SAN
AGUSTIN, OBISPO, SOBRE LA PRIMERA CARTA DE SAN JUAN.
Lo
que existía desde un principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos y lo que tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida. ¿Quién
podría tocar con sus manos a la Palabra, si no fuese porque la Palabra se hizo
carne y puso su morada entre nosotros?
Esta
Palabra, que se hizo carne para que pudiera ser tocada, comenzó a ser carne en
el seno de la Virgen María; pero no fue entonces cuando empezó a ser Palabra,
ya que, como nos dice Juan, existía desde un principio. Ved cómo concuerda su
carta con las palabras de su evangelio.
Quizá
alguien piense que hay que entender la expresión “la Palabra de vida” como un
modo de hablar que se refiere a Cristo, pero no al cuerpo de Cristo que podía
ser tocado por nuestras manos. Atended a las palabras que siguen: Porque la
vida se ha manifestado. Por tanto, Cristo es la Palabra de vida.
¿Y
de dónde se ha manifestado esta vida? Existía desde un principio, pero no se
había manifestado a los hombres; en cambio, sí se había manifestado a los
ángeles, que la veían y se alimentaban de ella como de su propio pan. Pero ¿qué
dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.
Así,
pues, en la encarnación se ha manifestado la misma Vida en persona, y se ha
manifestado para que, al hacerse visible, ella, que sólo podía ser contemplada
con los ojos del corazón, sanara los corazones. Porque la Palabra sólo puede
ser contemplada con los ojos del corazón; en cambio, la carne puede ser
contemplada también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero
no a la Palabra; por esto la Palabra se hizo carne, que puede ser vista por
nosotros, para sanar en nosotros lo que nos hace capaces de ver la Palabra.
Lo
que hemos visto y oído os lo anunciamos. Atended, queridos hermanos: Lo que
hemos visto y oído os lo anunciamos. Ellos vieron al mismo Señor presente en la
carne y oyeron las palabras que salían de su boca, y nos lo han anunciado.
Nosotros, por tanto, hemos oído, pero no hemos visto.
¿Somos
por eso menos dichosos que ellos, que vieron y oyeron? Pero entonces, ¿por qué
añade: A fin de que viváis en comunión con nosotros? Ellos vieron, nosotros no
y sin embargo vivimos en comunión con ellos, porque tenemos una fe común.
Y
esta nuestra comunión de vida es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os
escribimos estas cosas para que sea colmado vuestro gozo. Gozo colmado, dice,
en una misma comunión de vida, en una misma caridad, en una misma unidad.
Éste
es Juan, el que posó su frente en el pecho del Señor durante la última cena, es
el Apóstol afortunado, a quien le fueron revelados secretos celestiales.
Bebió
el agua viva del Evangelio en su misma fuente, en el pecho sagrado del Señor.
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