¿JUSTIFICAR O JUZGAR?
Una de las habilidades que Dios me está ayudando a
desarrollar es la habilidad de humillarme. Dios le dijo al Rey Josías, “Porque…
te has humillado delante de Jehová…, yo también te he escuchado”. Como
resultado, él no sería testigo del juicio de Dios sobre su pueblo (2º. Reyes
22:19-20). La frase clave es “te has humillado”. Cuando creí en Jesucristo,
Dios puso en mis manos el derecho a juzgarme. Si fallo en ejercitar ese
derecho, él lo hará por mí. El juzgarme es simplemente revisar mi relación con
Dios. La mayor parte del tiempo esa revisión revelará algo que falte o que se
requiera. Es en ese momento cuando debo humillarme y reconocer mi falta y pedir
perdón de Dios.
Si me juzgo a mí mismo, soy perdonado y no necesito
castigo (1ª. Corintios 11:31-32). Pero si me niego a juzgarme, el Señor debe
hacerlo por mí. Esto quiere decir que debe añadir su “disciplina”, su vara
correctora. Cuando yo era un creyente novato solía decir, “Acepta a Cristo y
Dios nunca te juzgará”. Ahora sé que eso no es cierto. Más bien la realidad es,
“¡Acepta a Cristo y estarás a diario bajo su juicio!”. No el juicio de la ira
de Dios sobre mis pecados, sino el juicio del Espíritu de Dios sobre la calidad
de mi vida; el juicio no para aniquilarme sino para purificarme.
El mundo nada conoce acerca de “juzgarse a sí mismo”,
sólo sabe justificarse. Esta es una diferencia clave entre el discípulo y la
persona mundana. Siempre puedo calibrar mi vida espiritual al hacerme una
simple pregunta: ¿Me estoy justificado o juzgando a mí mismo? El que se
justifica revela que hay algo oculto que está mal; la naturaleza carnal ha
tomado nuevamente el control. Pero el que se juzga a sí mismo demuestra que el
Espíritu Santo de Dios está vivo en su corazón. Es en esa condición que “el
mismo Señor de Paz, le dará siempre paz en toda manera” (2ª. Tes. 3:16).
¿Cómo andas en este asunto?
Haz los ajustes necesarios.
Dios te bendiga.
“La tristeza que proviene de Dios produce el
arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse,
mientras que la tristeza del mundo produce la muerte”
(2ª. Corintios 7:10).
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