aspectos, a la realidad matrimonial y familiar de numerosas
culturas y de personas no cristianas. Por tanto, también hay elementos válidos
en algunas formas fuera del matrimonio cristiano —siempre fundado en la
relación estable y verdadera entre un hombre y una mujer—, que en cualquier
caso consideramos orientadas a éste. Con la mirada puesta en la sabiduría
humana de pueblos y culturas, la Iglesia reconoce también esta familia como la
célula básica necesaria y fecunda de la convivencia humana.
57. La Iglesia es consciente del alto perfil del misterio creatural del
matrimonio entre hombre y mujer. Por tanto, desea valorar la gracia originaria
creatural que envuelve la experiencia de una alianza conyugal sinceramente
intencionada a corresponder a esta vocación original, y a practicar su
justicia. La seriedad de la adhesión a este proyecto y la valentía que requiere
se dejan apreciar de modo especial precisamente hoy, ya que el valor de esta
inspiración, que concierne a todos los vínculos construidos por la familia, se
pone en duda, o incluso es censurado y eliminado.
Por eso, aun en el caso en que la maduración de la decisión de llegar al
matrimonio sacramental de parte de convivientes o casados civilmente todavía se
encuentre en un estado virtual, incipiente, o de aproximación gradual, se pide
que la Iglesia no falte a la tarea de alentar y sostener este desarrollo. Al
mismo tiempo, será bueno que muestre aprecio y amistad respecto del compromiso
ya adquirido, del cual reconocerá los elementos de coherencia con el designio
de la creación de Dios.
Se señala la importancia de desarrollar una solicitud pastoral adecuada
para las familias compuestas por uniones conyugales con disparidad de culto,
cuyo número está creciendo, tanto en los territorios de misión como en los
países de larga tradición cristiana.
58. (23) Con íntimo gozo y profunda consolación, la Iglesia mira a las familias
que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el
testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas, en efecto, se hace creíble
la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre. En la familia, «que
se podría llamar Iglesia doméstica» (LG, 11), madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre
personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa Trinidad.
«Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el
perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de
la oración y la ofrenda de la propia vida» (CCC, 1657). En esto la Santa
Familia de Nazaret es el modelo admirable, en cuya escuela «se comprende la
necesidad de tener una disciplina espiritual, si se quiere seguir la doctrina
del Evangelio y llegar a ser discípulos de Cristo» (Pablo VI, Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964). El Evangelio de
la familia, alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y
tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan
que no se les descuide.
59. La bendición y la responsabilidad de una nueva familia, sellada en el
sacramento eclesial, conlleva la disponibilidad a ser en el seno de la
comunidad cristiana defensores y promotores del carácter general de la alianza
entre hombre y mujer: en el ámbito del vínculo social, de la generación de los
hijos, de la protección de los más débiles, de la vida común. Esta
disponibilidad requiere una responsabilidad que tiene derecho a ser sostenida,
reconocida y apreciada.
En virtud del sacramento cristiano cada familia se convierte, a todos
los efectos, en un bien para la Iglesia, que por su parte pide ser considerada
un bien para la misma familia que nace. En esta perspectiva ciertamente será un
don precioso, para el hoy de la Iglesia, la humilde disposición a considerar
más equitativamente esta reciprocidad del “bonum ecclesiae”: la Iglesia es un
bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. La custodia del
don sacramental del Señor afecta a la responsabilidad de la pareja cristiana
por un lado y a la de la comunidad cristiana por otro, cada una en el modo que
le compete. Al surgir la dificultad, incluso grave, de salvaguardar la unión
matrimonial, la pareja deberá profundizar lealmente —con la ayuda de la
comunidad— el discernimiento de los respectivos cumplimientos y los relativos
incumplimientos, a fin de comprender, evaluar y reparar lo que fue omitido o
descuidado por ambas partes.
60. (24) La Iglesia, maestra segura y madre atenta, aunque reconozca que para los
bautizados no hay otro vínculo nupcial que no sea el sacramental, y que toda
ruptura de éste va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la
fragilidad de muchos de sus hijos, a los que les cuesta el camino de la fe.
«Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar
con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas
que se van construyendo día a día. […]. Un pequeño paso, en medio de grandes
límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente
correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A
todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que
obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas» (EG, 44).
61. La actitud de los fieles respecto a las personas que todavía no han
llegado a la comprensión de la importancia del sacramento nupcial debe
expresarse sobre todo mediante una relación de amistad personal, acogiendo al
otro tal como es, sin juzgarlo, respondiendo a sus necesidades fundamentales y
al mismo tiempo testimoniando el amor y la misericordia de Dios. Es importante
tener conciencia de que todos somos débiles, pecadores como los demás, sin por
ello renunciar a sostener los bienes y los valores del matrimonio cristiano.
