El origen de la sagrada Escritura no hay que buscarlo
en la investigación humana, sino en la revelación divina, que procede del
Creador de los astros, de quien procede toda familia en los cielos y en la
tierra, de quien por su Hijo Jesucristo se derrama sobre nosotros el Espíritu
Santo, y por el Espíritu Santo, que reparte y distribuye a cada uno sus dones
como quiere, se nos da la fe, y por la fe habita Cristo en nuestros corazones.
En esto consiste el conocimiento de Jesucristo, conocimiento que es la fuente
de la que dimana la firmeza y la comprensión de toda la sagrada Escritura. Por
esto es imposible penetrar en el conocimiento de las Escrituras, si no se
tienen previamente infundida en sí la fe en Cristo, la cual es como la luz, la
puerta de entrada de toda iluminación sobrenatural; ella ha de ser la medida de
la sabiduría que nos da de lo alto, para que nadie quiera saber más de lo que
es justo, sino que abriguemos sentimientos de justa moderación, cada uno en la
medida de la fe que Dios le ha dado.
La finalidad o fruto de la sagrada Escritura no es
poca cosa de poca importancia, pues tiene como objeto la plenitud de la
felicidad eterna. Porque la Escritura contiene palabras de vida eterna, puesto
que se ha escrito no sólo para que creamos, sino también para que alcancemos la
vida eterna, aquella vida en la cual veremos, amaremos y serán saciados todos
nuestros deseos; y, una vez éstos saciados, entonces conoceremos verdaderamente
el amor de Cristo que excede todo conocimiento, y así quedaremos colmados hasta
poseer toda la plenitud de Dios. En esta plenitud, de que nos habla el Apóstol,
la sagrada Escritura se esfuerza por introducirnos. Ésta es la finalidad, ésta
es la intención que ha de guiarnos al estudiar, enseñar y escuchar la sagrada
Escritura.
Y, para llegar directamente a este resultado, a través
del recto camino de las Escrituras, hay que empezar por el principio, es decir,
debemos acercarnos, sin otro bagaje que la fe, al Creador de los astros,
doblando las rodillas de nuestro corazón, para que él, por su Hijo, en el
Espíritu Santo, nos dé el verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el
conocimiento, el amor, para que así, conociéndolo y amándolo, fundamentamos en
la fe y arraigados en la caridad, podamos conocer la anchura y la longitud, la
altura y la profundidad de la sagrada Escritura y, por este conocimiento,
llegar al conocimiento pleno y al amor extático de la santísima Trinidad; a
ello tienden los anhelos de los santos, en ello consiste la plenitud y la
perfección de todo bueno y verdadero.
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