PABLO
SEXTO, PAPA
Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la
vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.
Aquí aprendemos a observar, a escuchar,
a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla,
humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se
aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.
Aquí se nos revela el método que nos
hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el
ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario
que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el
lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que
Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene sentido.
Aquí en esta escuela, comprendemos la
necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del
Evangelio y ser discípulos de Cristo.
¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y
volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver
a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida
y a la más alta sabiduría de la verdad divina!
Pero estamos aquí como peregrinos y
debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca
terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin
recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.
Su primera lección es el silencio. Cómo
desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio,
este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para
nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de
nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret,
enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre
dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos
maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del
estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal
que sólo Dios ve.
Se nos ofrece además una lección de
vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión
de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo
dulce e irremplazable que su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es
su función en el plano social.
Finalmente, aquí aprendemos también la
lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender
más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla
debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a
todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un
fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen
tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que
lo encauzan hacia un fin más noble.
Queremos finalmente saludar desde aquí
a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano
divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo nuestro Señor.
Alegraos,
trabajad por vuestra perfección, alentaos unos a otros, tened un mismo sentir y
vivid en paz, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones.
Lo
que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los
hombres.
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