Además, es preciso adquirir la conciencia de que la familia en el designio de
Dios no es un deber sino un don, y que hoy la decisión de acceder al sacramento
no es algo ya dado desde el inicio, sino un paso a madurar y una meta a alcanzar.
62. (25)Respecto a un enfoque pastoral dirigido a las personas que han contraído
matrimonio civil, que son divorciados y vueltos a casar, o que simplemente
conviven, compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en
sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para
ellos. Siguiendo la mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre (cfr. Jn 1,9; GS, 22) la Iglesia
mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo
que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para
hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio
de la comunidad en la que viven y trabajan.
63. La comunidad cristiana debe mostrarse acogedora respecto a las parejas
que pasan por dificultades, entre otras cosas mediante la proximidad de
familias que viven el matrimonio cristiano. La Iglesia camina al lado de los
cónyuges que corren el riesgo de llegar a la separación, para que redescubran
la belleza y la fuerza de su vida conyugal. En el caso de que se llegue a un
doloroso fin de la relación, la Iglesia siente el deber de acompañarles en ese
momento de sufrimiento, para que no estallen contraposiciones ruinosas entre
los cónyuges y, sobre todo, los hijos sufran lo menos posible.
Sería deseable que en las Diócesis se promuevan itinerarios de
participación progresiva para las personas convivientes o unidas civilmente. A
partir del matrimonio civil, se debería llegar al matrimonio cristiano después
de un período de discernimiento que lleve al final a una decisión
verdaderamente consciente.
64. (26) La Iglesia ve con preocupación la desconfianza de tantos jóvenes hacia
el compromiso conyugal, sufre por la precipitación con la que tantos fieles
deciden poner fin al vínculo asumido, instaurando otro. Estos fieles, que
forman parte de la Iglesia, necesitan una atención pastoral misericordiosa y
alentadora, distinguiendo adecuadamente las situaciones. Es preciso alentar a
los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del
matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que
reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en
la vida de la Iglesia.
65. Muchos jóvenes tienen miedo de fracasar ante la perspectiva matrimonial,
entre otras cosas a causa de numerosos casos de fracaso matrimonial. Por eso,
es necesario discernir más atentamente las motivaciones profundas de la
renuncia y del desaliento. En efecto, hay que pensar que, en muchos casos, esas
motivaciones dependen precisamente de la conciencia de un objetivo, que —aunque
sea apreciado e incluso deseado— parece desproporcionado respecto a un cálculo
razonable de las propias fuerzas, o de la duda insuperable respecto a la
constancia de los propios sentimientos. Más que un rechazo de la fidelidad y la
estabilidad del amor, que siguen siendo objeto de deseo, con frecuencia es la
ansiedad —o incluso la angustia— de no poderlas asegurar lo que induce a
desistir. La dificultad, de por sí superable, se aduce como prueba de la
imposibilidad radical. Por otra parte, a veces aspectos de conveniencia social
y problemas económicos relacionados con la celebración de las nupcias influyen
en la decisión de no casarse.
66. (27) En ese sentido, una dimensión nueva de la pastoral familiar hodierna
consiste en prestar atención a la realidad de los matrimonios civiles entre
hombre y mujer, a los matrimonios tradicionales y, salvando las debidas
diferencias, también a las convivencias. Cuando la unión alcanza una
estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto
profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas,
puede ser vista como una ocasión de acompañamiento en la evolución hacia el
sacramento del matrimonio. En cambio, con mucha frecuencia, la convivencia no
se establece con vistas a un posible futuro matrimonio, sino más bien sin
ninguna intención de entablar una relación institucional.
67. (28) Conforme a la mirada misericordiosa de Jesús, la Iglesia debe acompañar
con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y
extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un
puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes
han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad. Conscientes de
que la mayor misericordia es decir la verdad con amor, vayamos más allá de la
compasión. El amor misericordioso, al igual que atrae y une, transforma y
eleva. Invita a la conversión. Así entendemos la enseñanza del Señor, que no
condena a la mujer adúltera, pero le pide que no peque más (cfr. Jn 8,1-11).
68. Para la Iglesia se trata de partir de las situaciones concretas de las
familias de hoy, necesitadas todas de misericordia, comenzando por las que más
sufren. En la misericordia, en efecto, resplandece la soberanía de Dios, con la
que Él es fiel siempre de nuevo a su ser, que es amor (cfr. 1 Jn 4, 8),
y a su alianza. La misericordia es la revelación de la fidelidad y de la
identidad de Dios consigo mismo y así, al mismo tiempo, demostración de la
identidad cristiana. Por eso, la misericordia no quita a nada a la verdad. Ella
misma es verdad revelada y está estrechamente vinculada a las verdades
fundamentales de la fe —la encarnación, la muerte y resurrección del Señor— y
sin ellas caería en la nada. La misericordia es «el centro de la revelación de
Jesucristo» (MV, 25).
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